Libros del Rincón


Uno


Javi se siente como si se hubiera quedado manco, cojo, sin su sombra.

Eso. Exactamente eso: sin su sombra.

¿Cómo explicarlo? A veces ni siquiera se daba cuenta. Le pasaba como si fuera un anillo que uno trae en la mano durante mucho tiempo. No molesta, no pesa. Está en la mano.

Sólo se siente su ausencia, el vacío en el dedo cuando quitamos el anillo.

Así era con el Manchas, su perro.

Pongamos por caso que Javi se sentaba, el Manchas se sentaba junto a él.

Pegadito-pegadito, a su lado.

Y se quedaba allí, muy quieto, y luego echaba una siestecita, pero atento siempre a los movimientos de Javi.

Si Javi se levantaba, el Manchas se levantaba para seguirlo adondequiera, dentro y fuera de la casa.

¿Y ahora?

Se lo habían llevado. Lejos.

Todo era diferente ahora.

Primero el viaje: decirle adiós al mundo conocido, decirle adiós a la abuela y llegar al otro país donde se hablaba otra lengua.

Cierto que en unas pocas semanas la entendía y al cabo de un par de meses la hablaba...

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Después...

fue acostumbrándose a moverse en dos idiomas.

Eso no era malo, después de todo y tenía hasta ventajas.

¡Claro que sí!

Era divertido jugar con las palabras y decir groserías, en dos idiomas.

A el Manchas no necesitaba hablarle. Lo entendía todo sin palabras.

Lo adivinaba.

Javi para aquí, Javi para allá y el Manchas detrás de él.

¿Y ahora?

Está solo.

Rodeado de gentes que le hablan y cuyas palabras él no quiere escuchar.

Javi se siente solo.

Solo.

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