Libros del Rincón


Primer final


Mientras reflexiona en la forma de resolver el problema, Paolo tiene la sensación de que el héroe, desde lo alto de su caballo, ha ladeado la cabeza. No mucho, sólo lo suficiente para mirarle y guiñarle un ojo.

—Empiezo a ver visiones —murmura Paolo asustado. Pero el héroe de bronce insiste. Ahora, además, baja la mano que apuntaba fieramente a la meta y hace un gesto de invitación:

—Arriba —dice—, monta. En este caballo hay sitio para dos

—Pero yo... verás...

—Venga, no me hagas perder la paciencia. ¿Crees que yo no sé cabalgar sobre un círculo perfecto, sin salirme por la tangente? Yo te llevaré a hacer tu viaje geométrico. Te lo mereces porque no has dejado que te desanimen los obstáculos.

—Gracias, se lo agradezco de verdad, pero...

—Uff, qué pesado te pones. Y también eres soberbio. No te gusta que te ayuden ¿eh?

—No es por eso...

—Entonces es sólo para perder el tiempo parloteando. Sube y vámonos. Me gustas porque sabes dar algo bello y ponerlo en práctica sin pensar en las dificultades. Rápido, el caballo se está despertando... Has llegado aquí justamente en el único día del año en el que, no sé por qué hechizo, nos está permitido hacer una galopada, como en los buenos viejos tiempos... ¿Te decides o no?

Paolo se decide. Se agarra a la mano del héroe. Ya está en la silla. Ya vuela... Allí está la ciudad, a sus pies. Y allí, dibujado sobre la ciudad, un círculo de oro, un perfecto camino resplandeciente, tan preciso como el dibujado por el compás.


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