Libros del Rincón


Llega el gran día


El sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era muy frío.

Junto a las puertas de la fábrica Wonka una gran multitud se había reunido para ver entrar a los cinco afortunados poseedores de los Billetes Dorados. La excitación era tremenda. Faltaban pocos minutos para las diez. La muchedumbre gritaba y se empujaba, y un grupo de policías intentaba mantenerla alejada de las puertas con los brazos unidos en cadena.

Al lado mismo de los portones, en un pequeño grupo celosamente protegido de la multitud por la policía, se hallaban los cinco famosos niños, junto con los mayores que habían venido a acompañarles.

La alta figura huesuda del abuelo Joe podía verse tranquilamente de pie entre los demás, y junto a él, fuertemente cogido de su mano, se hallaba el pequeño Charlie Bucket.

Todos los niños, excepto Charlie, iban acompañados de su padre y de su madre, y esto era de agradecer, ya que de no haber sido así, el grupo entero podía haberse desmandado. Estaban tan ansiosos por empezar que sus padres se veían obligados a detenerlos por la fuerza para impedir que trepasen por las verjas.

—-¡Tened paciencia! —gritaban los padres—. ¡Tranquilos! ¡Aún no es la hora! ¡Aún no son las diez!

Detrás de él, Charlie Bucket podía oír los gritos de la multitud al tiempo que ésta luchaba y se empujaba por ver a los famosos niños.

—¡Allí está Violet Beauregarde! —oyó que alguien exclamaba—. ¡Es ella, claro que sí! ¡Recuerdo su cara de los periódicos!

—¿Y sabes una cosa? —gritó alguien en respuesta—. ¡Aún sigue masticando ese espantoso chicle con el que lleva tres meses! ¡Mira sus mandíbulas! ¡Todavía siguen trabajando!

—¿Quién es ese chico tan gordo?

—¡Es Augustus Gloop!

—¡Es cierto!

—Es enorme, ¿no crees?

—¡Increíble!

—¿Quién es el niño que lleva una foto del Llanero Solitario impreso en la chaqueta?

—¡Ese es Mike Tevé! ¡El fanático de la televisión!

—¡Debe estar loco! ¡Mira todas esas ridículas pistolas que lleva colgando!

—¡A quien me gustaría ver es a Veruca Salt! —gritó otra voz en la multitud—. ¡Es la niña cuyo padre compró medio millón de chocolatinas y luego hizo que todos los obreros de su fábrica de cacahuates las desenvolvieran una a una hasta encontrar el Billete Dorado! ¡Le da todo lo que quiere! ¡Absolutamente todo! ¡Lo único que tiene que hacer es empezar a gritar para obtenerlo!

—Qué horror, ¿verdad?

—¡Espantoso!

—¿Cuál crees que es?

—¡Aquélla! ¡La que está allí, a la izquierda! ¡La niña que lleva el visón plateado!

—¿Cuál es Charlie Bucket?

—¿Charlie Bucket? Debe ser ese niño delgaducho que está junto a ese viejo que parece un esqueleto. Casi junto a nosotros. ¡Allí mismo! ¿Lo ves?

—¿Cómo no lleva un abrigo con el frío que hace?

—Ni idea. Quizá no tenga dinero para comprárselo.

—¡Caramba! ¡Debe estar helado!

Charlie, que se hallaba sólo a unos pasos de quien hablaba, apretó la mano del abuelo Joe, y el anciano miró al niño y sonrió.

A lo lejos, el reloj de una iglesia empezó a dar las diez.

Muy lentamente, con un agudo chirrido de goznes oxidados, los grandes portones de hierro de la fábrica empezaron a abrirse.

La muchedumbre se quedó súbitamente en silencio. Los niños dejaron de saltar. Todos los ojos estaban fijos en los portones.

¡Allí está! —gritó alguien. ¡Es él!

¡Y así era!


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