Libros del Rincón


Un cumpleaños especial


CUIDÁNDOSE bien de no hacer ruido, la niña llevó el agujero negro hasta la mesa del comedor. Preparó el café y unos molletes con mantequilla para su mamá (ella se comió tres, se moría de hambre porque la noche anterior no había cenado). Colocó el café y los molletes frente al agujero negro y, entonces, llegó su mamá.

—¡Feliz cumpleaños! —le dijo y le dio un abrazote.

A su mamá ya se le había olvidado qué día era, pero le dio mucho gusto que Camila se acordara.

Lo que no vio fue su regalo, empezó a tomar el café y pronto dijo asustada: —¿Qué hace aquí esta víbora roja?

A pesar del sueño que tenía, Camila se rió mucho y le explicó: —No es una víbora roja, es un listón y debajo está tu regalo.

Su mamá estaba sorprendida: —¡Aquí no hay nada!

La niña desbarató el nudo y le dijo:

—Asómate, pero con cuidado.

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Cuando se asomó, no lo podía creer. Empezó a sacar sus cosas, una por una. Algunas como la cebolla, la hicieron reír, y otras, como su anillo de bodas y su bufanda larga, larga, la hicieron llorar de gusto. Por fin, cuando vio qué oscuro era por dentro, lo reconoció. (Su mamá no conocía el agujero negro, ni siquiera sabía que tenía uno. Pero de una manera misteriosa uno siempre reconoce lo que le pertenece.)

—¡Este es mi agujero negro! ¿Cómo lo encontraste?

Camila iba a empezar a contarle todo, pero pensó que era mejor platicarle la única parte de la historia que su mamá iba a creer, así que sólo dijo:

—Lo encontré en el arcón azul.

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Cuando el papá de Camila bajó a desayunar, encontró a su esposa eufórica (que quiere decir loca de contento) diciendo:

—¡Este es el arete que me regaló mi prima Laura! ¡Mira, mi agenda de la secundaria!, aquí están los teléfonos de todas mis amigas. ¡Los cortadores de galletas! ¡Por fin! ¡Las llaves de la casa! ¡Mi acta de nacimiento! ¡La hombrera de mi suéter azul!

Y así siguió durante tres días.

Estaban tan entusiasmados que ni cuenta se dieron cuando

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Camila se fue a su cuarto. El duende verde hacía horas que dormía en el bolsillo de su blusa. Con mucho cuidado lo sacó y lo colocó en una de las camitas. Lo tapó con las sábanas minuciosamente bordadas por la abuela de mamá.

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¿Sabría la bisabuela quién usaría realmente la casita? Uno por uno fue acostando a todos los duendecitos que dormían en el fondo del frasco. De pronto cayó en la cuenta de que las iniciales bordadas de la ropa de la cama coincidían: D.V., duende verde; D.R., duende rojo; D.A., duende amarillo; D.P., duende púrpura y había una que no estaba bordada, pero era una sábana a rayas de todos colores. Ahí, claro, acostó al duende a rayas.

Camila se fue a dormir sintiendo que un secreto profundo la unía a la abuela de su madre.

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