Libros del Rincón


¿DÓNDE ESTOY?


¿DÓNDE ESTOY? ¿DÓNDE? ¿DÓNDE ESTÁN MIS CUADRITOS? ¡SOCORRO! ¡AY! GRITO SOCORRO ¿Y EL COLOR DE LAS LETRAS DÓNDE ESTÁ? ¡AY! ¿Dónde fui a parar? ¿Qué hago aquí?. ¿En qué negro bosque me perdí?. ¿Dónde están los colores de estos gritos? ¿Dónde están mis palabras encerradas en los globitos? De repente el niño descubrió que había venido a quedar en la parte de afuera de sus cuadritos. Sin saber dónde estaba la salida. Sin saber dónde había quedado la entrada. Y de repente una voz le dice. "¿Trajiste la llave?" ¡Qué llave, Dios mío, si él ni siquiera sabía que habría puertas! Era la llave para abrir la puerta del Reino de las Palabras, donde iba internándose, asustado y calladito. Y decidió responder que no sabía de qué llave estaban hablando. Pero después notó que no había el menor interés por su pobre respuesta. "¿Quiénes son ustedes?" preguntó. Varias palabras se juntaron frente a él y dijeron: "Nosotras somos las palabras". Luego surgieron otras y otras más. El niño exclamó: "No quiero estar con ustedes. Sólo entiendo de color y de sonidos, de cuadritos, de figuras y de globos". Se hizo un silencio total. Pasó un largo rato. El niño pensó que era mejor no pedir explicaciones. Ya estaba rodeado de palabras por todos lados y las cosas sucedían con la velocidad de un superhéroe en pleno vuelo.

Los colores, los crash y los globos, los sonidos, las líneas y los cuadritos habían salido de su vida de repente. Ahora él estaba en medio de este mundo negro y blanco donde todo era nuevo. El niño comenzó a prestar mucha atención a cada línea por donde caminaba. Quería huir, pero se adentraba más y más. Quería correr, pero conforme avanzaba más miedo sentía. "Somos las palabras en estado de diccionario, avanza con calma y paciencia" dijeron. Se detuvo un instante. Vio con mucho cuidado cada fila de letras. Nunca se había fijado en las palabras ni en las líneas, los márgenes o los trazos. Todo estaba muy bien organizado. Parecían vías de un ferrocarril que lleva y trae y va y viene por todas las líneas... ¡No! ¡Yo quiero mis cuadritos y sus sonidos, y los puntos de luz de todos los colores. Las palabras aquí no tienen color " gritó, el niño. Entonces otras palabras se formaron delante de él para decir: "¡Somos el color! ¡Somos el color que quieras! ¿Qué color deseas encontrar?".

Esta vez el niño no entendió lo que las palabras decían. Se sentía inseguro afuera de sus cuadritos. Del lado de afuera de su infancia. "Te diremos un secreto: sólo tendremos respuestas que tú busques", susurraron algunas palabras mirando la cara asustada del niño. "Si tienes más palabras, más preguntas podrás hacernos." Pero el niño sintió que el asunto no estaba muy claro aún. "¿Podrían explicármelo de nuevo? pidió. Y las palabras dijeron: "Con más palabras que leas y reconozcas, más preguntas podrás hacernos sobre lo que te interese. Con más palabras que leas y reconozcas, más preguntas podrás etc., etc., etc., y etc., y ahora puedes salir por ahí'' terminaron de ordenar las palabras en estado de diccionario.

El niño quizás sintió la orden muy complicada porque las palabras son así: piden calma y al mismo tiempo empujan con la mayor impaciencia. Suerte que lo empujaron hacia adelante. Apenas comenzaba a entender un poco. " Y qué es eso de etc., etc., y etc. , se preguntó. En ese momento se le apareció la palabra Etcétera diciéndole:

