Libros del Rincón


Augustus Gloop se va por un tubo


Cuando el señor Wonka se volvió y vio lo que estaba haciendo Augustus, gritó:

—¡Oh, no! ¡Por favor, Augustus, por favor! ¡Te ruego que no hagas eso! ¡Mi chocolate no debe ser tocado por manos humanas!

—¡Augustus! —llamó la señora Gloop—. ¿No has oído lo que te ha dicho el señor? ¡Aléjate ahora mismo de ese río!

—¡Esto es estupendo! —dijo Augustus, sin hacer el menor caso de su madre ni del señor Wonka—. ¡Vaya! ¡Necesito un cubo para beberlo!

—Augustus —gritó el señor Wonka, dando pequeños saltos y agitando su bastón—, debes alejarte de allí. ¡Estás ensuciando mi chocolate!

—¡Augustus! —gritó la señora Gloop.

—¡Augustus! —gritó el señor Gloop.

Pero Augustus era sordo a todo menos a la llamada de su estómago. Ahora estaba tumbado en el suelo con su cabeza sobre el río, lamiendo el chocolate como si fuese un perro.

—¡Augustus! —gritó la señora Gloop—. ¡Contagiarás ese resfriado que tienes a un millón de personas en todo el país!

—¡Ten cuidado, Augustus! —gritó el señor Gloop—. ¡Te estás inclinando demasiado!

El señor Gloop tenía razón. De pronto se oyó un grito, y luego el ruido de una salpicadura, y al río cayó Augustus Gloop, y en menos de un segundo había desaparecido bajo la oscura superficie.

—¡Salvadlo! —gritó la señora Gloop, poniéndose pálida y agitando su paraguas—. ¡Se ahogará! ¡No sabe nadar! ¡Salvadlo! ¡Salvadlo!

—¡En nombre del cielo, mujer! —dijo el señor Gloop—. ¡Yo no me meto allí! ¡Llevo puesto mi mejor traje!

La cara de Augustus Gloop volvió a salir a la superficie, marrón de chocolate.

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! —gritó—. ¡Sacadme de aquí!

—¡No te quedes ahí parado! —le gritó la señora Gloop al señor Gloop—. ¡Haz algo!

—¡Estoy haciendo algo! —dijo el señor Gloop, que ahora se estaba quitando la chaqueta y preparándose para zambullirse en el chocolate.

Pero mientras hacía esto, el desgraciado muchacho iba siendo succionado y estaba cada vez más cerca de la boca de uno de los tubos que colgaban sobre el río. Entonces, de repente, la intensa succión se apoderó completamente de él, y el niño fue empujado debajo de la superficie y luego dentro de la boca del tubo.

El grupo esperó sin aliento en la orilla del río para ver por dónde iba a salir.

—¡Allá va! —gritó alguien, señalando hacia arriba.

Y efectivamente, como el tubo era de cristal se vió claramente cómo Augustus Gloop salía disparado hacia arriba dentro del tubo como un torpedo.

—¡Socorro! ¡Asesinato! ¡Policía! —chilló la señora Gloop—. ¡Augustus, vuelve aquí inmediatamente! ¿Dónde vas?

—No me explico —dijo el señor Gloop— cómo ese tubo es lo suficientemente ancho para permitirle el paso.

—¡No es lo suficientemente ancho! —dijo Charlie Bucket—. ¡Dios mío! ¡Mirad! ¡Se está frenando!

—¡Es verdad! —dijo el abuelo Joe.

—¡Se quedará atascado! —dijo Charlie.

—¡Creo que sí! —dijo el abuelo Joe.

—¡Caramba, se ha quedado atascado!— dijo Charlie.

—¡Es por culpa de su estómago! —dijo el señor Gloop.

—¡Ha atascado el tubo entero! —dijo el abuelo Joe.

—¡Al diablo con el tubo! —gritó la señora Gloop, que seguía agitando su paraguas—. ¡Augustus, sal de allí inmediatamente!

Graphics

Los que miraban desde abajo podían ver cómo el chocolate burbujeaba en el tubo alrededor del niño, y también cómo se agolpaba detrás de él en una sólida masa, presionando contra el taponamiento. La presión era terrible. Algo tenía que ceder. Algo cedió, y ese algo fue Augustus. ¡WHOOOF! Una vez más salió disparado hacia arriba como una bala en el cañón.

