Libros del Rincón


Jorge empieza a hacer la medicina


Jorge sacó una enorme cacerola del armario de la cocina y la puso sobre la mesa.

—¡Jorge! —la voz aguda llegó desde la habitación contigua—. ¿Qué estás haciendo?

—Nada, abuela —gritó.

—¡No creas que no puedo oírte, simplemente porque has cerrado la puerta! ¡Estás haciendo ruido con los cacharros!

—Estoy arreglando la cocina, abuela.

Entonces hubo un silencio.

Jorge no tenía ni la más mínima duda sobre cómo iba a preparar su famosa medicina. No iba a hacer el tonto preguntándose si poner un poquito de esto o un poquito de aquello. Sencillamente, iba a poner TODO lo que pudiese encontrar. Nada de embarullarse, nada de titubear, nada de preguntarse si una determinada cosa haría que la vieja cayera redonda. La regla sería ésta: cualquier cosa que viera, tanto si era un líquido, un polvo o una crema, lo echaría dentro.

Nadie había hecho nunca una medicina como ésta. Si no curaba a la abuela realmente, por lo menos produciría resultados emocionantes. Sería digno de verse.

Jorge decidió recorrer todas las habitaciones, una a una, para ver qué podían ofrecerle.

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Iría primero al cuarto de baño. Siempre hay un montón de cosas divertidas en un cuarto de baño. Así que subió las escaleras, llevando entre los brazos la enorme cacerola de dos asas.

En el cuarto de baño, contempló codiciosamente el famoso y temido armarito de las medicinas. Pero no se acercó a él. Era lo único en toda la casa que le estaba prohibido tocar. Le había hecho solemnes promesas a sus padres respecto a esto y no iba a romperlas. Le habían dicho que allí había cosas que podían matar a una persona y, aunque se proponía darle a la abuela un trago bien ardiente, no quería encontrarse con un cadáver en las manos. Jorge dejó la cacerola en el suelo y se puso a trabajar.

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Lo primero fue un frasco con una etiqueta que decía CHAMPÚ BRILLODORADO. Lo vació en la cazuela.

—Esto debería dejarle la tripa bien limpia —dijo.

Cogió un tubo lleno de PASTA DENTAL y lo estrujó completamente, sacando un largo gusano de pasta.

—Puede que eso le ponga blancos esos horrorosos dientes marrones.

Había un aerosol de JABÓN DE AFEITAR SUPERESPUMA que pertenecía a su padre. A Jorge le encantaba jugar con aerosoles. Apretó el botón y mantuvo el dedo sobre él hasta que no quedó nada. Una maravillosa montaña de espuma blanca se formó en la gigantesca cazuela.

Con los dedos, sacó el contenido de un tarro de CREMA FACIAL ENRIQUECIDA con VITAMÍNAS.

Volcó dentro un frasco de ESMALTE DE UÑAS escarlata.

—Si la pasta dental no le limpia los dientes, esto se los pondrá rojos como las rosas.

Encontró otro tarro de algo cremoso cuya etiqueta decía DEPILATORIO. EXTIÉNDALO SOBRE SUS PIERNAS Y DÉJELO ACTUAR DURANTE CINCO MINUTOS. Jorge lo echó entero dentro de la cacerola.

Había un frasco con un producto amarillo llamado FAMOSO TRATAMIENTO ANTICASPA. Lo echó también.

Había algo llamado BRILLIDENT. PARA LA LIMPIEZA DE DENTADURAS POSTIZAS. Era un polvo blanco. A la cacerola.

Encontró otro aerosol, DESODORANTE NUNCAMÁS. GARANTIZADO, ponía, PARA MANTENERTE LIBRE DE MOLESTOS OLORES CORPORALES TODO EL DÍA.

—Debería usar gran cantidad de esto —dijo Jorge, mientras pulverizaba todo el contenido dentro de la olla.

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PARAFINA LÍQUIDA, se llamaba lo siguiente. Era un frasco grande. No tenía la menor idea de qué efecto haría, pero, de todas formas, lo vertió dentro.