"Me llamo Etcétera, pero puedes decirme etc. Soy lo que falta". El niño sintió que serían amigos y pensó: "A cualquier pregunta que se me presente responderé de inmediato: esto es así, así y etcétera." Y se fueron juntos por ahí, descubriendo un montón de cosas. A todo lo que no estaba muy bien explicado le decían etcétera. Y reían mucho, como ríen dos amigos cuando están juntos. Pero luego Etcétera le pregunta: "Dime, ¿qué estás haciendo aquí, en nuestro medio?" El niño explicó que era el niño de los cuadritos, que vivía muy feliz dentro de una historieta de colores y que un día, de pronto, sin notar que pasaba el tiempo, despertó aquí, rodeado de palabras negras, y que le estaba resultando muy difícil acostumbrarse a la nueva vida y acabó diciendo: "Mira, por ejemplo, las historietas de colores no tienen Etcétera." " ¿Cómo que no me incluyen en las historietas? ¡Si etcétera es todo lo que se esconde atrás, todo lo que viene después, todo lo que está más allá! Si ya supieras gramática... Por ejemplo, mira: el pronombre es una palabra que está en lugar del nombre. Etcétera es más: está en lugar de todo. Yo no soy un pronombre, yo soy un protodo" dijo Etcétera sonriendo. Todo lo que el niño comenzaba a vivir era el etcétera de su historia.

"Etcétera es todo lo que aún falta del resto de la vida". Pero el niño no prestaba atención, sino que decía: "Quiero regresar a donde comencé" Etcétera movió suavemente la cabeza de un lado a otro y le preguntó: "Dime, tienes miedo de crecer, ¿verdad?" El niño respondió que no era nada de eso y comentó algo que una vez más dejó a Etcétera sorprendido. "Yo sólo quiero saber quién fue el que me venció". ¡Ah, Dios mío, un comentario de personaje de historieta! ¿Quién venció, quién perdió? ¿Era que el niño, apenas al iniciar su vida, ya se creía un héroe vencido?

El niño observó de nuevo con más detenimiento las palabras. Trató de mirar hacia el principio, hacia las primeras que había visto al llegar aquí, y se esforzó en distinguirlas, pero muchos papeles le impedían encontrarlas. "En alguna de todas estas palabras puede haber una salida", pensó. "¿Para qué una salida?" preguntó Etcétera. El niño se sorprendió: si él no había hablado, ¿cómo supo Etcétera de sus planes? Etcétera se rió. "No necesitas hablar para que sepa lo que imaginas" explicó al niño. "¿Cómo? "exclamó el niño, otra vez sorprendido. "La salida eres tú mismo. Las palabras son pensamiento. Son color. Son universo. Son estrellas". El niño sonrió: "¿Estrellas? Y el niño vio a través de Etcétera un cielo colmado de luceros que resplandecían con fuerza, como en una gran fiesta; una estrella casi roja brillaba en lo alto. "¿Qué estrella es ésa? preguntó. "Es la estrella de los que cantan", escuchó que con una voz muy dulce le contestaban más de cinco palabras, "Es como esta manzana", agregaron después. El niño vio una manzana roja y la tomó. "Cómela. Es la estrella de los inventores y los que hacen descubrimientos", le dijeron. "¿Cómo? se rió el niño, ¿la manzana es una estrella?" "Cuando una manzana cae de los árboles alguien recuerda a las estrellas", le contestaron. "¿Y dónde están los árboles?" preguntó el niño mordiendo la manzana. Y al morderla descubrió una hermosa huerta que olía a flores, a fruta.

Aves y abejas volaban sobre las flores, entre las ramas de los árboles, entre los altos y verdes juncos de la orilla de un río. Corrió sobre la hierba que casi lo tapaba. Corrió, corrió, corrió hasta que llegó al río. Se arrodilló y extendió sus brazos; sintió en las manos la frescura del agua y en ese momento se dio cuenta que sonreía. "Es el río de los pensadores", alguien le dijo. El niño se sorprendió. ¿Los pensadores buscan pensamientos, pueden perseguirlos? Toda palabra es un pensamiento" le contestaron. "Trata de pensar sin palabras" le pidieron. El niño reflexionó un momento. Pensó en su casa, en su cama, en sus colores, en sus cuadritos, y cada vez que pensaba las palabras aparecían para que él supiera que estaba pensando en su cama, en sus colores, en sus cuadritos. Entonces el niño sintió que esas palabras lo obedecían. O no, que eran suyas, que eran sus propias palabras. Entonces dudó un instante. Sentía que algo de mucha importancia estaba por sucederle. Buscó a Etcétera con la mirada, pero no estaba. Pensó que si estuviera el cielo estrellado podría verlo otra vez. "Quiero ver otra vez la estrella de los que cantan", pidió. "Estás dentro de esa estrella" le dijeron varias palabras, sonrientes. "¡No!" dijo el niño. "Aquí estamos en el campo. Aquí están esos árboles, y esas flores, y esos pájaros, y esos caballitos del diablo, y esas hormigas, y esas piedras, y esos mosquitos, y esas lagartijas, y ese río", y señalaba cada una de las cosas que decía. "Esta huerta es la estrella de todos ellos" volvieron a decir casi nueve palabras juntas. Luego se acercaron otras, diciendo: "Es la huerta de los que cantan, de los pensadores, de los inventores y los que hacen descubrimientos; de todos los que quieren palabras para sonreír, para cantar, para soñar". El niño volvió a sorprenderse, pero de otra manera. Se sorprendió de que esa huerta fuera para tanta gente. O para tantas cosas.

