Libros del Rincón


II. El concierto


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Un día decidió la mamá de Lilus llevarla a un concierto en Bellas Artes. Ese edificio bodocudo, blanco, con algo de dorado y mucho de hundido.

Lilus tenía tres álbumes de discos que tocaba a todas horas. Como era medio teatrera, lloraba y reía al son de la música. Y hasta en la Pasión Según San Mateo hallaba modo de hacer muecas, sonreía y se jalaba los pelos... Deshacía sus trenzas, se tendía sobre la cama abanicándose con un cartón y fumando en la pipa oriental de su papá... A Lilus no le vigilaban las lecturas, y un día cayó en este párrafo: "Nada expresa mejor los sentimientos del hombre, sus pasiones, cólera, dulzura, ingenuidad, tristeza, que la música. Usted encontrará en ella el conflicto que tiene en su propio corazón. Es como un choque entre deseos y necesidades; el deseo de pureza y la necesidad de saber". Así que cuando su mamá le anunció que la llevaría al concierto, Lilus puso cara de explorador, y se fueron las dos...

Un pobre señor chiquito dormía en el concierto. Un pobre señor chaparrito de sonora respiración. Dormía tristemente, con la cabeza de lado, inquieto por haberse dormido. Cuando el violín dejaba de tocar, el sueño se interrumpía y el señor levantaba tantito la cabeza; pero al volver el violín, la cabeza caía otra vez sobre su hombro. Entonces los ronquidos cubrían los pianísimos del violín.

Esto irritaba a las gentes. Unas jóvenes reían a escondidas. Las personas mayores se embebían en la música, aparentando que no podían oír otra cosa. Sólo un señor y una señora (esos seres que se preocupan por el bienestar de la humanidad) le daban en la espalda, a pequeños intervalos, unos golpecitos secos y discretos.

Y el pobrecito señor dormía. Estaba triste y tonto. Tonto porque es horrible dormirse entre despiertos. Triste porque tal vez en su casa la cama era demasiado estrecha, y su mujer en ella demasiado gorda. Y el sillón de pelusa que le servía de asiento en Bellas Artes, debió parecerle entonces sumamente cómodo.

Muchas veces las gentes lloran porque encuentran las cosas demasiado bellas. Lo que les hace llorar, no es el deseo de poseerlas, sino esa profunda melancolía que sentimos por todo lo que no es, por todo lo que no alcanza su plenitud. Es la tristeza del arroyo seco, ese caminito que se retuerce sin agua... del túnel en construcción y nunca terminado, de las caras bonitas con dientes manchados... Es la tristeza de todo lo que no está completo.

Lilus la exploradora se dedica a mirar a los espectadores. Hay unos que concentran su atención inquieta en la orquesta, y que sufren como si los músicos estuvieran a punto de equivocarse. Ponen cara de grandes conocedores, y con un gesto de la mano, o tarareando en voz bajísima algún pasaje conocido, inculcan en los vecinos su gran conocimiento musical. Hay otros que oyen con humildad. Avergonzados, no saben qué hacer con sus manos. Están muy pendientes de la hora del aplauso, vigilan su respiración, y se mortifican cada vez que a un desconocido se le ocurre sonarse, toser, o aplaudir a destiempo. Son los inocentes que participan en la culpa de todos. Los demás están muy conscientes de su humanidad, preocupados por su menor gesto, el pliegue o la arruga de su vestido. De vez en cuando alguien se abandona a sus impulsos. Con el rostro en éxtasis, los ojos cerrados y los agujeritos de la nariz muy abiertos, se entrega a sabe Dios qué delicias...

"¡Bravo!" "¡Bravísimo!" Entre aplausos, y con su cara sonriente, la mamá de Lilus se inclina para advertirle: "El andante estuvo maravilloso. ¡Ay, mi pobre niña, pero si tú no sabes lo que es un andante! Ahora mismo te voy a contar la vida de Mozart, y la de sus andantes y todo..."

Las dos se van muy contentas. Lilus porque cree que le van a contar un cuento. La mamá, porque está convencida de que es una intelectual...


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