Libros del Rincón


Éste sí que es un capítulo importante porque suceden cosas verdaderamente Maravillosas, Terribles y Extraordinarias


"Más cosas Maravillosas, Terribles y Extraordinarias!", dirán ustedes. "Otras", digo yo. Y no es para menos porque en este capítulo se habla del famoso día del acto.

Por lo pronto, no fue una mañana de broncas porque me levanté muy temprano, me lavé bien la cara, me cepillé los dientes hasta sacarles brillo, me peiné con una trenza muy larga y me puse el broche blanco.

—¡Inuchita! ¡Qué linda estás hoy! —me dijo mi papá cuando entré en la cocina.

Y yo me senté a tomar la leche pensando que éste parecía un día bueno, un día tibiecito, que no parecía el día peligroso de mis pesadillas.

—Inés, ponte el delantal que está en la percha. Está recién planchado y ya tiene el escudo puesto.

Por un momento pensé que, en una de ésas, si tenía suerte, el monstruo se iba a quedar pegado en el delantal sucio y yo iba a poder ir brincando con delantal limpio y bolsillos vacíos a la escuela.

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Pero no. En cuanto descolgué el delantal de la percha me di cuenta de que pesaba demasiado, de que el bolsillo derecho estaba gordo y redondo, inflado. Mi monstruo no me dejaba así nomás. Mi monstruo no me dejaba.

No me animé a tratar de sacarlo. Todavía tenía la mano un poco lastimada.

—¡Pero, Inés! ¡No hace falta que lleves la chamarra! ¡Mira qué bonito día!

"Mami, los días no pueden ser bonitos cuando una tiene un monstruo en el bolsillo", tendría que haber dicho yo, pero no dije nada.

Cuando entré a la escuela, mi alma se tropezó y casi se me cae al suelo: todos los que actuaban en la obra se estaban disfrazando dentro del aula. "Si yo hiciera de Gerónima", pensé "estaría poniéndome la blusita de holanes". ¡Sentí tanta pena!

Verónica tenía un traje azul con encaje y una mantilla negra. Se había pintado tres (¡tres!) lunares en el cachete y tenía los labios muy rojos. Pero no parecía contenta.

"Está disfrazada de Gerónima", pensé yo, "pero no es Gerónima... Gerónima no puede ser Verónica porque Gerónima soy yo". Y se ve que pensar eso me hizo bien porque enseguidita el alma me volvió al cuerpo y pude entrar sin tropezarme al aula.

La señorita Betty estaba muy nerviosa. Se notaba que estaba nerviosa porque estaba despeinada, tenía los cachetes colorados y tartamudeaba un poco.

—Ven, Inés. Ayúdame. A ver si tú puedes pintarle los bigotes a Federico con este corcho. Nnnno sé qué me pasa que no me sale.

A mí, muchas veces una maestra me había parecido mala, pero era la primera vez que una maestra me parecía tonta. Me quité la chamarra para estar más cómoda y no importó que se me viera el bolsillo.

El bigote de corcho quemado me salió muy bien porque Federico se quedó bien quieto, mirándome la trenza.

—Nunca te habías peinado así —me dijo.

—No, nunca.

Después del bigote de Federico, me ocupé de la golera de Sebastián, que tenía poco pegamento y se le estaba desarmando. Después pinté la cara de negro a Andrés, peiné a Yanina y estaba tratando de ayudar a Paula a abrocharse un cinturón de terciopelo que le quedaba demasiado chico, cuando oí:

—¡Por favor! ¡Por favor!

No tuve que darme vuelta para saber que era Verónica.

Estaba tan nerviosa que se había puesto a llorar. Cuando la miré de reojo vi que ya se le habían despintado los tres lunares de la cara.

—¡Por favor! —pedía.

—"¡Por favor! ¡Por favor!" —se burló Martín—. Ya, Verónica. Eres una histérica.

—¿Por qué lloras, Verónica? —le pregunté.

Verónica lloraba porque el peinetón se le resbalaba y la mantilla se le caía al suelo, porque el vestido era demasiado largo y se lo pisaba, porque no se acordaba si tenía que entrar antes que Andrés o después que Andrés, porque le dolía un poco la panza, porque el papá no iba a venir al acto porque el papá no soporta los actos y porque la mamá no iba a venir al acto porque la mamá no soporta levantarse tan temprano y, si se levanta temprano, después anda nerviosa todo el día.

Por todo eso Verónica pedía por favor y lloraba con muchísimo ruido.

—No seas tonta, Verónica. Vas a estropear la obra —dijo Paula, que seguía peleándose con su cinturón.

—Sí, eso mismo, Verónica. Tranquilízate de una vez porque si no tu papel lo hace Inés y listo.

Cuando la señorita Betty dijo eso, a mí me pasó algo extraño porque no pensé: " ¡Claro! ¡Que me deje a mí! ¡Al fin de cuentas Gerónima soy yo!". Tampoco pensé: "Verónica es una chocante y le tengo coraje". Creo que más bien pensé: "La señorita Betty volvió a no darse cuenta".

Y miré y vi a Verónica con la cara sucia de los lunares despintados, con el peinetón caído y la mantilla arrugada, con los mocos que le corrían por la cara, apretándose las manos contra el vestido de encaje y repitiendo siempre igual, pero ahora en voz más baja:

—¡Por favor! ¡Por favor!

Entonces, sin que nadie más me oyera le dije:

—Ven. Yo te ayudo.

Fuimos al baño para que se lavara la cara.

—Ahora siéntate acá que yo te peino.

Y empecé a peinarla despacio.

—¿Viste qué poquito pelo tengo? —se quejaba mientras se sonaba los mocos con el pañuelo—. Poquito y finito. Es un desastre.

Y yo pensé que tenía mucha razón, que su pelo no era bonito, que era más bien un desastre.

Le sujeté el peinetón con mi broche blanco y le pinté un solo lunar (porque con uno solo quedaba mucho más bonita). Después ella bajó la cabeza para que yo le pusiera la mantilla y la levantó de golpe y me preguntó:

—¿Qué tienes en el bolsillo?

—Nada. Cosas mías —le dije y después le expliqué con cuidado—: cuando Andrés termine de hablar, tú entras de golpe, con mucha fuerza (porque Gerónima es muy valiente) y gritas en voz bien alta: "¡Yo también quiero ser libre!"


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