Lentamente comprendió lo que estaba ocurriendo: esa huerta podía ser estrella, río, hierba, universo, flor, porque se hallaba en la huerta de todas las palabras. Ahí nacían, ahí susurraban como las hojas en los árboles, como los enjambres de abejas sobre las flores, como el viento entre las ramas. Era un murmullo armonioso, como si todas las cosas del huerto estuvieran naciendo en un juego de niños, en la risa de muchachos. "Por eso puedes ver esta huerta", dijeron otras palabras. "Nosotras estamos aquí para que tú puedas mirar las cosas que desees. A través de nosotras puedes contemplar muy lejos, incluso lo que no imaginas". Y el niño empezó a sentir que las palabras se parecían a las hojas de los árboles. Que muchas brotaban felices, en grandes ramas, y que otras se secaban suavemente sin desaparecer por completo. "Aquí nacen, o crecen, o desaparecen", pensó el niño. Vio palabras viejas, como aire y luz, que pasaban llenas de vida. Otras parecían ya olvidadas, pero inquietas. Otras, como foto y átomo, que durante miles de años estuvieron olvidadas, ahora todos las decían.

El niño cada vez estaba más interesado en lo que miraba. Muchas se parecían entre sí. "Todas nosotras tenemos parientes, muchos parientes", le dijeron nuevas palabras a la vez. "Hay unas palabras que son hijas de otras; y otras que son primas; y otras, que son amigas y se reúnen para cantar y para inventar. Mira, esta palabra es hija de aquella otra, que está muy viejita y casi nadie la recuerda ya", y el niño vio aparecer a la vieja palabra Fermosa y a la nueva palabra Hermosa. ¿Tú eres hija de Fermosa?", preguntó el niño con rapidez. Y la palabra Hermosa asintió, sonriente, aunque altiva. Cerca de ahí el niño vio la palabra Amor. Sintió que era una palabra dulce, cálida, sonriente, pero como si una lágrima brotara de ella. "¿Tú también tienes parientes?", preguntó el niño. Y el Amor respondió como un sol, radiante, como si al hablar florecieran las rosas "Muchas primas tengo entre las palabras", contestó. Y el niño empezó a mirar uno a uno a los parientes que pudieron abrirse paso entre tantas palabras: ama, enamorado, amable, amado, amistad, amiga, amante, amabilidad, amistades. El niño volvió a buscar a la palabra Amor y vio que sí, que todas se parecían en alguna cosa, pero una idea comenzó a inquietarlo. "¿Y tus amigos?", le preguntó el niño. "Dicen que ustedes tienen muchas amistades y que cantan y juegan. ¿Cómo son tus amigos?", insistió el niño. "De todas las palabras la Rosa es mi más amiga", contestó otra vez radiante, luminosa, la palabra Amor: "bajo sus pétalos una espina lastima a quien se le acerca, y en eso se parece a mí". Preguntó el niño, "¿tú lastimas?" El Amor lo contempló con ternura, sin responder; luego le dijo:

"Pero también mis amigos están en este huerto y en aquel, el primero que viste, y en el cielo estrellado, pues por mí gozan y se mueven el sol y las estrellas".