—¡Ha desaparecido! —gritó la señor Gloop—. ¿A dónde va ese tubo? ¡De prisa! ¡Llamad a los bomberos!

—¡Mantenga la calma! —gritó el señor Wonka—. Mantenga la calma, mi querida señora, mantenga la calma. ¡No hay peligro! ¡No hay peligro ninguno! Augustus va a hacer un pequeño viaje, eso es todo. Un viaje de lo más interesante. Pero saldrá de él en perfectas condiciones, ya lo verá.

—¿Cómo es posible que salga en perfectas condiciones? —exclamó la señora Gloop—. Le convertirán en bombones en cinco segundos.

—¡Imposible! —gritó el señor Wonka—. ¡Impensable! ¡Inconcebible! ¡Absurdo! ¡No pueden convertirle en bombones!

—¿Y por qué no, si se puede saber? —gritó la señora Gloop.

—¡Porque ese tubo no va a la sección de los bombones! —respondió el señor Wonka—. ¡Ni siquiera pasa por allí! Ese tubo, el tubo por el que Augustus ha salido despedido, conduce directamente a una sección donde se fabrica una deliciosa crema de fresas recubierta de chocolate...

—¡Entonces lo convertirán en crema de fresas recubierta de chocolate! —chilló la señora Gloop—. ¡Mi pobre Augustus! ¡Mañana por la mañana le venderán por kilos por todo el país!

—Tienes razón —dijo el señor Gloop.

—¡ que tengo razón —dijo la señora Gloop.

—No es como para hacer bromas —dijo el señor Gloop.

—¡El señor Wonka no parece compartir tu opinión! —gritó la señora Gloop—. ¡Mírale! ¡Se está riendo a carcajadas! ¿Cómo se atreve a reírse de ese modo cuando mi hijo acaba de ser aspirado por un tubo? ¡Es usted un monstruo! —chilló amenazando al señor Wonka con su paraguas como si fuese a ensartarle en él. A usted le parece una broma, ¿verdad? A usted le parece que succionar a mi hijo y llevárselo a su sección de crema de fresas recubierta de chocolate es una magnífica broma.

—No le ocurrirá nada —dijo el señor Wonka, riendo ligeramente.

—¡Le convertirán en crema de fresas! —chilló la señora Gloop.

—¡Nunca! —gritó el señor Wonka.

—¡Claro que sí! —chilló la señora Gloop.

—¡Yo no lo permitiría! —gritó el señor Wonka.

—¿Y por qué no? —chilló la señora Gloop.

—¡Porque el sabor sería terrible! —dijo el señor Wonka—. ¡Imagínese! ¡Crema de Augustus recubierta de Gloop! Nadie la compraría.

—¡Claro que la comprarían! —gritó indignado el señor Gloop.

—¡No quiero ni pensarlo! —gritó la señora Gloop.

—Ni yo —dijo el señor Wonka—. Y le prometo, señora, que su hijo está perfectamente a salvo.

—Si está perfectamente a salvo, ¿dónde está entonces? —exclamó la señora Gloop—. ¡Lléveme con él inmediatamente!

El señor Wonka se volvió y chasqueó los dedos, click, click, click, tres veces, Al instante apareció un Oompa-Loompa como de la nada y se puso a su lado.

El Oompa-Loompa hizo una reverencia y sonrió, enseñando hermosos dientes blancos. Su piel era casi negra, y la parte superior de su lanuda cabeza llegaba a la altura de la rodilla del señor Wonka. Llevaba la acostumbrada piel de ciervo echada sobre uno de sus hombros.

—¡Escúchame bien! —dijo el señor Wonka, mirando al diminuto hombrecillo—. Quiero que lleves al señor y la señora Gloop a la sección de crema de fresas y les ayudes a encontrar a su hijo Augustus. Acaba de irse por uno de los tubos.

El Oompa-Loompa dirigió una mirada a la señora Gloop y luego estalló en sonoras carcajadas.

—¡Oh, cállate! —dijo el señor Wonka—. ¡Contrólate un poco! ¡A la señora Gloop no le parece nada gracioso!

—¡Ya lo creo que no! —dijo la señora Gloop.

