Libros del Rincón


La maravillosa medicina n.° 4


Cuando volvieron a la cocina otra vez, Jorge, mientras su padre le observaba ansiosamente, echó cuarto litro de aceite de motor y un poco de anticongelante en la gigantesca cacerola.

—¡Hiérvelo de nuevo! —dijo el señor Locatis—. ¡Hiérvelo y revuélvelo!

Jorge lo hirvió y lo revolvió.

—Nunca os saldrá bien —dijo la señora Locatis—. No olvidéis que no sólo ha de tener las mismas cosas, sino exactamente las mismas cantidades de esas cosas. ¿Y cómo podéis conseguir eso?

—¡No te metas en esto! —chilló el Sr. Locatis—. ¡Va bien! ¡Esta vez lo hemos logrado, ya lo verás!

Esta era la maravillosa medicina de Jorge número 4 y, después de que hirviese un par de minutos, Jorge la llevó en una taza al patio, una vez más. El Sr. Locatis corrió tras él. La Sra. Locatis les siguió más despacio.

—Vas a tener algunos pollos verdaderamente raros, si sigues así —dijo ella.

—¡Ofrécesela, Jorge! —gritó el señor Locatis—. ¡Dale una cucharada a esa de allí!

Señaló a una gallina marrón. Jorge se arrodilló y tendió la cuchara con la nueva medicina.

—Pita-pita-pita —dijo—. Prueba esto.

La gallina marrón se acercó y miró la cuchara. Luego, picó.

«Auuch», hizo la gallina. Después, un gracioso pitido salió de su pico.

—¡Mirad cómo crece! —gritó el señor Locatis.

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—No estés tan seguro —dijo la señora Locatis—. ¿Por qué silba de ese modo?

—¡Cállate, mujer! —gritó el Sr. Locatis—. ¡Dale una oportunidad!

Permanecieron allí, mirando fijamente a la gallina marrón.

—Se está volviendo más pequeña —dijo Jorge—. Mírala, papá. Se está encogiendo.

Y así era, realmente. En menos de un minuto, la gallina se había encogido tanto que no era mayor que un pollito recién nacido. Tenía un aspecto ridículo.


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