Libros del Rincón


Un regalo genial


CUANDO Camila tenía ideas geniales saltaba del gusto. El duende la veía atónito.

Ella lo miró y le dijo:

—No te preocupes, no te voy a envolver para regalo.

El duende suspiró con alivio.

—Le voy a regalar el agujero negro.

—Ah no —repuso el duende verde—, eso no. Sólo yo sé donde está y no te lo daré nunca, nunca. —Lo dijo muy seguro, pero de pronto dudó.

—No te lo daré... a menos que...

—¿A menos que, qué?

—A menos que me des algo muy importante a cambio.

—¿Un cambalache?

—Exacto.

—Pero, ¿con qué te lo puedo cambalachar?

—Tienes que recuperar mi casa. Mañana a las 9:00 de la noche es la fiesta de Kinding.

—¿La fiesta de Kinding? ¿Qué es eso?

—Claro —reflexionó el duende como para sí— eres una niña lista, pero bastante tonta.

Y entonces le explicó, con la paciencia impaciente que se usa para explicar lo evidente:

—Kinding es la fiesta de cumpleaños de todos los duendes y se celebra cada 2 años. No puedo faltar. Mis hermanos me están esperando.

—Y ¿cómo puedo recuperar tu casa? ¿Qué tengo que hacer?

—Ese es tu problema, no el mío. La quiero aquí, mañana en la noche, a las 9 en punto.

Camila pensó que en esa tarde lo único que había logrado era cambalachar un problema por otro más grande, pero aceptó el reto.

—Muy bien —le dijo al duende— ahora tú me esperas aquí.

Sin darle tiempo a responder, lo guardó en el cajón de las flores secas y, por si acaso, lo encerró con llave. Camila llegó corriendo a la cocina. Su mamá acababa de sacar las galletas del horno. Como no sabía dónde había puesto los cortadores, las había cortado de cualquier manera.

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—¿Qué parecen?

—Parecen monstruos.

—Cierto —se rió su mamá—, son monstruos prehistóricos. ¡Vamos a decorarlos!

Mientras los pintaban con azúcar y colores vegetales, Camila le preguntó:

—¿Y tu arete?

—¿Cuál arete? —respondió su mamá.

Camila constató que el arete estaba ya en el agujero negro.

Los monstruos iban quedando muy bien.

—Oye mamá, cuando eras niña tú tenías una casita de muñecas, ¿verdad?

—Sí —recordó la mamá y se entusiasmó con el recuerdo—. Era una casita preciosa. Me la regaló mi abuela.

—¿Mi abuela?

—No, la mía, la hizo el abuelo.

—¿El tuyo?

—No, el de ella. Era enorme.

—¿El abuelo?

—No, la casita. Tenía de todo: recámaras, baño, comedor, cocina, sala. Abuela la decoró.

—¿Mi abuela?

—No, la de mi abuelo. Tenía muchos muebles y en los cajoncitos había toda clase de cosas diminutas.

—Y, ¿dónde está? —preguntó la niña, aunque ya sabía la respuesta.

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—Ay Camila, ¿cómo quieres que sepa?... Han pasa tantos años...

Camila pensó: en el agujero negro no está porque no la ha olvidado, así que tiene que estar en alguna parte. Se acordó de su abuela. Su mamá perdía todo, pero su abuela todo lo guardaba. Así que decidió hacerle una visita.

—Mañana voy a ir a ver a mi abuelita —dijo—; le llevaré unas galletas.

—¿De monstruos prehistóricos? —se sorprendió su mamá—. No sé si le gusten.


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