—Ve directamente a la sección de crema de fresas —le dijo el señor Wonka al Oompa-Loompa—, y cuando llegues allí coge un largo palo y empieza a revolver el barril donde se mezcla el chocolate. Estoy casi seguro de que le encontrarás allí. ¡Pero será mejor que te des prisa! Si lo dejas demasiado tiempo dentro del barril donde se mezcla el chocolate puede que lo viertan dentro del barril donde se cuece la crema de fresas, y eso sí que sería un desastre, ¿verdad? ¡Mi crema de fresas quedaría arruinada!

La señora Gloop dejó escapar un grito de furia.

—Estoy bromeando —dijo el señor Wonka, riendo silenciosamente detrás de su barba—. No quise decir eso. Perdóneme. Lo siento. ¡Adiós, señora Gloop! ¡Adiós, señor Gloop! ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Les veré más tarde...!

Cuando el señor y la señora Gloop y su diminuto acompañante se alejaron corriendo, los cinco Oompa-Loompas que estaban al otro lado del río empezaron de pronto a saltar y a bailar y a golpear desenfrenadamente unos pequeñísimos tambores.

—¡Augustus Gloop! —cantaban—. ¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop!

—¡Abuelo! —exclamó Charlie—. ¡Escúchalos, abuelo! ¿Qué están haciendo?

—¡Ssshhh! —susurró el abuelo Joe—. ¡Creo que nos van a cantar una canción!

¡Augustus Gloop! —cantaban los Oompa-Loompas—.

¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop!

¡No puedes ser tan comilón!

¡No lo debemos permitir!

¡Esto ya no puede seguir!

¡Tu gula es digna de pavor,

Tu glotonería es tal que inspira horror!

Por mucho que este cerdo viva

Jamás será capaz de dar

Siquiera un poco de alegría

O a sus placeres renunciar

Y por lo tanto lo que haremos

En caso tal es lo siguiente:

La suavidad utilizaremos

Un medio sutil y convincente.

Apresaremos al culpable

Y con un mágico ademán

Haremos de él algo agradable

Que a todo el mundo encantará.

Como un juguete, por ejemplo,

Una pelota, un balancín,

Una muñeca o una comba,

Un trompo o un monopatín.

Aunque este niño repugnante

Era tan malo, era tan vil,

Tan comilón y horripilante,

Tan caprichoso e infantil

Que no perdimos un instante

En decidir cuál de sus mil

Vicios era el más importante.

La gula, sí, era el principal,

Por ser pecado capital.

Y a tal vicio, tal castigo.

En eso convendréis, amigos.

¡Ya está! —decidimos—. Ha llegado el día

De dar a este niño su justo escarmiento.

Le haremos pasar por la tubería

Sin dudarlo siquiera un momento.

Y pronto verá, despavorido,

Que en la sala adonde ha ido

A parar, cosas extrañas

Se suceden. Ni sus mañas

Le ayudarán, llegado allí.

¡Oh, Augustus, pobre de ti!

Mas no hay por qué estar alarmados.

Augustus no será dañado.

Aunque sí hemos de admitir

Que será modificado.

Cambiará de lo que ha sido

Una vez que haya pasado

Por el chocolate hervido.

En el barril, poco a poco,

Las ruedas echan a andar.

Cien cuchillos, como locos,

Empiezan a triturar

Lo que hay dentro del brebaje

Mientras gira el engranaje

Que la mezcla ha de licuar.

Añadimos el azúcar

Y los demás ingredientes,

Y con el último hervor

(El chocolate está ardiente)

Ya podemos, sin temor,

Sacar a Augustus del fuego

Para asegurarnos luego

De que ha cambiado, ¡sí, señor!

¡Ha cambiado! ¡Es un milagro!

Este niño, que entró grueso

En el barril, sale magro.

Este niño feo y obeso

Éste, a quien nadie quería,

Cambió de la noche al día

Gracias a nuestros desvelos.

Todos le quieren, ¿pues quién podría

Odiar a un riquísimo caramelo?

—¡Ya os dije que les gustaba mucho cantar! —exclamó el señor Wonka—, ¿No son deliciosos? ¿No son encantadores? Pero no debéis creer una sola palabra de lo que han dicho. ¡Son todo pamplinas!

—¿Están realmente bromeando los Oompa-Loompas, abuelo? —preguntó Charlie.

—Claro que están bromeando —respondió el abuelo Joe—. Deben estar bromeando. Al menos, espero que estén bromeando. ¿Tú no?


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!