Libros del Rincón


Tercer final


Llovieron sombreros hasta las cuatro de la tarde. A esa hora en la plaza de la catedral había una montaña más alta que el monumento. La entrada al atrio estaba bloqueada por una pared de sombreros de paja. A las cuatro y un minuto se levantó un gran viento. Los sombreros empezaron a rodar por las calles, cada vez a mayor velocidad, hasta que levantaron el vuelo, enredándose en los hilos de la red del tranvía.

—¡Se van! ¡Se van! —gritaba la gente.

—Pero, ¿por qué?

—A lo mejor ahora van a Roma.

—¿Y cómo lo sabe? ¿Se lo han dicho ellos?

—Pero qué a Roma, miren: vuelan hacia Como.

Los sombreros se elevaron sobre los tejados, como una inmensa bandada de golondrinas, y se fueron volando; nadie sabe en dónde acabaron porque no cayeron ni en Como ni en Busto Arsizio. Los sombreros de Milán lanzaron un suspiro: aquel día no les llegaba la camisa al cuerpo.


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