Libros del Rincón


La gran máquina de chicle


El señor Wonka condujo al grupo a una gigantesca máquina que se hallaba en el centro de la misma Sala de Invenciones. Era una montaña de brillante metal que se elevaba muy por encima de los niños y sus padres. De un extremo superior salían cientos y cientos de finos tubos de cristal, y los tubos de cristal se torcían hacia abajo y se unían en un gran conglomerado y colgaban suspendidos sobre una enorme tinaja redonda del tamaño de una bañera.

—¡Allá vamos! gritó el señor Wonka, y apretó tres botones diferentes en un costado de la máquina.

Un segundo más tarde se oyó un poderoso rugido sordo que provenía de su interior, y la máquina entera empezó a vibrar aterradoramente, y de todas partes empezaron a surgir nubes de vapor, y de pronto, los asombrados observadores vieron que una mezcla líquida estaba empezando a correr por el interior de los cientos de tubos de cristal y a caer dentro de la gran tinaja. Y en cada uno de los tubos la mezcla era de un color diferente, de modo que todos los colores del arco iris (y muchos otros además) caían borboteando y salpicando dentro de la tinaja. Era un espectáculo muy hermoso. Y cuando la tinaja estuvo casi llena, el señor Wonka apretó otro botón, e inmediatamente la mezcla líquida dejo de salir de los tubos, el ruido sordo desapareció y un sonido chirriante lo reemplazó; y entonces un gigantesco batidor empezó a batir el líquido que había caído en la tinaja, mezclando los líquidos de diferentes colores como si fueran helado. Gradualmente, la mezcla empezó a hacer espuma. Se fue

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haciendo cada vez más espumosa, y se volvió de color azul, y luego blanco, y luego verde, y luego marrón, y luego amarillo, y finalmente azul otra vez.

—¡Mirad! —dijo el señor Wonka.

La máquina hizo click y el batidor dejó de batir. Y ahora se oyó una especie de sonido de succión, y rápidamente toda la espumosa mezcla de color azul que había en la tinaja fue succionada otra vez dentro del estómago de la máquina. Hubo un momento de silencio. Luego se oyeron unos extraños zumbidos. Luego, silencio otra vez. Entonces, de pronto, la máquina dejó escapar un monstruoso quejido, y en el mismo momento un diminuto cajón (no más grande que los de las máquinas tragaperras) emergió de uno de los costados de la máquina, y en el cajón había algo tan pequeño, tan delgado y gris que todo el mundo pensó que allí había habido un error. La cosa parecía un trocito de cartón gris.

Los niños y sus padres se quedaron mirando la delgada tableta gris que había en el cajón.

—¿Quiere decir que eso es todo? —dijo Mike Tevé despreciativamente.

—Eso es todo —replicó el señor Wonka, contemplando orgullosamente el resultado—. ¿No sabéis lo que es?

Hubo una pausa. Entonces, súbitamente, Violet Beauregarde, la fanática del chicle, dejó escapar un grito de entusiasmo.

—¡Por todos los santos, es chicle! —chilló—. ¡Es una tableta de chicle!

—¡Así es! —gritó el señor Wonka, dándole a Violet una palmada en la espalda—. ¡Es una tableta de chicle! ¡Es una tableta del chicle más asombroso, más fabuloso, más sensacional del mundo!


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