Libros del Rincón


El abuelo Joe se arriesga


Al día siguiente, cuando Charlie volvió de la escuela y entró a ver a sus abuelos se encontró con que sólo el abuelo Joe estaba despierto. Los otros tres roncaban ruidosamente.

—¡Sshhh! —susurró el abuelo Joe, e indicó a Charlie que se acercase.

Charlie lo hizo de puntillas y se detuvo junto a la cama. El anciano le sonrió maliciosamente y luego empezó a buscar algo metiendo la mano debajo de la almohada; cuando su mano volvió a salir llevaba un antiguo monedero de cuero aferrado entre los dedos. Cubriéndose con las mantas, el anciano abrió el monedero y le dio la vuelta. De él cayó una moneda de plata de seis peniques.

—Es mi botón secreto —susurró—. Los demás no saben que lo tengo. Y ahora tú y yo vamos a hacer un último intento para encontrar el billete restante. ¿Qué te parece, eh? Pero tendrás que ayudarme.

—¿Estás seguro de que quieres gastarte tu dinero en eso, abuelo? —murmuró Charlie.

—¡Claro que estoy seguro! —exclamó excitado el anciano—. ¡No te quedes ahí discutiendo! ¡Yo tengo ganas como tú de encontrar ese billete! Toma, coge el dinero, vete corriendo a la tienda más cercana, compra la primera chocolatina de Wonka que veas, tráela aquí y la abriremos juntos.

Charlie cogió la pequeña moneda de plata y salió rápidamente de la habitación. Al cabo de cinco minutos estaba de vuelta.

—¿Ya la tienes? —susurró el abuelo Joe, con los ojos brillantes.

Charlie hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le enseñó la chocolatina. SORPRESA DE NUEZ WONKA, decía en el envoltorio.

—¡Bien! —murmuró el anciano, incorporándose en la cama y frotándose las manos—. Y ahora ven aquí y siéntate a mi lado y la abriremos juntos. ¿Estás preparado?

—Sí —dijo Charlie—. Estoy preparado.

—De acuerdo. Abrela tú.

—No —dijo Charlie—. Tú la has pagado. Hazlo tú todo.

Los dedos del anciano temblaban terriblemente mientras intentaba abrir la chocolatina.

—La verdad es que no tenemos ninguna esperanza —murmuró, riendo nerviosamente—. Sabes que no tenemos ninguna esperanza, ¿verdad?

—Sí —dijo Charlie—. Lo sé.

Los dos se miraron y empezaron a reír nerviosamente.

—Claro —dijo el abuelo Joe—, que siempre existe una pequeñísima posibilidad de que pueda ser ésta, ¿no estás de acuerdo?

—Sí —dijo Charlie—, Por supuesto. ¿Por qué no la abres, abuelo?

—Todo a su tiempo, mi querido muchacho, todo a su tiempo. ¿Cuál de los dos extremos crees tú que debería abrir primero?

—Aquél. El que está más lejos de ti. Desprende un pedacito de papel, pero no lo bastante para que podamos ver nada aún.

—¿Así? —dijo el anciano.

—Sí. Y ahora un poquito más.

—Hazlo tú —dijo el abuelo Joe—. Yo estoy demasiado nervioso.

—No, abuelo. Debes hacerlo tú mismo.

—Está bien. Allá vamos —y rasgó el envoltorio.

Los dos miraron lo que había debajo.

Era una chocolatina, nada más.

A la vez, los dos vieron el lado cómico de la situación y estallaron en sonoras carcajadas.

—¿Qué diablos ocurre? —exclamó la abuela Josephine, despertándose de repente.

—Nada —dijo el abuelo Joe—. Vuelve a dormirte.

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