Libros del Rincón


Mike Tevé es enviado por televisión


Mike Tevé estaba aún más excitado que el abuelo Joe al ver cómo una chocolatina era enviada por televisión.

—Pero, señor Wonka —gritó—. ¿Puede usted enviar otras cosas por el aire del mismo modo? ¿Cereal para el desayuno, por ejemplo?

—¡Por favor! —gritó el señor Wonka—. ¡No menciones esa horrible comida delante de mí! ¿Sabes de qué está hecho el cereal para el desayuno? ¡Está hecho de esas pequeñitas virutas de madera que se encuentran dentro de los sacapuntas!

—¿Pero podría enviarlo por televisión si quisiera como el chocolate? —preguntó Mike Tevé.

—¡Claro que podría!

—¿Y la gente? —preguntó Mike Tevé—. ¿Podría enviar a una persona de un lugar a otro de la misma manera?

—¡Una persona! —gritó el señor Wonka—. ¿Has perdido la cabeza?

—Pero, ¿podría hacerse?

—Santo cielo, niño, la verdad es que no lo sé... Supongo que sí... Sí, estoy casi seguro de que se podría... Claro que se podría... Aunque no quisiera correr el riesgo... Podría tener resultados muy desagradables...

Pero Mike Tevé ya había salido corriendo. En cuanto oyó al señor Wonka decir «Estoy casi seguro de que se podría... Claro que se podría», se volvió y echó a correr a toda prisa hacia el otro extremo de la habitación donde se encontraba la enorme cámara. «¡Miradme», gritaba mientras corría. «¡Seré la primera persona en el mundo enviada por televisión!»

¡No, no, no, no! —gritó el señor Wonka.

—¡Mike! —gritó la señora Tevé—. ¡Detente! ¡Vuelve aquí! ¡Te convertirás en un millón de diminutos trocitos!

Pero ahora ya no había quien detuviera a Mike Tevé. El enloquecido muchacho siguió corriendo, y cuando llegó junto a la enorme cámara se arrojó sobre el conmutador, dispersando Oompa-Loompas a derecha e izquierda.

—¡Hasta luego, cocodrilo! —gritó, y bajó el conmutador, y en el momento de hacerlo, saltó en medio del brillo de la poderosa lente.

Hubo un relámpago cegador.

Luego se hizo el silencio.

Entonces la señora Tevé corrió hacia él... Pero se paró en seco en medio de la habitación... Y allí se quedó... Mirando el sitio donde había estado su hijo... Y su gran boca roja se abrió y de ella salió un grito:

—¡Ha desaparecido! ¡Ha desaparecido!

—¡Santo cielo, es verdad! —gritó el señor Tevé.

El señor Wonka se acercó corriendo y puso suavemente una mano en el hombro de la señora Tevé.

—Esperemos que todo vaya bien —dijo—. Debemos rezar para que su hijo aparezca sano y salvo en el otro extremo.

—¡Mike! —gritó la señora Tevé, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Dónde estás?

—Te diré donde está —dijo el señor Tevé—. Está volando por encima de nuestras cabezas en un millón de diminutos trocitos.

—¡No digas eso! —gimió la señora Tevé.

—Debemos observar la pantalla del televisor —dijo el señor Wonka—. Puede aparecer en cualquier momento.

El señor y la señora Tevé, el abuelo Joe, el pequeño Charlie y el señor Wonka se reunieron en torno al aparato de televisión y miraron nerviosamente la pantalla. En la pantalla no se veía nada.

—Está tardando muchísimo en aparecer —dijo el señor Tevé, enjugándose la frente.

—Dios mío —dijo el señor Wonka—. Espero que ninguna de sus partes quede atrás.

—¿Qué quiere usted decir? —dijo vivamente el señor Tevé.

—No quisiera alarmarles —dijo el señor Wonka—, pero a veces ocurre que sólo la mitad de los trocitos vuelve a aparecer en la pantalla del televisor. Eso sucedió la semana pasada. No se por qué, pero el resultado fue que sólo apareció la mitad de la chocolatina.

