Libros del Rincón
Jorge se sentó en la mesa de la cocina. Temblaba un poco. ¡Oh, cómo odiaba a la abuela! Odiaba verdaderamente a aquella horrenda vieja bruja. Y, de repente, tuvo un tremendo impulso de hacerle algo. Algo absolutamente terrorífico. Un verdadero sobresalto. Una especie de explosión. Quería que un estallido evaporase el olor a bruja que la rodeaba, impregnando la habitación de al lado. Aunque tuviese sólo ocho años, era un muchacho valiente. Estaba dispuesto a encargarse de esa vieja.
No voy a tener miedo de ella se dijo en voz baja. Pero sí lo tenía. Y por eso, de pronto, quería hacerla volar en pedazos.
Bueno... no enteramente. Pero sí deseaba asustar un poco a la vieja.
Bien, entonces... ¿Cómo sería este terrorífico y explosivo sobresalto que le iba a dar a la abuela?
Le hubiera gustado ponerle un petardo debajo de la silla, pero no lo tenía.
Le hubiera gustado meterle una serpiente larga y verde por el cogote, pero no tenía una serpiente larga y verde.
Le hubiera gustado echar seis ratas gordas y negras en la habitación y encerrarla con ellas, pero no tenía seis ratas gordas y negras.
Mientras Jorge estaba allí sentado, meditando sobre este interesante problema, su mirada cayó sobre el frasco de la medicina marrón de la abuela, colocado sobre el aparador. Tenía aspecto de ser una porquería. Cuatro veces al día le metían en la boca una gran cucharada y no le hacía el menor bien. Después de tomarla seguía siendo tan espantosa como antes. Una medicina debía servir, sin duda, para mejorar a una persona. Si no hacía ese efecto, era completamente inútil.
¡E-pa!, pensó Jorge de pronto. ¡A-ja! ¡Jum! Ya sé lo que voy a hacer. Le prepararé una nueva medicina, una medicina tan fuerte, tan explosiva y tan fantástica que la curará completamente o le volará la cabeza. Le haré una medicina mágica, una medicina que ningún médico del mundo ha hecho jamás.
Jorge miró el reloj de la cocina. Eran las diez y cinco. Faltaba casi una hora hasta que a la abuela le tocara la próxima dosis, a las once.
¡Allá voy! gritó Jorge, saltando sobre la mesa. ¡Será una medicina mágica!
Así que dame un bichito
y una pulga saltarina.
Dame dos caracoles
y tres lagartijas.
Y una anguila del mar
y el aguijón venenoso
de un abejorro horroroso.
Y el jugo de la azufaifa
y la taba polvorienta
de alguna oveja sarnosa.
Y también otras cien cosas,
asquerosas y sangrientas.
Mientras hierven les daré vueltas,
y será una horrible y fuerte mezcla.
Y luego, ¡ale jop! ¡Toma ahí!
Una cucharada (tápate la nariz).
Abuelita, ¿te gustará?
¿Reventará? ¿Estallará?
¿Saldrá volando sobre los caminos?
¿Se desvanecerá en nubes de humo?
¿Como una cerveza se irá en espuma?
¿Quién sabe? Yo, no. Habrá que esperar.
Me alegro de no ser yo quien se lo ha de tomar.
¡Oh, abuela, si tú supieras
lo que con tu medicina te espera!