Libros del Rincón


La Sala del Chocolate de Televisión


La familia Tevé, junto con Charlie y el abuelo Joe, salieron del ascensor a una habitación tan cegadoramente brillante y tan cegadoramente blanca que fruncieron sus ojos de dolor y dejaron de caminar. El señor Wonka les entregó un par de gafas negras a cada uno y dijo:

—¡Poneos esto, de prisa! ¡Y no os las quitéis aquí dentro! ¡Esta luz podría cegaros!

En cuanto Charlie se hubo puesto las gafas negras, pudo mirar cómodamente alrededor. Lo que vio fue una habitación larga y estrecha. La habitación estaba toda pintada de blanco. Hasta el suelo era blanco, y no había una mota de polvo por ningún sitio. Del techo colgaban unas enormes lámparas que bañaban la habitación con una brillante luz blanco-azulada. La habitación estaba completamente desnuda, excepto a ambos extremos, En uno de estos extremos había una enorme cámara sobre ruedas, y un verdadero ejército de Oompa-Loompas se apiñaba a su alrededor, engrasando sus mecanismos y ajustando sus botones y limpiando su gran lente de cristal. Los Oompa-Loompas estaban vestidos de una manera extraña. Llevaban trajes espaciales de un color rojo brillante —al menos parecían trajes espaciales—, cascos y gafas, y trabajaban en el más completo silencio. Mirándolos, Charlie experimentó una extraña sensación de peligro. Había algo peligroso en todo este asunto, y los Oompa-Lompas lo sabían. Aquí no cantaban ni hablaban entre ellos, y se movían alrededor de la enorme cámara negra lenta y cautelosamente con sus rojos trajes espaciales.

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En el otro extremo de la habitación, a unos cincuenta pasos de la cámara, un único Oompa-Loompa (vistiendo también un traje espacial) estaba sentado ante una mesa negra mirando la pantalla de un enorme aparato de televisión.

—¡Aquí estamos! —gritó el señor Wonka, saltando de entusiasmo—. Esta es la Sala de Pruebas de mi último y más grande invento: ¡el Chocolate de Televisión!

—Pero ¿qué es el Chocolate de Televisión? —Preguntó Mike Tevé.

—¡Por favor, niño, deja de interrumpirme! —dijo el señor Wonka—. Funciona por televisión. Personalmente, no me gusta la televisión. Supongo que no está mal en pequeñas dosis, pero los niños nunca parecen poder mirarla en pequeñas dosis. Se sientan delante de ella todo el día mirando y mirando la pantalla...

—¡Ese soy yo! —dijo Mike Tevé.

—¡Cállate! —dijo el señor Tevé.

—Gracias —dijo el señor Wonka—. Y ahora os diré cómo funciona este asombroso aparato de televisión. Pero, en primer lugar, ¿sabéis cómo funciona la televisión ordinaria? Es muy simple. En uno de los extremos, donde se está filmando la imagen, se sitúa una gran cámara de cine y se empieza a fotografiar algo. Las fotografías son entonces divididas en millones de diminutas piezas, tan pequeñas que no pueden verse, y la electricidad envía estas diminutas piezas al cielo. En el cielo empiezan a volar sin orden ni concierto hasta que de pronto se encuentran con la antena que hay en el techo de alguna casa. Entonces descienden por el cable que comunica directamente con el aparato de televisión, y allí son ordenadas y organizadas hasta que al fin cada una de esas diminutas piececitas encuentra su sitio apropiado (igual que un rompecabezas), y ¡presto! la fotografía aparece en la pantalla...

—No es así como funciona exactamente —dijo Mike Tevé.

—Soy un poco sordo de la oreja izquierda —dijo el señor Wonka—. Tendrás que perdonarme si no oigo todo lo que dices.

—¡He dicho que no es así como funciona exactamente! —gritó Mike Tevé.