La señora Tevé lanzó un chillido de horror:

—¿Quiere usted decir que sólo la mitad de Mike volverá a nosotros?

—Esperemos que sea la mitad superior —dijo el señor Tevé.

—¡Un momento! —dijo el señor Wonka—. ¡Miren la pantalla! ¡Algo está sucediendo!

La pantalla de repente había empezado a parpadear.

Luego aparecieron unas líneas onduladas.

El señor Wonka ajustó uno de los botones y las líneas desaparecieron.

Y ahora, muy lentamente, la pantalla empezó a ponerse cada vez más brillante.

—¡Aquí viene! —gritó el señor Wonka—. ¡Sí, es él!

—¿Está entero? —gritó la señora Tevé.

—No estoy seguro —dijo el señor Wonka—. Aún es pronto para saberlo.

Borrosamente al principio, pero haciéndose cada vez más clara a medida que pasaban los segundos, la imagen de Mike Tevé apareció en la pantalla. Estaba de pie, saludando a la audiencia y sonriendo de oreja a oreja.

—¡Pero si es un enano! —gritó el señor Tevé.

—¡Mike! —gritó la señora Tevé—. ¿Estás bien? ¿Te falta algún trocito?

—¿Es que no se va a poner más grande? —gritó el señor Tevé.

—¡Háblame, Mike! —gritó la señora Tevé. ¡Di algo! ¡Dime que estás bien!

Una pequeña vocecita, no más alta que el chillido de un ratón, salió del aparato:

—¡Hola, mamá! —dijo—. ¡Hola, papá! ¡Miradme! ¡Soy la primera persona en el mundo que ha sido enviada por televisión!

—¡Cójanlo! —ordenó el señor Wonka—. ¡De prisa!

La señora Tevé alargó la mano y cogió la diminuta imagen de Mike Tevé de la pantalla.

Graphics

—¡Hurra! —gritó el señor Wonka—. ¡Está entero! ¡Está completamente intacto!

—¿Llama a eso intacto? —dijo la señora Tevé, escudriñando la miniatura de niño que corría ahora de un extremo a otro sobre la palma de su mano, agitando sus pistolas al aire.

Mike Trevé no medía más de dos centímetros de altura.

—¡Ha encogido! —dijo el señor Tevé.

—¡Claro que ha encogido! —dijo el señor Wonka—. ¿Qué esperaban?

—¡Esto es terrible! —gimió la señora Tevé ¿Qué vamos a hacer?

Y el señor Tevé dijo:

—¡No podremos enviarlo así a la escuela! ¡Le pisarán! ¡Le aplastarán!

—¡No podrá hacer nada! —gritó la señora Tevé.

—¡Sí que podré! —chilló la vocecita de Mike Tevé—. ¡Podré ver la televisión!

—¡Nunca más! —rugió el señor Tevé—. ¡Tiraré el aparato de televisión por la ventana en cuanto lleguemos a casa! ¡Ya estoy harto de la televisión!

Al oír esto, Mike Tevé cogió una tremenda rabieta. Empezó a saltar como loco sobre la palma de la mano de su madre, chillando y gritando e intentando morderle los dedos. «¡Quiero ver la televisión», chillaba. «¡Quiero ver la televisión! ¡Quiero ver la televisión! ¡Quiero ver la televisión!»

—-¡Ven! ¡Dámelo a mí! —dijo el señor Tevé, y cogió al diminuto niño, se lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta y lo cubrió con su pañuelo. Gritos y chillidos se oyeron desde el interior del bolsillo, que se sacudía con los esfuerzos del pequeño prisionero para salir.

—Oh, señor Wonka —sollozó la señora Tevé—. ¿Cómo podremos hacerle crecer?

—Bueno —dijo el señor Wonka, acariciándose la barba y mirando pensativamente al techo—. Debo decir que eso será un tanto difícil. Pero los niños pequeños son muy elásticos y flexibles. Se estiran muchísimo. ¡De modo que lo que haremos será ponerlo en una máquina especial que tengo para probar la elasticidad del chicle. ¡Quizá eso lo devuelva a su tamaño normal!

