Libros del Rincón


GORRIONES Y CEREZOS


Pensé que primero debía hacer un poco de historia, contar quiénes son mis padres y cómo se conocieron, dónde nací y qué día, cuántos hermanos tengo y cómo se llama cada uno.

Esto sería el tema del primer capítulo y lo iba a ilustrar con un retrato de familia.

Se lo conté a papá.

—Bien —dijo—, si tengo un minuto libre te haré una ilustración para ese capítulo.

Antes de comer tuvo un minuto libre e hizo eso que llaman un apunte, a lápiz, muy rápido, casi sin levantar el lápiz del papel.

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Nos dibujó a todos y a él mismo, en grupo, en el patio, debajo del cerezo, un día de sol.

Un escritor tiene que documentarse, investigar, hacer muchas preguntas y tomar miles de notas.

Yo quería empezar por el principio y por eso le pregunté a mamá cómo se habían conocido ella y papá.

—¿Fue emocionante? —pregunto.

Sonríe.

—Inolvidable —dice.

A mamá le gusta recordar aquel primer día.

Casi todas las familias tienen una historia parecida, unas empiezan entre cerezos, otras al ir a sacar unas entradas para escuchar un concierto de flauta, o en clase de latín, a medio declinar el rosa, rose, o escapando de la lluvia un día de lluvia.

Los principios pueden variar mucho pero el final siempre es el mismo: papá y mamá se ven por primera vez y esto, por lo que yo sé, ya no pueden olvidarlo jamás.

Ocurrió en primavera, cuando en los cerezos del parque empezaba a madurar la fruta.

Mamá, que aún no era mamá, venía de comprar dos zanahorias y una cola de pescadilla.

Todo esto era para el abuelo que estaba a dieta por goloso.

Había miles de gorriones.

Mamá era una muchacha muy bonita, de ojos azules, regordeta y sonriente.

Papá, que aún no era papá, estaba sentado al pie de la estatua de un señor con chistera y cara de pronunciar un discurso.

Papá dibujaba gorriones y cerezos.

Papá es dibujante. Tiene miles de lápices, gomas de borrar, pinceles, papel de todas clases y la cabeza llena de sorpresas: gorriones, cerezos, mariposas, castillos, duendes en el humo de las teteras, piratas, vacas, escarabajos de plata, letras de muchas clases, magos, mentirosos, héroes y más cosas, muchas más de las que uno pueda imaginarse.

Papá, que era un muchacho más bien flacucho, con bigote, las orejas enormes, casi pelirrojo y lleno de pecas, vio venir a mamá, la vio por primera vez en su vida, nunca había visto nada

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semejante, le costaba trabajo creer en lo que estaba viendo, la vio venir y no pudo contenerse, lo dejó todo y corrió hacia ella:

—¿Me permite que la ayude, señorita?

Mamá se puso colorada.

—Le ruego que no me moleste, señor.

Papá, aquella noche, no pudo dormir, dibujó a mamá debajo de los cerezos, entre los gorriones, la dibujó cuatro o cinco veces y siempre terminaba con un suspiro.

Su padre, mi abuelo paterno, lo oyó suspirar.

—¿Qué te ocurre, muchacho? —le preguntó—. ¿Te duele algo intensamente?

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Mamá, aquel mismo día, quemó la sopa de su padre, mi abuelo materno, y en vez de regar los geranios y dar de comer al perro, regó al perro y dio de comer a los geranios.

Desde entonces han pasado muchos años, tantos como cumple mi hermana Marta más nueve meses justos.

Papá y mamá tienen cuatro hijos, dos niñas regordetas y dos niños pecosos, casi pelirrojos, un poco orejones, que de mayores quizá se dejen crecer el bigote.

En el patio de mi casa hay un cerezo. Lo plantó mamá, cuatro años antes de nacer yo. Es su árbol mágico.


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