LOS PÁRAMOS

Y YA ESTABAN EN LOS páramos, que eran llanos sin fin; anchas llanuras desoladas donde toda la tierra tenía un color plomizo, sin variación ni brillo, aun las zarzas, los espinos, los cardos y los chicalotes; porque no crecía otra cosa en aquella tierra seca, caliente y mustia, poblada por miles, por millones de alimañas: ciempiés, viudas negras y tarántulas; alacranes y víboras: puritita ponzoña.

Así, además de arriesgado, atravesar los páramos era aburrido y fatigoso. Todo el tiempo cielo y llano, y otra vez llano y cielo y cielo y llano. Siempre lo mismo. A cualquier otro viajero, por no haber señalamiento: árbol, río, cerro o peñón, le hubiera resultado imposible no perderse, pero no lo fue a Quetzalcóatl y a su doble, porque a ellos los astros les mostraban el camino.