—¡Oh, gracias! —dijo la señora Tevé.

—No hay de qué, mi querida señora.

—¿Cuánto cree que se estirará —preguntó el señor Tevé.

—Kilómetros, quizá —dijo el señor Wonka—. ¿Quién sabe? Pero se quedará terriblemente delgado. Todo se hace más delgado cuando se estira.

—¿Como el chicle, por ejemplo? —preguntó el señor Tevé.

—Exactamente.

—¿Cómo de delgado se quedará? —preguntó ansiosamente la señora Tevé.

—No tengo la más mínima idea —dijo el señor Wonka—. Y de todas maneras no importa, porque pronto le engordaremos otra vez. Lo único que tendremos que hacer es darle una dosis triple de mi maravilloso Caramelo de Supervitaminas. El Caramelo de Supervitaminas contiene enormes cantidades de vitamina A y vitamina B. También contiene vitamina C, vitamina D, vitamina E, vitamina F, vitamina G, vitamina I, vitamina J, vitamina K, vitamina L, vitamina M, vitamina N, vitamina O, vitamina P, vitamina Q, vitamina W, vitamina X, vitamina Y y, créanlo o no, vitamina Z. Las únicas dos vitaminas que no contiene son la vitamina S, porque le pone a uno enfermo, y la vitamina H, porque hace que le crezcan a uno cuernos en la cabeza como a un toro. Pero tiene una dosis muy pequeña de la vitamina más rara y más mágica de todas: la vitamina Wonka.

—¿Y ésa qué le hará? —preguntó ansiosamente el señor Tevé.

—Hará que le crezcan los dedos de los pies hasta que sean tan largos como los de las manos...

—¡Oh, no! —gritó la señora Tevé.

—No sea tonta —dijo el señor Wonka—. Es algo muy útil. Podrá tocar el piano con los pies.

—Pero, señor Wonka...

—¡No quiero discusiones, por favor! —dijo el señor Wonka. Se volvió y chasqueó tres veces los dedos en el aire. Inmediatamente un Oompa-Loompa apareció junto a él—. Sigue estas órdenes —dijo el señor Wonka, dándole al Oompa-Loompa un pedazo de papel en el que había escrito las instrucciones precisas—. Y encontrarás al niño en el bolsillo de su padre. ¡Ya pueden irse! ¡Adiós, señora Tevé! ¡Adiós, señor Tevé! ¡Y, por favor, no se preocupen! Todos aparecen en la colada, ¿saben?, todos y cada uno...

En un extremo de la habitación, los Oompa-Loompas estaban junto a la cámara gigante tocando ya sus diminutos tambores y empezando a saltar arriba y abajo siguiendo el ritmo.

—¡Ya está otra vez! —dijo el señor Wonka—. Me temo que no se pueda impedir que canten.

El pequeño Charlie cogió la mano del abuelo Joe, y los dos se quedaron de pie, junto al señor Wonka en medio de la larga y brillante habitación, escuchando a los Oompa-Loompas. Y esto es lo que cantaron:

Hemos aprendido algo primordial,

Algo que a los niños les hace mucho mal,

Y eso es que en el mundo no haya nada peor

Que sentarles frente a un televisor.

De hecho, sería muy recomendable

Suprimir del todo ese trasto abominable.

En todas las casas que hemos visitado

Así a los pequeños hemos encontrado:

Absortos, dormidos, casi idiotizados,

Mirando la tele como hipnotizados,

Con los ojos fijos en esa pantalla

Hasta que sus órbitas parece que estallan.

(Ayer vimos algo que aterra y asombra:

Seis pares de ojos rodar por la alfombra.)

Sentados mirando, mirando sentados,

Parecen de veras estar hechizados.

Borrachos de imágenes, ahítos de ruido,

Ciegos y atontados y reblandecidos.

Oh, sí, ya sabemos que les entretiene

Y que por lo menos quietos les mantiene.

No gritan, no lloran, no brincan, no juegan,

No saltan ni corren, tampoco se pegan.

