Libros del Rincón


La maravillosa medicina n.° 3


—¡Aquí está! —gritó el Sr. Locatis, al entrar corriendo en la cocina—. ¡Un paquete de polvos antipulgas y una lata de betún marrón!

Jorge echó los polvos en la gigantesca olla. Luego, sacó el betún de la lata y lo añadió también.

—¡Revuélvelo, Jorge! —gritó el señor Locatis—. ¡Dale otro hervor! ¡Esta vez lo hemos conseguido! ¡Apuesto a que lo hemos conseguido!

Después de haber hervido y removido la maravillosa medicina número 3, Jorge llenó una taza con la mezcla para probarla en otro pollo. El Sr. Locatis corrió tras él, agitando los brazos y dando brincos.

—¡Ven a verlo! —le gritó a la señora Locatis—. ¡Ven a ver cómo convertimos un pollo corriente en otro grandísimo y hermoso, que ponga huevos del tamaño de balones!

—Espero que lo hagáis mejor que la otra vez —dijo la Sra. Locatis, siguiéndoles al patio.

—Venid, pollos —dijo Jorge, ofreciéndoles una cucharada de la medicina número 3—. Pollitos. Pita-pita-pita-pita. Tomad un poco de esta estupenda medicina.

Un magnífico gallo joven, negro con la cresta roja, se acercó con pasitos menudos. El gallo miró la cuchara y picó.

«Kikirikíííí», cantó el gallo, saliendo disparado por los aires y bajando de nuevo.

—¡Obsérvale ahora! —gritó el señor Locatis—. ¡Observa cómo crece! ¡En cualquier momento empezará a hacerse cada vez más grande!

El Sr. Locatis, la Sra. Locatis y el pequeño Jorge se quedaron mirando fijamente al gallo negro. El gallo permaneció muy quieto, con aspecto de tener dolor de cabeza.

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—¿Qué le ocurre a su cuello? —preguntó la Sra. Locatis.

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—Se está alargando —dijo Jorge.

—Ya lo creo que se está alargando —dijo la Sra. Locatis.

Por una vez, el Sr. Locatis no dijo nada.

—La última vez fueron las patas dijo la Sra. Locatis—. Ahora es el cuello. ¿Quién va a querer un pollo con el cuello largo? Los cuellos de pollo no se comen.

Era un espectáculo extraordinario. El cuerpo del gallo no había crecido nada. Pero el cuello medía ya dos metros.

—Bueno, Jorge —dijo el Sr. Locatis—. ¿Qué más se te ha olvidado?

—No lo sé —dijo Jorge.

—Claro que lo sabes —dijo el Sr. Locatis—. Anda, hijo, piensa. Probablemente falta una sola cosa vital y tienes que acordarte de lo que es.

—Puse un poco de aceite de motor que encontré en el garaje —dijo Jorge—. ¿Tenías eso en la lista?

—¡Eureka! —gritó el Sr. Locatis—. ¡Esa es la respuesta! ¿Qué cantidad pusiste? —Cuarto de litro —dijo Jorge.

El Sr. Locatis fue corriendo al garaje y encontró otro cuarto litro de aceite. —Y un poco de anticongelante —le gritó Jorge—. También eché un poco de anticongelante.


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