Libros del Rincón


10. El gordo enemigo se enamora


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Miércoles. Otra vez el patio de la escuela bajo el mismo sol y los mismos niños escondiéndose bajo la misma sombra. Pero ahora el aire estaba más espeso, era fácil notarlo con sólo respirar.

Mayte, sentada en el piso, con la espalda recostada en una pared, conversaba con algunas amigas y esperaba que, de un momento a otro, llegaran Salva y Javier a traerle noticias.

Es que Salva y Javier había quedado en hablar con el Gordo Enemigo para ponerse de acuerdo acerca del partido.

Mayte miró hacia el otro extremo del patio y los vio a todos juntos.

¿Por qué tardarían tanto?

Ella no había querido ir porque sabía que si empezaban a discutir, cosa muy probable, enseguida se metería en problemas y, claro, no quería más problemas justo ahora que su madre se estaba portando tan bien.

¿Por qué tardarían tanto? Eso ya se lo había preguntado antes, pero se lo preguntaba de nuevo y como estaba aburrida de esperar decidió mirar al cielo.

A su lado Susana y Andrea, dos niñas que a veces se parecían a la prima Esther y a veces a Mayte, hablaban acerca de una película que habían visto en la tele.

Pero Mayte, con la mirada fija en el cielo tan azul, casi no escuchaba.

Había soñado algo tan, pero tan hermoso que se enojaba por no poder recordarlo con claridad.

Estaba segura de que había sido hermoso porque al despertar se había sentido muy bien, casi feliz, pero lo único que lograba recordar era una imagen: la luna rodando por el cielo.

De pronto Mayte levantó la mano y las otras dos niñas hicieron silencio.

—¡Miren! —dijo señalando hacia arriba.

Las niñas miraron.

—No veo nada —dijo Susana frunciendo la cara.

—Fíjate bien.

—Yo tampoco —dijo Andrea.

—Está allá, pasando la punta de aquel edificio, ¿la ven?

—¿Ver qué?

—Esa nube.

Susana y Andrea se miraron entre sí. Era una nube. ¿Y qué con eso? Era lo más común del mundo.

—¡Bobas! No es una nube cualquiera, miren bien, ¿cuánto hace que no ven una nube así?

Las niñas miraron bien. La nube era gorda y grande y

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gris, muy panzona, pero seguían sin entender.

—Es una nube cualquiera —dijo Susana.

—Sí —agregó Andrea— ¿Qué tiene de especial?

—Es una nube de tormenta —contestó Mayte— ¿Cuánto hace que no llueve?

—¡Es cierto! —dijeron las dos al mismo tiempo parándose para ver mejor—. ¡Es cierto! —repitieron.

La nube, que parecía una nave espacial, flotaba encima de la ciudad y avanzaba lentamente.

Mayte trató de ver más lejos para darse cuenta de si había otras, pero los edificios la tapaban.

Susana y Andrea ya andaban por el patio contándoles a todos. Los llamaban por el nombre y señalaban al cielo.

Después cada niño llamó a otros y otros, hasta que casi todos se juntaron en medio del patio.

Miraban la nube: un manchón de tinta gris que tapaba ahora una parte del cielo y seguía creciendo.

Mayte respiró hondo. Había olor a lluvia en el aire, ese olor casi dulce que al entrar en la nariz parece que la mojara.

Pero mientras casi todos los demás seguían allí, hipnotizados por la gran mancha gris, Mayte no pudo seguir mirando.

Era una lástima. Le habría gustado seguir observando cómo la nube engordaba y engordaba hasta reventar y soltar gruesos chorros de agua sobre la tierra sedienta.

Era una lástima, pero tenía algo importante que atender. Allí cruzando entre el grupo de niños, venían Salva y Javier.

—¿Y bien? —Mayte no podía esperar.

Salva y Javier se quedaron callados.

—¿Qué les pasa?

—Dicen que no juegan contra niñas.

—Pero si ellos mismos dijeron...

