Libros del Rincón


Los otros niños se van a sus casas


—Debemos bajar a ver a nuestros amigos antes de nada —dijo el señor Wonka. Apretó un botón diferente y el ascensor empezó a descender, y al cabo de un momento estaba sobrevolando las puertas de la fábrica.

Mirando hacia abajo, Charlie podía ver ahora a los niños y a sus padres, de pie en un pequeño grupo junto a los portones.

—Sólo puedo ver a tres —dijo—. ¿Quién falta?

—Supongo que Mike Tevé —dijo el señor Wonka—. Pero vendrá pronto. ¿Ven los camiones? —el señor Wonka señaló una fila de gigantescos camiones cubiertos aparcados a poca distancia de allí.

—Sí —dijo Charlie—. ¿Para qué son?

—¿No recuerdas lo que decía en los Billetes Dorados? Todos los niños se vuelven a sus casas con una provisión de golosinas para el resto de sus vidas. Hay un camión para cada uno cargado hasta el tope. ¡Ajá, allá va vuestro amigo Augustus Gloop! ¿Le veis? ¡Está subiéndose al primer camión con su padre y su madre!

—¿Quiere usted decir que de verdad está bien? —preguntó Charlie asombrado—. ¿Aun después de haber pasado por ese horrible tubo?

—Claro que está bien —dijo el señor Wonka.

—¡Ha cambiado! —dijo el abuelo Joe, mirando a través de la pared de cristal del ascensor— ¡Era muy gordo! ¡Ahora está delgado como un hilo!

—Claro que ha cambiado —dijo riendo el señor Wonka—. Ha encogido dentro del tubo. ¿No lo

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recuerdan? ¡Miren! ¡Allá va Violet Beauregarde, la fanática del chicle. Parece que después de todo se las han arreglado para exprimirla. Me alegro mucho. ¡Y qué aspecto más saludable tiene! ¡Mucho mejor que antes!

—¡Pero tiene la cara de color púrpura! —gritó el abuelo Joe.

—Es verdad —dijo el señor Wonka—. Pero eso no tiene remedio.

—¡Dios mío! —gritó Charlie—. ¡Miren a la pobre Veruca Salt y al señor y la señora Salt! ¡Están cubiertos de basura!

—¡Y aquí viene Mike Tevé! —dijo el abuelo Joe—. ¡Santo cielo! ¿Qué le han hecho? ¡Mide tres metros de altura y está tan delgado como un fideo!

—Le han estirado demasiado en la máquina de estirar chicle —dijo el señor Wonka—. Qué descuidados.

—Pero, ¡eso es horrible para él! —gritó Charlie.

—Tonterías —dijo el señor Wonka—. Tiene mucha suerte. Todos los equipos de baloncesto del país intentarán contratarle. Pero ahora —añadió— ha llegado el momento de dejar esos cuatro niños tontos. Tengo algo muy importante que decirte, mi querido Charlie —el señor Wonka apretó otro botón y el ascensor se elevó hacia el cielo.


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