Libros del Rincón
El viejo señor siguió de aquella manera durante noches y noches, durante años y años, levantándose siempre, hiciera el tiempo que hiciera, y corriendo de un extremo a otro de la Tierra para ayudar a alguien. Apenas dormía unas horas, después de comer, sin ni siquiera desnudarse, en una poltrona más vieja que él.
Los vecinos empezaron a desconfiar.
Va a corretear. Es un vagabundo, ¿todavía no os habéis dado cuenta?
¿Un ladrón, eh? ¡Es verdad! ¡Eso explica el misterio!
Una noche hubo un robo en aquel edificio. Los vecinos le echaron la culpa al viejo señor. Registraron su casa y tiraron todo por los aires. El viejo señor protestaba con todas sus fuerzas:
¡Soy inocente! ¡Soy inocente!
¿Ah, sí? Entonces díganos ¿dónde estaba la noche pasada?
Estaba... ah, ya... estaba en Argentina, un campesino no conseguía encontrar su vaca y...
¡Escuchad qué descarado! ¡En Argentina! ¡Cazando vacas!
En fin, el viejo señor terminó en la cárcel. Y estaba desesperado porque todas las noches oía una voz que lloraba y no podía salir de su celda para ir en busca de quien le necesitaba.