Libros del Rincón


Prefacio


Lo logré. Una vez más logré escribir un libro de cuentos de hadas. Y cumplida la tarea, pienso en el cuento italiano en el que la Reina, en lugar de la tan esperada hija, da a luz a una plantita de romero, a la que riega con leche. Mis cuentos de hadas son plantitas de romero, nacimientos extraños, muy deseados, casi de otra naturaleza, que sólo bañados con leche —o sangre— pueden crecer y revelar la hija que contienen.

Como en un embarazo, la gestación sucede aparentemente más allá de mi voluntad, siéndome dado participar con el vientre y el oído bien atento. Pero, al contrario de un embarazo, el tiempo de maduración es imprevisible. Cada historia tiene lo suyo. A veces, basta jalar la invisible punta de un hilo para que la historia se deslice, ordenada, casi lista, completa. Pero otras veces, ese hilo se rompe en el preciso momento en que yo creía tenerlo firme, los personajes se detienen, y como en la Bella Durmiente, el tiempo de la historia se sumerge en el sueño.

Entonces sé que va a ser necesario esperar. Pero, sólo por ansiedad, insisto todavía, llamo, imploro. No sirve de nada. Mientras más trato de inventarle un destino al cuento, más mecánico me parece ese destino, lejano de la emoción. Y estoy obligada a rechazarlo.

Muchos años pueden pasar sin que el beso o la espada despierten a la Bella. Así ocurrió, por ejemplo, con el cuento "Como un collar". Cuando la princesa que miraba sólo hacia adentro surgió, yo estaba trabajando en el libro Doce reyes y la joven en el laberinto del viento. ¡Con qué emoción la recibí! Excesivo, tal vez, porque la ingrata se estancó a la mitad del camino, y no hubo modo de convencerla para proseguir. Terminé el libro sin ella. Pero viviéndola en mí, así por la mitad, me angustiaba tanto que, en aquel mismo año del 81, llegué a presentarla en una mesa redonda sobre procesos de creación, y nuevamente en una conferencia para alumnos de la UFRJ. Quién sabe, el personaje insistía en aparecer.

Fue, hasta hoy lo sé, una falta de respeto al personaje. Es probable que a eso se deba el silencio de casi diez años. Pero aprendí la lección. Y ella me perdonó, al regresar en este nuevo libro.

De igual manera hay historias que van adelante de mí, que maduran cuando yo estoy verde todavía. Entonces son ellas las que necesitan esperar. Como "Por el rumbo de la estrella", cuento escrito al mismo tiempo que "Una idea toda azul". Ya estaba terminado, y yo no estaba segura, dudaba. Lo dejé fuera de aquel libro. Y ya estaba ahí, listo. Lo dejé fuera del segundo. Sólo ahora lo alcancé, sólo ahora supe que ya no había nada qué agregar. Y tengo que hacer penitencia por la arrogancia de mis juicios, que se creyeron más sabios que la propia creación.

Mis cuentos de hadas son plantas de romero. Y si por un instante les falta la leche, entonces las hojas se secan y refugian en el invierno. Pero yo espero; y espero, excavando la tierra, porque conozco la primavera que me invade cuando un día, de repente, comienzan de nuevo a brotar.


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