—Eres un buen chico —dijo el señor Wonka—, pero hablas demasiado. ¡Y bien! La primera vez que vi como funcionaba la televisión ordinaria tuve una fantástica idea. «¡Oídme bien», grité, «si esta gente puede desintegrar una fotografía en millones de trocitos y enviar estos trocitos a través del espacio y luego volver a ordenarlos en el otro extremo, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo con una chocolatina? ¿Por qué no puedo enviar una chocolatina a través del espacio en diminutos trocitos y luego ordenar los trocitos en el otro extremo listos para comer?»

—¡Imposible! —gritó Mike Tevé.

—¿Te parece? —gritó el señor Wonka—. ¡Pues bien, mira esto! ¡Enviaré ahora una barra de mi mejor chocolate de un extremo a otro de la habitación por televisión! ¡Preparaos! ¡Traed el chocolate!

Inmediatamente, seis Oompa-Loompas aparecieron llevando sobre los hombros la barra de chocolate más enorme que Charlie había visto nunca. Era casi tan grande como el colchón sobre el que él dormía en casa.

—Tiene que ser grande —explicó el señor Wonka—, porque cuando se envía algo por televisión siempre sale mucho más pequeño de lo que era cuando entró. Aun con la televisión ordinaria, cuando se fotografía a un hombre de tamaño normal, nunca sale en la pantalla más alto que un lápiz, ¿verdad? ¡Allá vamos entonces! ¡Preparaos! ¡No, no! ¡Alto! ¡Detened todo! ¡Tú! ¡Mike Tevé! ¡Atrás! ¡Estás demasiado cerca de la cámara! ¡De ese aparato salen unos rayos muy peligrosos! ¡Podrían dividirte en millones de trocitos en un segundo! ¡Por eso los Oompa-Loompas llevan trajes espaciales! ¡Los trajes les protegen! ¡Muy bien! ¡Así está mejor! ¡Adelante! ¡Encended!

Uno de los Oompa-Loompas agarró un gran conmutador y lo pulsó hacia abajo.

Hubo un relámpago cegador.

—¡El chocolate ha desaparecido! —gritó el abuelo Joe, agitando los brazos.

¡Y tenía razón! ¡La enorme barra de chocolate había desaparecido completamente!

—¡Ya está en camino! —gritó el señor Wonka—. Ahora está volando por el espacio encima de nuestras cabezas en un millón de diminutos trocitos. ¡De prisa! ¡Venid aquí! —corrió hacia el otro extremo de la habitación donde estaba el gran aparato de televisión, y los demás le siguieron—. ¡Observad la pantalla! —gritó—. ¡Aquí viene! ¡Mirad!

La pantalla parpadeó y se encendió. Entonces, de pronto, una pequeña barra de chocolate apareció en el centro de la pantalla.

—¡Cogedla! —gritó el señor Wonka, cada vez más excitado.

—¿Cómo vamos a cogerla? —preguntó riendo Mike Tevé—. ¡Es sólo una imagen en una pantalla de televisión!

—¡Charlie Bucket! —gritó el señor Wonka—. ¡Cógela tú! ¡Alarga la mano y cógela!

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Charlie alargó la mano y tocó la pantalla, y de pronto, milagrosamente, la barra de chocolate apareció entre sus dedos. Su sorpresa fue tan grande que casi la dejó caer.

—¡Cómetela! —grito el señor Wonka—. ¡Vamos, cómetela! ¡Será deliciosa! ¡Es la misma chocolatina! ¡Se ha vuelto más pequeña durante el viaje, eso es todo!

—¡Es absolutamente fantástico! —exclamó el abuelo Joe—. ¡Es... es... es un milagro!

—¡Imaginaos! —gritó el señor Wonka—. Cuando empiece a utilizar esto a lo largo del país... Estaréis en vuestra casa mirando la televisión y de pronto aparecerá un anuncio en la pantalla y una voz dirá, «¡COMED LAS CHOCOLATINAS DE WONKA! ¡SON LAS MEJORES DEL MUNDO! ¡SI NO LO CREÉIS, PROBAD UNA AHORA MISMO...!» ¡Y lo único que tendréis que hacer es alargar la mano y cogerla! ¿Qué os parece, eh?

—¡Magnífico! —gritó el abuelo Joe—. ¡Cambiará el mundo!


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