Libros del Rincón


Esta historia termina como empezó, pero distinta


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Éstas son algunas de las cosas que pasaron en el famoso día del acto:

1) ¡Vino mi abuela Julia! Eso primero y principal porque la quiero tanto y porque, como vive en Monterrey, la veo poco. Además de venir, trajo pastelitos de dulce de camote (y a mí el dulce de camote sí que me gusta).

2) También vino tío Miguel Ángel. Mi tío Miguel Ángel es hermano de mi mamá. Cuando yo era chiquita, mi tío Miguel Ángel me tiraba por el aire y volvía a cacharme, ¡y yo me reía tanto! Ahora ya no puede tirarme por el aire, pero me hace chistes, y yo me río igual que antes. En cuanto mi tío Miguel Ángel me vio le dijo a mi mamá: "Estela, esta chica es idéntica a tí cuando te peinabas con trenza". Cuando mi tío dijo eso, mi mamá se sonrió y yo me la quedé mirando.

3) La obra "Todos queremos ser libres" fue un gran éxito. Todos aplaudieron mucho, a pesar de que Martín se equivocó dos veces y a Paula se le soltó el cinturón mientras estaba hablando. Cuando terminó, Federico y yo subimos al escenario para saludar al público. Como somos los autores... Federico dice que yo me puse colorada, pero yo digo que no es cierto. (Para mí que el que gritaba "¡Bravo! ¡Bravo! "allá en el fondo era mi tío Miguel Angel.)

4) Verónica habló en voz demasiado baja. Fue una lástima porque el "¡Yo también quiero ser libre!" le salió tan debilucho que daba pena. Los de la última fila se quejaron de que no podían oírla. Cuando terminó el acto vino a despedirse y quedamos en ir al cine a ver Los fugitivos (la están dando en el cine de la avenida). Dice que me va a prestar todos sus casetes (si yo prometía que se los iba a cuidar mucho). Yo, en una de ésas, le presto un libro de María Elena Walsh que es para chicos más chicos pero que a mí siempre vuelve a darme risa. (Pero todavía no sé si quiero prestarle algo.)

5) Mi papá me abrazó muy fuerte y me dijo que la obra había estado muy bien. También me contó que a él, cuando era chico, le gustaba escribir historias. Pero que nunca había terminado ninguna. Yo pensé: "Es la primera vez que mi papá me cuenta un secreto". Y sentí un calorcito en el pecho. Lo abracé y le di un beso grande.

6) Al mediodía, mi abuela Julia, mi tío Miguel Ángel, mi papá, mi mamá y yo comimos un asado en la terraza. No hacía nada de frío, y los geranios de las macetas tenían un montón de flores.

7) En la tarde vino mi tía Raquel con un nuevo membrillete. Esta vez, en un platón sin ramilletes pero con cerezas, un platón bastante bonito. Lástima que al entrar se tropezó con Baldomero y el platón se le fue al suelo. Digo que es una lástima porque a mi tío Miguel Ángel le gusta tanto pero tanto el membrillete que es capaz de comerse hasta el que hace mi tía Raquel.

8) Entre las cuatro y media y las cinco y cuarto, mi tía Raquel y mi abuela Julia se la pasaron discutiendo acerca de si los gatos son o no son traicioneros. Mi papá y mi tío Miguel Ángel discutieron de política (como faltan pocos días para las elecciones). A mí, las discusiones siguen dándome un poco de susto, por lo visto, porque cuando mi papá levantaba la voz, a mí el corazón empezaba a latirme con fuerza.

9)...

"Bueno", dirán ustedes, "todo eso está muy bien, pero ¿y el monstruo?"

Bien, gracias. Está acá nomás. Acá mismito, sentado (o tirado o agachado o arrodillado, nunca se puede saber con los bichos tan redondos) encima de la mesa, calentándose bajo la luz de la lámpara mientras yo escribo esta historia.

Ni siquiera lo vi cuando ¿saltó? ¿voló? ¿flotó? desde mi bolsillo. Es que es difícil de ver a simple vista. Está muy cambiado. Mucho más chiquito. Casi no pesa. Parece casi una pelusa, con pelos verdes, pelos violeta y, de tanto en tanto, pelos azules, una pelusa de esas que siempre quedan metidas en un rincón del bolsillo.

Fue una suerte que me animara a hablarle de mi monstruo a mi abuela Julia, en la tarde, en la terraza con geranios, después del asado y antes de que llegara mi tía Raquel con el membrillete en su platón de cerezas.

—¿Quieres que te desenrede el pelo, Inesita? —me preguntó mi abuela.

Y yo fui corriendo a buscar mi peine favorito y un banquito, porque me encanta que me peinen suave y sin jalarme (como hace mi abuela siempre).

Mientras el peine iba encontrando y deshaciendo los nudos y el sol me iba entibiando la espalda, con la cabeza apoyada en las rodillas gordas de mi abuela Julia, empecé a hablar, como sin darme cuenta.

—Abue, ¿sabes una cosa, abue? A veces me pasa que... Abue: tengo un monstruo en el bolsillo.

Y ustedes no me lo van a creer pero mi abuela Julia se sonrió, fue pasando la mano por su saquito de lana gris hasta acariciarse el bolsillo (que estaba un poco inflado, como si tuviese un pañuelito arrugado en el fondo) y dijo:

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—Bueno, Inesita, eso no es nada. El que más el que menos tiene un monstruo en el bolsillo.

Yo le miré el bolsillo con los ojos muy abiertos.

—Pero también tengo el pañuelo, eh —me dijo ella.

Y las dos nos pusimos a reír a carcajadas.

Y después, en voz muy baja, despacito, mientras el peine bajaba y volvía a bajar, hablamos de los monstruos (porque dice mi abuela que ése es el mejor método para achicarlos). Hablamos un rato largo y después no hablamos más porque tampoco es cuestión de pasarse un día de tanto sol hablando sólo de monstruos.

El lunes siguiente, cuando me puse el delantal, mi monstruo se había achicado mucho, era casi una pelusa.

Por eso este libro termina como empieza, pero distinto:

TENGO UN MONSTRUO EN EL BOLSILLO, PERO ES CHIQUITO Y NO ASUSTA.


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