Libros del Rincón


El cumpleaños de Charlie


—¡Feliz cumpleaños! —exclamaron los cuatro abuelos cuando Charlie entró en su habitación a la mañana siguiente.

Charlie sonrió nerviosamente y se sentó al borde de la cama. Sostenía su regalo, su único regalo, cuidadosamente entre las dos manos. DELICIA DE CHOCOLATE Y CARAMELO BATIDO DE WONKA, decía en el envoltorio.

Los cuatro ancianos, dos en cada extremo de la cama, se incorporaron sobre sus almohadas y fijaron sus ojos ansiosos en la chocolatina que Charlie llevaba en las manos.

El señor y la señora Bucket entraron en la habitación y se detuvieron a los pies de la cama, observando a Charlie.

La habitación se quedó en silencio. Todos esperaban ahora que Charlie abriese su regalo. Charlie miró la chocolatina. Pasó lentamente las puntas de los dedos de uno a otro extremo de la golosina, acariciándola amorosamente, y el envoltorio de papel brillante crujió suavemente en el silencio de la habitación.

Entonces la señora Bucket dijo con suavidad:

—No debes desilusionarte demasiado, querido, si no encuentras lo que estás buscando debajo del envoltorio. No puedes esperar tener tanta suerte.

—Tu madre tiene razón —dijo el señor Bucket.

Charlie no dijo nada.

—Después de todo —dijo la abuela Josephine—, en el mundo entero sólo hay tres billetes que aún no se han encontrado.

—Lo que debes recordar —dijo la abuela Georgina— es que, pase lo que pase, siempre tendrás la chocolatina.

—¡Delicia de Chocolate y Caramelo Batido de Wonka! —exclamó el abuelo George—. ¡Es la mejor de todas! ¡Te encantará!

—Sí —murmuró Charlie—. Lo sé.

—Olvídate de esos Billetes Dorados y disfruta de la chocolatina —dijo el abuelo Joe—. ¿Por qué no haces eso?

Todos sabían que era ridículo esperar que esta pobre y única chocolatina tuviese dentro el billete mágico, e intentaban tan dulce y amablemente como podían preparar a Charlie para su desencanto. Pero había otra cosa que los mayores también sabían, y era ésta: que por pequeña que fuese la posibilidad de tener suerte, la posibilidad estaba allí.

La posibilidad tenía que estar allí.

Esta chocolatina tenía tantas posibilidades como cualquier otra de contener el Billete Dorado.

Y por eso todos los abuelos y los padres estaban en realidad nerviosos y excitados como Charlie, a pesar de que fingían estar muy tranquilos.

—Será mejor que te decidas a abrirla o llegarás tarde a la escuela —dijo el abuelo Joe.

—Cuanto antes lo hagas, mejor —dijo el abuelo George.

—Ábrela, querido —dijo la abuela Georgina—. Ábrela, por favor. Me estás poniendo nerviosa.

Muy lentamente los dedos de Charlie empezaron a rasgar una esquina del papel del envoltorio.

Los ancianos se incorporaron en la cama, estirando sus delgados cuellos.

Entonces, de pronto, como si no pudiese soportar por más tiempo el suspenso, Charlie desgarró el envoltorio por el medio... y sobre sus rodillas cayó... una chocolatina de cremoso color marrón claro.

Por ningún sitio se veían rastros de un Billete Dorado.

—¡Y bien, ya está! —dijo vivamente el abuelo Joe—. Es justamente lo que nos imaginábamos.

Charlie levantó la vista. Cuatro amables rostros le miraban atentamente desde la cama. Les sonrió, una pequeña sonrisa triste, y luego se encogió de hombros, recogió la chocolatina, se la ofreció a su madre y dijo:

—Toma, mamá, coge un trozo. La compartiremos. Quiero que todo el mundo la pruebe.

—¡Ni hablar! —dijo su madre.

Y los demás exclamaron:

—¡No, no! ¡Ni soñarlo! ¡Es toda tuya!

Por favor —imploró Charlie, volviéndose y ofreciéndosela al abuelo Joe.

Pero ni él ni nadie quiso aceptar siquiera un mordisquito.

—Es hora de irte a la escuela, cariño —dijo la señora Bucket, rodeando con su brazo los delgados hombros de Charlie—. Date prisa o llegarás tarde.


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