Libros del Rincón


11. Rayos y truenos


Graphics

Desde el cielo llegaban sonidos fuertes, como si algunos ángeles arrastraran muebles y rasparan el piso de las nubes.

Mayte, parada frente a su casa observaba el rápido movimiento de la mancha gris —que ya había terminado de pintar todo el horizonte— y aspiraba el aire húmedo, cada vez más húmedo.

Salva se deslizaba por la calle en su patineta, moviendo las caderas a uno y otro lado para intentar alcanzar olas imaginarias.

Javier, sentado en la banqueta, masticaba otro de sus famosos panes con dulce y, con la boca llena de migas, intentaba comunicarle algo a su amigo.

—Pagece queg sef viegnef lag togmentaf —decía mientras de su boca salían pequeñas bolitas de pan.

Pero Mayte pensaba en otra cosa: en unas horas llegaría su padre y, finalmente, con la ayuda de su madre, tendría que pedirle permiso para jugar el partido.

La apuesta no era sólo hacer dos goles: sabía que si no podía jugar, entonces sí tendría que convertirse en la novia del Gordo.

Ya se imaginaba las burlas de sus amigas en el patio de la escuela.

—¡Parecen un 10!

—¡Gordeo y Maylieta!

¡Puaj! No sólo tendría que aguantar todas las bromas, sino que de veras tendría que ser la novia del Gordo.

¡Ya vería ese galán panzón la patada que recibiría si intentaba darle un beso!

Mayte movió su pie en el aire y, sin querer, le pegó a Javier en la espalda.

—¡Uf! ¿Queg hagcef? ¿Taf locaf.?

Mayte pidió perdón y le dijo que estaba practicando para el partido.

Pero la tarde ya terminaba de irse. Ahora tendría que entrar a la casa, hacer sus tareas escolares, mirar en la televisión las caricaturas y, después, sentarse a esperar y a esperar y a esperar.

A las ocho llegó su padre. Traía esa cara de Muy Cansado de siempre, pero también la saludó más alegremente que de costumbre.

—¿Viste? Se viene una gran tormenta —dijo.

Mayte dijo que sí.

—Es que ya me cayeron algunas gotas. ¿No te parece una suerte? Por fin se terminará la sequía.

—La verdad es que hacía mucha falta —agregó la madre.

Graphics

Mayte pensó que lejos, en el campo, las vacas bailarían de alegría.

Media hora después, justo en medio de la cena, escucharon algo que los hizo quedarse con los tenedores en la boca.

Era una explosión.

Algo así como un ¡crrrrraaaaac! que había hecho vibrar todos los vidrios de la ventana.

—Creo que fue un rayo —dijo el padre levantándose de la mesa.

Mayte también se levantó, pero su madre le dijo que primero tenía que terminar lo que estaba en su plato.

Comió tan rápido que los cachetes se le inflaron y después salió, con la boca todavía llena, a la puerta.

Su padre, de pie en la vereda, señalaba el campanario de la iglesia.

¡Cayó en la iglesia, en el pararrayos!

Mayte nunca había escuchado esa palabra y su padre tuvo que explicarle que se trataba de algo de metal que atrae a los rayos para que no caigan en las casas.

—Un rayo es algo tan poderoso... —dijo el padre.

Mayte le agarró una mano. Las tormentas eléctricas le daban un poco de miedo y ahora que algunas nubes se prendían y apagaban como los letreros de las tiendas, su temor crecía.

—¡Mira! —su padre señalaba un hueco entre las nubes.

Mayte miró y abrió la boca asombrada.

Eran una, dos, tres, veinte rayas de luz que cruzaban el espacio, aparecían y desaparecían en un segundo y se encendían otra vez, sin que se escuchara ningún sonido.

Las líneas de luz, torcidas como si fueran dibujadas por un niño de primer año, parecían formar puentes entre las nubes.

Y de pronto, como si un baterista gigante pegara en sus tambores, aparecieron los truenos, brrrmmm, brrrmm, más y más fuertes cada vez.

Después llegó un fogonazo blanco que iluminó por un segundo la plaza vacía y una de las líneas de luz, más gruesa que las otras, bajó desde una nube y estalló encima del campanario de la iglesia.

Inmediatamente, corriendo con atraso, llegó la nueva explosión, algo similar al sonido de una rama en el momento de partirse.

¡Crrrraaaaac!

—¡Vamos para adentro! —dijo Mayte apretando fuerte la mano de su padre.

Éste la tranquilizó y le acarició la cabeza.

—Esto es un gran espectáculo que no se puede ver en la televisión —dijo y su cara parecía más tranquila. Ya no quedaban rastros de aquella otra cara que tenía puesta cada noche al regresar.

Mayte trató de insistir, pero ahora escuchaba cómo las primeras gotas de lluvia pegaban sobre la vereda seca, pac, pac, pac.

Sintió que algunas le caían en la cara y sacó la lengua para tratar de atraparlas.

El agua de lluvia tenía un gusto dulce y suave, un sabor a vacaciones.

Pero las vacaciones acuáticas tuvieron que terminar rápidamente: millones de hilos plateados, que podían verse por la luz de los focos, se descolgaron encima de ellos.

Fue tan sorpresivo, que apenas si tuvieron tiempo de correr hasta la puerta cuando ya estaban empapados de pies a cabeza.

La madre, riendo, los vio entrar y les dio unas toallas.

—¡Buena gnipe se van a pescar ahora! —dijo.

—¡Estuvo buenísimo! —reía Mayte mientras se frotaba la cabeza con la toalla y sus cabellos le quedaban todos desordenados como el peinado de una bruja.

Más tarde, cuando la lluvia seguía limpiando la ciudad, Mayte y su padre se sentaron, pero esta vez no era para mirar la tele.

—Me dijo tu mamá que querías hablarme de algo —su padre, con la cabeza todavía mojada y un cómico peinado de raya en medio, la miraba.

Había un brillo especial, una luz diminuta encendida en sus ojos.

Mayte supo que esa era la oportunidad que había estado esperando. Se rascó la nariz y empezó a hablar.


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!