Libros del Rincón


UN PRÓLOGO O ALGO ASÍ


Yo quería escribir un libro. Compré un cuaderno, pedí un lápiz a papá y después de pensarlo un buen rato, empecé:

«La luz se reflejaba siniestra en los ojos del enorme cocodrilo que acechaba a nuestro héroe y ... »

Arranqué la hoja.

Empecé de nuevo:

«¡Boom! Los cuatro poderosos motores impulsaron la nave hacia el espacio exterior y ... »

Arranqué la hoja.

Hacía sol.

Me fui a jugar.

Decidí que hasta la noche no volvería a ser escritor; que ser escritor es un juego de invierno, de estarse quieto y no meter ruido.

Lo más apetecible, en aquel momento, era ser «nuestro héroe» y escapar de los semínolas por entre las ciénagas pantanosas.

Esto de los semínolas era nuevo. Lo había encontrado en un libro de viajes. Eran unos indios que vivían en los pantanos de La Florida. Cazaban caimanes y no les importaba mucho que les picasen los mosquitos.

Cerca de casa había una charca que en el otoño se llenaba de ranitas verdes.

Mamá decía que era un sitio horrible, sólo bueno para mancharse las botas.

Para mí era un montón de sitios magníficos, la ciénaga de los caimanes, el mar de lava viva del planeta Mogol, o una bonita charca llena de ranitas verdes que saltaban entre los juncos.

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Pasó muchísimo tiempo, dos o tres días por lo menos, antes de que volviese a pensar en escribir un libro.

Fue un día de fiesta que no me dejaron ir a pescar.

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Amenazaba lluvia y mamá dijo que ya estaba harta de resfriados.

—¿Qué hago con el cebo? —protesté.

Mamá encontraba soluciones para todo.

—Dáselo a Golo.

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Golo era un pato negro y enorme que vivía en la casa de al lado.

Golo se comió mi cebo.

Me quedé en casa.

Al principio no supe qué hacer pero luego me decidí a escribir.

Esta vez empecé escribiendo que no podía ir de pesca porque a lo mejor llovía; que la luz era gris, de otoño, y se enredaba en las últimas hojas del cerezo; que Pablo, el más pequeño de mis hermanos, se metía en la charca para preguntar a las ranitas:

—¿Cuál de vosotras es un feo príncipe encantado?

Me dí cuenta de que estaba escribiendo cosas verdaderas y que era divertido hacerlo.

Se lo conté a papá y me dijo:

—La idea no es mala. Llena un par de libretas y yo, en la primera página, te dibujaré un circo de mariposas.

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