"¿Y son tus amigos para cantar y jugar?", insistió el niño, impaciente por conocer sus juegos. Y el Amor le dijo sonriendo: "La amistad de las palabras se llaman Poema". En ese momento el niño advirtió que la huerta había cambiado. Que parecía más grande, más soleada, y que un rumor semejante al de muchas golondrinas, al de muchos cenzontles, parecía aproximarse desde el otro lado del río que ahora estaba más grande y más luminoso. El niño se volvió hacia el rumbo de donde procedía ese gran murmullo de aves. "¿Qué son esos pájaros que cantan así? ¡Cuántos!, y se recostó en la hierba para escuchar mejor. Luego inclinó la cabeza para distinguir un rumor como el del viento de montañas o el de la lluvia, y descubrió que eran muchas palabras, pero dichas al mismo tiempo, las que producían ese viento que llenaba toda la huerta. "Están muy juntos, por eso no los ves", le dijeron de pronto, secretamente, más de siete palabras. "Son los libros, es el rumor de los libros". El niño sonrió. "¿Qué hacen las palabras mientras están en los libros?" preguntó sin dejar de escuchar el rumor prodigioso que producían esas palabras que aún no conocía, que aún no llegaban hasta él. Entonces, de las ramas de un árbol frondoso, un nogal de oscuro y brillante tronco, surgió un ligero canto que creyó conocer de alguna parte y que murmuraba: "Guardan un secreto muy importante; mantienen vivo un secreto importantísimo del mundo".

"¡Cómo!" exclamó el niño. !Ven por aquí, síguenos", le pidieron varias palabras, apresurándolo. Y el niño empezó a seguirlas. Caminó por la hierba, luego entre varias piedras. Atravesaron anchos prados. En una parte el aroma era de anís; en otra olía a naranjo. El niño iba con mucha atención para no salirse de la línea y notó que iban ascendiendo por una cuesta cubierta de milpas. A lo lejos dejaban la huerta y el río; parvadas de pájaros volaban sobre los árboles, con su música dulce, que aún alcanzaba a oír. Cuando llegó a lo alto de la montaña miró una serranía inmensa, y bosques, valles, ríos, cielos despejados y con nubes blanquísimas donde varias águilas volaban. "Éste es nuestro reino", le dijeron las palabras que se hallaban junto a él. "Lo que yo veo es el mundo repuso el niño; toda esta sierra, y las nubes, y el cielo, y el sol, son el mundo". "Así es el reino de las palabras: el mundo", le respondieron. "Éste es el secreto que nosotras guardábamos siempre, ¿entiendes? Nuestro secreto es el mundo". Entonces el niño oyó con claridad el rumor de las aves que le habían intrigado en la huerta, allá abajo. Y vio que eran las palabras de muchos poemas: unos altos, otros pequeños, otros con música, otros más libres, pero también unidos. Emocionado, allá al fondo, vio unas palabras muy hermosas, pero que no podía reconocer bien. "Ellas son el Cantar del Mio Cid", le dijeron. "¿El Mio Cid?" "Sí, con ellas nació la lengua española hace siglos." "¿Y estas palabras azules, que parecen flores?" preguntó el niño. "Las dejó un poeta llamado Pellicer." "¿Y aquellas que se encuentran allá, que están sonando en aquellas montañas?", preguntó el niño señalando con la mano las nubes que intentaban acercarse a los riscos. "Esas son las más altas de América: son las Alturas de Machu Pichu, de Pablo Neruda".

Lejos, detrás de un inmenso mar, el niño escuchó una fiesta en otro país, en otras llanuras. "¿Y aquella fiesta que no acaba, que está aquí desde que llegamos?" "Ahhh", exclamaron muchas palabras. "Esa fiesta se llama El Quijote de la Mancha." De pronto el niño se dio cuenta que había más montañas a su lado, atrás, como si el mundo se fuera agrandando, haciéndose más inmenso que el cielo. Y conforme se destacaban esos contornos, esas nubes blanquísimas, escuchaba rumores nuevos de los que sentía el gozo y la fuerza. Una parte provenía de un lugar tan alto que todo brillaba con varios soles; otra, de un mar azul inmenso. "¿Y por qué allá, en esa colina, es de noche, si tiene tanta luz y tantas aves le cantan?" El niño miraba unas suaves colinas. "Con esas palabras cuidaba a Dios San Juan de la Cruz", le dijeron. Y el niño se volvió a mirar nuevamente hacia las playas. Cerca del mar que cada vez era más inmenso, más azul, que sonaba lleno de espuma y risas de niñas bellas, unas grandes palabras extrañas combatían como luceros o montañas, y un escudo de oro, que parecía tener grabada la historia del mundo, iba saliendo de las olas como una nueva vida. "Aquellas palabras son griegas y perfectas; muchos libros siguen escuchándolas, y aunque antiguas, ayudan generosas a las nuevas palabras que se acercan a ellas... Se llaman "La Iliada", dijeron al niño y se escuchó como un aletear de muchas gaviotas en la orilla del ruidoso mar.

