Libros del Rincón


Por el corredor


—Vaya, vaya, vaya —suspiró el señor Willy Wonka—, hemos perdido a dos niños traviesos. Quedan tres niños buenos. ¡Creo que lo mejor será que salgamos en seguida de esta habitación antes de perder a otro!

—Pero, señor Wonka —dijo ansiosamente Charlie Bucket—, ¿se pondrá bien Violet Beauregarde o se quedará para siempre convertida en arándano?

—¡La exprimirán sin pérdida de tiempo! —declaró el señor Wonka—. ¡La harán rodar dentro del exprimidor y saldrá de él delgada como un hilo!

—¿Pero seguirá siendo de color azul? —preguntó Charlie.

—¡Será de color púrpura! —gritó el señor Wonka—. ¡De un hermoso color púrpura de la cabeza a los pies! ¡Pero qué vamos a hacer! ¡Eso es lo que ocurre cuando se masca un repugnante chicle todo el día!.

—Si opina que el chicle es tan repugnante —dijo Mike Tevé—, ¿por qué lo hace usted en su fábrica?

—Me gustaría que hablaras más alto —dijo el señor Wonka—. No oigo una palabra de lo que dices. ¡Vamos! ¡Adelante! ¡Seguidme! ¡Volvemos otra vez a los corredores!

Y diciendo esto, el señor Wonka se dirigió a un extremo de la Sala de Invenciones y salió por una pequeña puerta secreta escondida detrás de un montón de tuberías y fogones. Los tres niños restantes, Veruca Salt, Mike Tevé y Charlie Bucket, junto con los cinco adultos que quedaban, salieron tras él.

Charlie Bucket vio que estaba ahora otra vez en uno de aquellos largos corredores pintados de rosa del que salían muchos otros corredores iguales. El señor Wonka corría delante de ellos, torciendo a la derecha y a la izquierda y a la derecha, y el abuelo Joe estaba diciendo:

—No te sueltes de mi mano, Charlie. Sería terrible perderse aquí.

El señor Wonka estaba diciendo:

—¡No tenemos tiempo que perder! ¡Jamás llegaremos a ningún sitio al ritmo que llevamos! —y siguió adelante por los interminables corredores rosados, con su chistera negra encasquetada en la cabeza y los faldones de su frac de terciopelo color ciruela volando detrás como una bandera al viento.

Pasaron delante de una puerta en la pared.

—¡No tenemos tiempo para entrar! —gritó el señor Wonka—. ¡Adelante! ¡Adelante!

Pasaron delante de otra puerta, y luego de otra, y de otra más. Ahora había puertas cada veinte pasos a lo largo del corredor, y todas tenían algo escrito, y extraños sonidos metálicos se oían detrás de varias de ellas, y deliciosos aromas se filtraban a través de los ojos de sus cerraduras, y a veces, pequeñas corrientes de vapor coloreado salían por las rendijas de debajo.

Charlie y el abuelo Joe debían andar a toda velocidad, casi corriendo, para mantener el paso del señor Wonka, pero pudieron leer lo que decía en algunas de las puertas a medida que pasaban delante de ellas. «ALMOHADAS COMESTIBLES DE MERENGUE», decía en una de ellas.

—¡Las almohadas de merengue son estupendas! —gritó el señor Wonka al pasar por allí—. ¡Harán furor cuando las envíe a las tiendas! ¡Pero no hay tiempo para entrar! ¡No hay tiempo para entrar!

«PAPEL COMESTIBLE PARA EMPAPELAR LOS CUARTOS DE LOS NIÑOS», decía en la puerta siguiente.

—¡El papel comestible es algo maravilloso! —gritó el señor Wonka, al pasar corriendo ante la puerta—. Tiene dibujos de frutas —plátanos, manzanas, naranjas, uvas, piñas, fresas y cornarinas...

—¿Cornarinas? —dijo Mike Tevé.

—¡No interrumpas! —dijo el señor Wonka—. El papel lleva estampados dibujos de todas estas frutas, y cuando se lame el dibujo de un plátano, sabe a plátano. Cuando se lame una fresa, sabe a fresa. Y cuando se lame una cornarina, sabe a cornarina...

—¿Pero a qué sabe una cornarina?

—Vuelves a hablar en voz baja —dijo el señor Wonka—. La próxima vez habla más alto. ¡Adelante! ¡Daos prisa!

«HELADOS CALIENTES PARA DÍAS FRÍOS», decía en la próxima puerta.

Muy útiles en invierno —dijo el señor Wonka, siempre corriendo—. El helado caliente reconforta muchísimo cuando el tiempo es muy frío. También fabrico cubos de hielo calientes para poner en las bebidas calientes. Los cubos de hielo calientes hacen que las bebidas calientes sean aún más calientes.

«VACAS QUE DAN LECHE CON CHOCOLATE», decía en la puerta siguiente.

—¡Ah, mis preciosas vaquitas! —exclamó el señor Wonka—. ¡Cómo quiero yo a esas vacas!

—Pero, ¿por qué no podemos verlas? —preguntó Veruca Salt—. ¿Por qué tenemos que pasar corriendo delante de todas estas hermosas habitaciones?

—¡Ya nos detendremos cuando llegue el momento! —dijo el señor Wonka—. ¡No seas tan impaciente!

«BEBIDAS GASEOSAS QUE LEVANTAN», decía en la próxima puerta.

—¡Oh, ésas son fabulosas! —gritó el señor Wonka—. Te llenan de burbujas, y las burbujas están llenas de un gas especial, y este gas es tan potente que te levanta del suelo como si fueras un globo, y te elevas hasta que tu cabeza se da contra el techo, y allí te quedas.

—Pero, ¿cómo se vuelve a bajar otra vez? —preguntó el pequeño Charlie.

—Eructando, por supuesto —dijo el señor Wonka—. Haciendo un largo, vigoroso, grosero, eructo, con lo que el gas sube y tú bajas. ¡Pero no las bebáis al aire libre! No se sabe hasta dónde podéis ascender si lo hacéis. Yo le di un poco a un Oompa-Loompa una vez en el jardín empezó a subir y a subir y a subir hasta que desapareció. Fue muy triste. Nunca más le volví a ver.

—Debía haber eructado —dijo Charlie.

—Claro que debía haber eructado —dijo el señor Wonka—. Yo le gritaba: «Eructa, tonto, eructa, o no podrás volver a bajar.» Pero no lo hizo, o no pudo hacerlo, o no quiso hacerlo. No lo sé. Quizá fuese demasiado educado. Ahora ya debe estar en la Luna.

En la próxima puerta decía: «CARAMELO CUADRADO QUE SE VUELVE REDONDO».

—¡Esperad! —gritó el señor Wonka, frenando de pronto hasta detenerse—. Estoy muy orgulloso de mi caramelo cuadrado que se vuelve en redondo. Echemos un vistazo.


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