—Ya sabes cómo es el Gordo, un día dice una cosa y después dice otra.

—¡Gordo machista! —Mayte estaba furiosa. Justo ahora que su madre estaba convencida, justo ahora que iba a convencer a su padre...

—¿Adónde vas? —le gritaron Salva y Javier.

Mayte no los escuchó. Cruzaba el patio rápidamente, casi corriendo, hasta los dominios del Gordo Enemigo.

Ninguna chica andando sola se metía nunca en esa esquina.

Susana y Andrea la vieron y avisaron a las otras niñas de la clase.

—¡Miren!

Mayte llegó al lugar, que no era sino un rincón del patio donde los varones se juntaban y ponían cara de importantes y malos, y se paró delante del Gordo.

—Dicen que ahora no quieres jugar.

—Ya te dije, no juego contra mu-jer-ci-tas —el Gordo parecía enojado.

—Lo que pasa es que eres un miedoso.

—¿Miedoso? ¡Ja,ja! —el Gordo rió y todos sus amigos rieron al mismo tiempo. Siempre hacían eso, no porque el Gordo fuera gracioso, sino porque le tenían miedo.

Mayte, con las manos en la cintura, se paraba desafiante y no veía que por detrás se le acercaban Susana, Andrea y un grupo grande de niñas.

—Lo que pasa es que tienes miedo de perder.

—¿Ah sí? ¿Y quién nos va a hacer goles? ¿Tú? —el Gordo podía ver el grupo de niñas que se había acercado y ahora estaba poniéndose nervioso.

—Te hago una apuesta —dijo Mayte y todos hicieron silencio.

El Gordo la miró con curiosidad.

—Te apuesto a que si jugamos, yo les hago dos goles.

¡Dos goles! El Gordo, que a pesar de ser el malo de la escuela, se creía también todo un galán, pensó que era una buena oportunidad para ganar algo más.

Después de todo aunque fuera tan peleadora, Mayte era bastante linda.

—¿Y qué apostamos? —preguntó, astuto, el Gordo.

—Bueno, si hago dos goles, puedo entrar a formar parte del equipo para siempre.

El Gordo se rascó la nuca y después dijo algo que hizo que un gran murmullo se extendiera entre todas la niñas.

—Está bien, pero si no haces dos goles, entonces tienes que ser mi novia.

El murmullo crecía. Algunas niñas decían que Mayte estaba loca, ser novia del Gordo Enemigo Número Uno, ese sí que sería un castigo.

Mayte se había quedado muda por la sorpresa.

Nunca había imaginado siquiera algo así. ¿Acaso eso significaba que ella le gustaba. al Gordo? Nunca lo había imaginado.

¿Qué pasaría si perdiera la apuesta? ¿Trataría el Gordo de darle un beso?

Pero Mayte pensó en la charla que había tenido con su madre y, si iba a ser jugadora de futbol, tenía que estar dispuesta a correr el riesgo.

Mayte levantó la cabeza, apretó más sus manos sobre la cintura, miró al Gordo a los ojos y después dijo casi gritando:

—¡Acepto!

El murmullo creció más y más, las niñas y los varones comentaron y rieron. Todos trataban de imaginarse la pareja que formarían el Gordo y Mayte. ¡Esa sí que sería una noticia para el periódico de la escuela!

Salva y Javier no lo podían creer y, cuando sonó el timbre, ya nadie se acordaba de la nube gris que ahora era tan grande que cubría casi toda la ciudad.

Mayte se acomodaba en su banco.

—Sí, avísanos cuándo es el partido, ya nos pusimos todas de acuerdo para ir —dijo Andrea.

Pero la maestra estaba a punto de empezar la clase y, además, algún gracioso había escrito en el pizarrón:

"Mayte ama al Gordo".

A Mayte el asunto no le pareció muy chistoso, pero tampoco le prestó demasiada atención. Su padre siempre decía que cuando se estaba en un baile, había que bailar.

¡Ya vería el Gordo fanfarrón el baile que ella le iba a dar!


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