De pronto unas mariposas blancas volaron cerca del niño; las vio tan hermosas, tan grandes, que empezó a correr detrás de ellas. Conforme el niño las perseguía, las mariposas se tornaban más numerosas y huían hacía los altos cedros de los bosques. El niño se detuvo un momento, agitado por la carrera. Miró la serranía, los cielos, los bosques que se sucedían onduladamente, como una danza gigantesca del mundo. Y entendió entonces que ese mundo le hablaba a él. Que todo lo que el mundo tenía de secreto se lo podía decir a él ahí, palabra a palabra. "¿Qué es eso que habla ahora?", preguntó el niño, asombrado, y muchas palabras se le acercaron para responder: "Son los más bellos idiomas de esta tierra, los cantos y las historias en náhuatl, en maya, en mixe, en zapoteco, en purépecha, en muchos antiguos idiomas de nuestras sierras, valles y playas". El niño quedó cautivado con el rumor que oía.

Luego reflexionó un momento y afirmó, en un tono que parecía pregunta: "Las palabras en inglés son palabras muy importantes, ¿no? El niño escuchó muchas risas y se sintió incómodo. Intentó defenderse. Pero hay muchas palabras que no son tan importantes como las que están en inglés, ¿no es así"? El niño escuchó entonces más risas y carcajadas. Algunas se acercaron a él, sobre la montaña, limpias como el cielo, y le hablaron cariñosamente: "No hay palabras más importantes que otras ni idiomas mejores que otros. Nosotros estamos aquí para decir lo que dicen todas las otras palabras del mundo.

Con nosotras puedes saber lo que todos los hombres saben. Porque con nosotras puedes ver y tener todo lo que el mundo contiene: somos su secreto y el secreto de todo". El niño reflexionaba en lo que las palabras le estaban diciendo y deseaba poder hablar más, tener más palabras para decir lo que sentía. Pero varias de ellas le pedían que mirara a otra parte, hacia el mar en cuyas playas ahora distinguía una arena muy fina y conchas marinas. Creyó sentir la fuerte brisa del mar que lo despeinaba, agitando sus cabellos y su ropa. Y le pidieron que escuchara. Y el niño prestó atención. Escuchó el rumor incontable de las olas, del poderoso mar cayendo sobre la playa. Era un rumor inmenso que cubría la luz, la brisa, el vuelo de las gaviotas y de los pelícanos. Sintió deseos de bañarse, de meterse en las olas. Y de pronto sintió un silencio. Un gran silencio desconocido. Y sobre ese silencio el mar elevaba su rumor . El niño prestó mucha atención. Intuyó que ese silencio ocultaba algo, trataba de decir algo. "Este mar es el futuro", le dijeron al niño unas palabras que venían con la brisa. " Este mar son las palabras que no se han dicho, los poemas y los libros que aún no existen, los pensamientos que aún no se expresan. En este mar hay palabras que serán tuyas cuando tú las encuentres. De todas las que esperan en este mar, ¿cuáles deseas descubrir y decir?" El niño quiso correr emocionado hacia el mar pero las palabras lo detuvieron: "Antes tendrás que escoger. ¿Qué palabras te gustaría que fueran tuyas? ¿Ya las escuchas? Porque este mar siempre espera que tú llegues".

De pronto el niño recordó dónde estaba. Y que las palabras eran color. Aves. Estrellas. Y que había entrado hacía mucho tiempo en estas líneas blancas y negras, sin dibujos ni cuadritos pintados. Que el color, los sonidos, los objetos, los había visto, y sentido, y oído con su pensamiento. Y se frotó los ojos, sorprendido, y se dio cuenta que seguía leyendo aquí, en esta línea, donde no estaba el mar, ni la huerta, ni montañas, ni cielo. Que estaba leyendo esta línea donde termina este cuento. O donde comienza.

Ahora, lector, que tú también llegaste aquí, estamos seguros que vas a decirnos: "Momento, esto no es un libro para niños." Y nosotros responderemos: "No, no lo es. Este es un libro como la vida, que sólo es para niños cuando comienza."


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