Libros del Rincón


Los Oompa-Loompas


—¿Dices que no hay gente en el mundo tan pequeña como ésa? —dijo riendo el señor Wonka-. Pues déjame decirte algo. ¡Hay más de tres mil aquí mismo, en mi fábrica!

—¡Deben ser pigmeos! —dijo Charlie.

—¡Exacto! —exclamó el señor Wonka—. ¡Son pigmeos! ¡Importados directamente de África! ¡Pertenecen a una tribu de diminutos pigmeos conocidos como los Oompa-Loompas! Yo mismo los descubrí. Yo mismo los traje de África, la tribu entera, tres mil en total. Los encontré en la parte más intrincada y profunda de la jungla africana, donde el hombre blanco no ha estado jamás. Vivían en casas en los árboles. Tenían que vivir en los árboles; de otro modo, siendo tan pequeños, hubieran sido devorados por todos los animales de la selva. Y cuando los encontré estaban prácticamente muriéndose de hambre. Vivían de orugas verdes, y las orugas tenían un sabor repulsivo, y los Oompa-Loompas pasaban todas las horas del día trepando a los árboles, buscando otras cosas para mezclar con las orugas y darle un mejor sabor —escarabajos rojos, por ejemplo, y hojas de eucaliptus, y la corteza del árbol bong-bong, todas ellas de un sabor repugnante, pero no tan repugnante como el de las orugas—. ¡Pobres pequeños Oompa-Loompas! Lo que les gustaba más que ninguna otra cosa eran los granos de cacao. Pero no podían obtenerlos. Un Oompa-Loompa tenía suerte si encontraba tres o cuatro granos de cacao al año. Pero, ¡cómo les gustaban! Soñaban toda la noche con los granos de cacao y hablaban de ellos durante todo el día. Con sólo mencionar la palabra «cacao» a un Oompa-Loompa se le hacía la boca agua. Los granos de cacao —continuó el señor Wonka—, que crecen en el árbol del cacao, son los ingredientes que se necesitan para hacer chocolate. No se puede hacer chocolate sin los granos de cacao. Los granos de cacao son el chocolate. Yo mismo utilizo billones de granos de cacao a la semana en esta fábrica. Y entonces, mis queridos niños, cuando descubrí que los Oompa-Loompas enloquecían por esta comida en particular, trepé a lo alto de su aldea en los árboles y metí la cabeza por la puerta de la casa del jefe de la tribu. El pobre hombrecillo, de aspecto famélico, estaba allí sentado intentando comerse un cuenco de orugas aplastadas sin vomitar. «Escucha», le dije (hablando no en español, por supuesto, sino en Oompa-Loompés), «escucha, si tú y toda tu gente venís conmigo a mi país y vivís en mi fábrica, podréis obtener todos los granos de cacao que queráis. ¡Tengo montañas de ellos en mis almacenes! ¡Podréis comer granos de cacao en todas las comidas! ¡Podréis empacharos con ellos! ¡Hasta os pagaré vuestros salarios en granos de cacao si queréis! » «¿Lo dices de verdad?», preguntó el jefe de los Oompa-Loompas, saltando de su silla. «Claro que lo digo de verdad», dije yo «Y también podréis comer chocolate. El chocolate tiene aún mejor sabor que los granos de cacao, porque lleva leche y azúcar.» El hombrecillo dio un brinco de alegría y arrojó su cuenco de orugas aplastadas por la ventana de la casa en el árbol. «¡Trato hecho!», gritó. «¡Vamos! ¡Vámonos ya!» De modo que los traje a todos aquí, a todos los hombres, mujeres y niños de la tribu de los Oompa Loompas. Fue fácil. Los traje metidos en grandes cajones donde había practicado algunos agujeros, y todos llegaron a salvo. Son estupendos trabajadores. Ahora todos ellos hablan español. Les encanta la música y el baile. Siempre están inventando canciones. Supongo que hoy les oiréis cantar a menudo. Debo preveniros, sin embargo, que son bastante traviesos. Les encantan las bromas. Aún siguen llevando la misma ropa que llevaban en la jungla. Insisten en ello. Los hombres, como podéis ver, sólo llevan pieles de ciervo. Las mujeres se cubren con hojas, y los niños van desnudos. Las mujeres se ponen hojas frescas todos los días...

¡Papá! —gritó Veruca Salt (la niña que obtenía todo lo que quería)—. ¡Papá! ¡Quiero un Oompa-Loompa! ¡Quiero que me des un Oompa-Loompa! ¡Quiero un Oompa-Loompa ahora mismo! ¡Quiero llevármelo a casa conmigo! ¡Anda, papá! ¡Dame un Oompa-Loompa!

—Vamos, vamos, tesoro —le dijo su padre—. No debemos interrumpir al señor Wonka.

¡Pero yo quiero un Oompa-Loompa! —chilló Veruca.

—Está bien, Veruca, está bien. Pero no puedo dártelo en este mismísimo momento. Ten paciencia, por favor. Me ocuparé de conseguirte uno antes de que acabe el día.

—¡Augustus! —gritó la señora Gloop—. Augustus, cariño, no creo que debas hacer eso.

Augustus Gloop, como habréis podido adivinar, se había deslizado silenciosamente hasta el borde del río y ahora estaba arrodillado junto a la orilla bebiendo chocolate derretido lo más de prisa que podía.

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