Libros del Rincón


Primer final


El profesor De Magistris, tras vaciar concienzudamente su copa de helado, volvió a tomar las riendas de la discusión.

—Así que —dijo— nuestro Rinaldo, no importa de qué manera, quizá después de caerse de la bicicleta, ha adquirido un extraordinario superpoder que le permite crear cualquier objeto con sólo pronunciar su nombre.

—¡Cielos! —dijo la señora Rosa.

—Sí, señora —aseveró el profesor—, ahora cielo y paraíso para ustedes.

—¿Y por qué?

—¿Por qué? Pues muy sencillo. Rinaldo dirá: un millón y serán millonarios. Dirá: chalet con piscina, y todo estará dispuesto para zambullirse. Dirá coche con chófer, y podrán partir. Sus padres ya no necesitarán irse a trabajar al extranjero. Y a lo mejor Rinaldo también se acordará de su viejo amigo el profesor y dirá... Espera; espera, no digas nada... Perro, eso es lo que tiene que decir. Un buen ratonero, ni muy joven ni muy viejo... Será mi amigo. Saben, no me gusta estar siempre solo en casa...

—¡Ratonero así y asao! —dijo Rinaldo.

Y el ratonero ladró festivamente, al tiempo que trepaba por los pantalones del profesor De Magistris, que tenía lágrimas de gratitud en los ojos.


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