A usted eso le da mucha tranquilidad,

Es libre de hacer muchas cosas, ¿verdad?

Mas yo le pregunto, ¿ha pensado un momento

Para qué le sirve a su hijo este invento?

¡LE PUDRE TODAS LAS IDEAS!

¡MATA SU IMAGINACIÓN!

¡HACE QUE EN NADA, NADA CREA!

¡DESTRUYE TODA SU ILUSIÓN!

SU POBRE MENTE SE TRANSFORMA

EN UN INÚTIL REFLECTOR

CON VER FIGURAS SE CONFORMA,

¡NO SUEÑA, NI EVOCA, NI PIENSA, SEÑOR!

«¡Muy bien!», dirá usted, «¡Muy bien!», gritará,

Mas si nos llevamos el televisor,

¿Qué haremos en cambio, qué se les dará

Para mantenerlos en orden, señor?

A esa pregunta yo responderé

Con otra, que es ésta: Los niños, ¿qué hacían

Para divertirse, cómo entretenían

Sus horas de ocio, qué los mantenía

Tranquilos, contentos, quietos y callados,

Felices, absortos y atentos

Antes de que este diabólico invento

Se hubiese inventado?

¿No lo recuerda? Se lo diremos

En voz muy alta, lo gritaremos

Para que acierte a comprender:

¡SOLÍAN... LEER, LEER, LEER!

LEÍAN y LEÍAN y procedían

A leer aún más. Y todo el día

Lo dedicaban a leer libros, y por doquier,

En bibliotecas y estanterías,

Sobre las mesas, en librerías,

¡Bajo las camas siempre había

Miles de libros para leer!

Historias fantásticas y maravillosas

De fieros dragones y reinas hermosas,

De osados piratas, de astutos ladrones,

De elefantes blancos, tigres y leones.

De islas misteriosas, de orillas lejanas,

De tristes princesas junto a una ventana,

De valientes príncipes, apuestos, galantes,

De exóticas playas, países distantes,

Historias de miedo, hermosas y raras,

Los más pequeñitos leían los cuentos

¡Historias que hacían que el tiempo volara!

De Grimm y de Andersen, de Louis Perrault.

Sabían quién era la Bella Durmiente,

Y la Cenicienta, y el Lobo Feroz.

Las Mil y Una Noches de magia nutrían

Con mil y una historias sus ensoñaciones.

La gran Scheherezade de la mano traía

A Alí Babá y los Cuarenta Ladrones,

A Aladino y su lámpara maravillosa,

Al genio que otorga deseos e ilusiones

Y mil aventuras a cual más hermosa.

¡Qué libros más bellos leían

Los niños que antaño vivían!

Por eso rogamos, por eso pedimos

Que tiren muy lejos el televisor,

Y en su sitio instalen estantes de libros

Que llenen sus horas de gozo y fervor.

Ignoren sus gritos, ignoren sus lloros,

No importan protestas, ni quejas, ni llanto.

Dirán que es usted un malvado y un ogro

Con caras de furia, de odio, de espanto.

Mas no tenga miedo, pues le prometemos

Que al cabo de pocos, de muy pocos días

Al verse aburridos, diciendo, «¿Qué hacemos

Para entretener estas horas vacías?»,

Irán poco a poco acercándose al sitio

Donde usted ha instalado esa librería,

Y cogerán un libro de cualquier estante,

Lo abrirán con cautela, recelosos primero,

Pero ya superados los primeros instantes

No podrán apartarse y lo leerán entero.

Y entonces, ¡qué gozo, qué dulce alegría

Llenará sus ojos y su corazón!

Se preguntarán cómo pudieron un día

Dejarse embrujar por la televisión.

Y al correr los años, cuando sean mayores,

Recordarán por siempre con agradecimiento

Aquel día feliz, aquel fausto momento

En que usted cambió libros por televisores.

P. D. En cuanto a Mike Tevé,

Sentimos tener que decir

Que con un poco de fe

Quizá logremos impedir

Que quede así. A ver si crece,

Aunque si no, ¡se lo merece!


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