Eso, pensó, mirando a su alrededor, era todo en el cuarto de baño.

En el tocador de su madre, en el dormitorio, encontró un estupendo aerosol más. Se llamaba LACA HELGA. MANTÉNGALO A CINCO CENTÍMETROS DE SU PELO Y PULVERICE LIGERAMENTE. Lo roció entero en la olla. Le entusiasmaba apretar los aerosoles.

Había un frasco de perfume llamado FLORES DE NABO. Olía a queso rancio. Adentro.

Y adentro, también, una caja de POLVOS grande y redonda. Se llamaba YESO ROSA. Encima había una borla de polvos y la tiró dentro para que le trajese suerte.

Vio un par de LÁPICES DE LABIOS. Sacó las barritas rojas y grasientas de sus estuches y las añadió a la mezcla.

El dormitorio no podía ofrecerle nada más; por lo tanto, Jorge bajó las escaleras con la enorme cazuela y entró en el lavadero, donde los estantes estaban repletos de toda clase de productos de limpieza.

El primero que cogió fue un paquete grande de SUPERBLANCO PARA LAVADORAS AUTOMÁTICAS. LA SUCIEDAD, decía, DESAPARECERÁ COMO POR ARTE DE MÁGIA. Jorge no sabía si la abuela era automática o no, pero ciertamente era una vieja sucia.

—Así que le convendrá tomarlo todo —dijo, volcando el paquete entero.

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Luego había una lata grande de CERABONA. QUITA LA SUCIEDAD Y LA PORQUERÍA DE LOS SUELOS Y DEJA TODO DESLUMBRANTE, decía. Jorge cogió con la mano la cera anaranjada y la dejó caer en la olla.

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Había un paquete redondo de cartón con la etiqueta POLVOS ANTIPULGAS PARA PERROS. MANTÉNGASE BIEN APARTADO DE LA COMIDA DEL PERRO, decía, PORQUE ESTOS POLVOS, SI LOS TOMA, HARÁN ESTALLAR A SU ANIMAL.

—Estupendo —dijo, echándolo todo en la olla.

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Encontró una caja de SEMILLAS PARA CANARIOS en el estante.

—A lo mejor hace cantar a esa pájara vieja —dijo.

A continuación, Jorge exploró la caja de los objetos para limpiar zapatos: cepillos, latas y gamuzas. Vamos a ver, pensó, la medicina de la abuela es marrón, por lo tanto, mi medicina también debe ser marrón, porque, si no, se olerá el pastel. La manera de darle color, decidió, sería ponerle BETÚN MARRON. La lata grande que eligió tenía la etiqueta TOSTADO OSCURO. Magnífico. Lo sacó todo con una cuchara vieja y lo echó en la olla. Ya lo removería más tarde.

Camino de la cocina, Jorge vio una botella de GINEBRA sobre el aparador. La abuela era muy aficionada a la ginebra. Le permitían tomar un traguito todas las tardes. Ahora él le daría por el gusto. Echaría la botella entera. Así lo hizo.

Al volver a la cocina, colocó la inmensa cacerola sobre la mesa y se acercó al armario que servía de despensa. Los estantes estaban abarrotados de botellas y frascos de todo tipo. Eligió los siguientes y los fue vaciando uno por uno en la olla:

UNA LATA DE POLVO DE CURRY

UNA LATA DE POLVO DE MOSTAZA

UN FRASCO DE SALSA DE CHILI «SUPERPICANTE»

UNA LATA DE PIMIENTA NEGRA

UN FRASCO DE SALSA DE RÁBANOS

—¡Ajá! —dijo en voz alta. ¡Con esto vale!

—¡Jorge! —llegó la voz chillona desde la otra habitación—. ¿Con quién estás hablando? ¿Que estás haciendo?

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—Nada, abuela, absolutamente nada —contestó.

—¿Es ya la hora de mi medicina?

—No, abuela, todavía falta media hora.

—Bueno, pero que no se te olvide.

—No, abuela —respondió Jorge—. Te prometo que no me olvidaré.


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