Libros del Rincón
Una vez subió un gato al tren que va de Roma a Bolonia. Gatos en el tren siempre se han visto, generalmente dentro de un cestito, o en una caja con algún agujero para respirar. En el tren se han visto hasta gatos vagabundos, gatos de nadie que han caído en un vagón abandonado a la caza de topos. Pero éste de quien hablamos era un gato viajero y viajaba por su cuenta.
Llevaba una cartera negra bajo el brazo, como un abogado, pero no era un abogado, era un gato. Usaba gafas como un contable miope, pero no era un contable y veía estupendamente. Llevaba el abrigo y el sombrero como un galán, pero no era un galán, era un gato.
Entró en un compartimento de primera clase, echó el ojo a un sitio libre junto a una ventanilla y se sentó. En el compartimento ya había tres personas: una señora que iba a Arezzo a ver a una hermana, un comendador que iba a Bolonia por negocios y un jovencito que iba no se sabe dónde. La entrada del gato suscitó algunos comentarios:
Qué gato tan mono, bsss, bsss, bsss... Viajas solo, como un hombrecito ¿eh?
Esperemos que no tenga pulgas.
¿Pero no ve cómo está de limpio?
Esperemos que... bueno, querida señora, yo soy alérgico a los gatos. Esperemos que no me pegue el catarro.
Pero si no tiene catarro, ¿ cómo se lo va a pegar?
A mi me lo pegan todos, apreciada señora, me lo pegan hasta los que no lo tienen.
Bsss bsss, bsss... Te has adelantado para guardarle el sitio a tu dueña ¿eh?
Qué vocecita tan bonita. ¿Qué habrá dicho?
El jovencito habló por primera vez:
Ha dicho que no tiene dueños, es un gato libre y soberano.
O sea, un gato vagabundo observó suspicaz el comendador, esperemos que no me contagie el sarampión.
¿El sarampión? exclamó la señora. Pero si los gatos no tienen sarampión y además es una enfermedad que se pasa de niño.
Querida señora, yo no lo he pasado de niño. ¿Sabe que es más peligroso si se tiene de mayor?
El tren se puso en marcha y al cabo de un rato pasó el revisor.
Uy, el billete, a saber dónde lo habré metido... Espere, espere, tiene que estar aquí... Ah, sí, menos mal.
Gracias, señora. ¿Y el billete del gato?
Sólo faltaría eso estalló el comendador. No puedo aguantar a los gatos. Me hacen subir la tensión.
El gato tampoco es mío dijo el joven Es un gato que viaja por su cuenta.
Pero tiene que llevar billete.
No le despierte, que duerme... Es tan gracioso, mire que morrito.
Morrito o no, tengo que picarle el billete.
Bss, bss, bss hacía la señora, minino, minino..., ea, vamos, mira quién está...
El gato abrió un ojo detrás de otro y maulló:
¡Y encima protesta! criticó el comendador. Es como, para volverse loco. Por que no viaja en coche cama, digo yo...
No ha protestado explicó aquel joven. Ha dicho: ruego que me perdone, me había amodorrado...
Sí, parece que le gustan las palabras selectas.
Miao miao hizo de nuevo el gato.
¿Qué ha dicho ahora? preguntó la señora.
Ha dicho: por favor, aquí está mi billete tradujo el joven.
Oiga, compruébelo bien dijo el comendador al ferroviario, hay gente que viaja en primera con billete de segunda.
El billete es correcto, señor.
Miao, miao, miao maulló el gato enérgicamente.
Dice explicó el joven que debería ofenderse ante sus insinuaciones, pero le respeta en atención a sus canas.
Dice que ya ha visto que es calvo, pero que si tuviera pelo sería blanco.
Qué bien entiende usted la lengua de los gatos. ¿Cómo se las arregla?
Es fácil, basta con prestar mucha atención.
Pero cuánto habla ese gato gruñó el comendador. No se calla ni un momento.
¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho? preguntó la señora al joven.
Ha preguntado si le molesta el humo.
Qué va, minino, nada de eso... Uy, mire, me ofrece un cigarrillo... ¡Qué bien enciende! ¡Parece de verdad! Quiero decir, parece un auténtico fumador.
Si fuma es un fumador ¿no? refunfuñó el comendador. ¿Qué quería que fuese, un cazador de leones?
Miao miao. Ha dicho: hermoso día. Ayer no fue tan bonito. Esperemos que mañana sea tan bonito como hoy. ¿Van lejos sus señorías? Yo voy a Venecia por asuntos de familia.