Libros del Rincón


Veruca en el cuarto de las nueces


El señor Wonka siguió andando rápidamente por el corredor. «CUARTO DE LAS NUECES», decía en la puerta siguiente.

—Está bien —dijo el señor Wonka—. Deteneos aquí un momento y recobrad vuestro aliento, y echad un vistazo a través del panel de vidrio de esta puerta. ¡Pero no entréis! Hagáis lo que hagáis, no entréis en el CUARTO DE LAS NUECES. ¡Si entráis, interrumpiréis a las ardillas!

Todos se apretujaron contra la puerta.

—¡Oh, mira, abuelo, mira! —gritó Charlie.

—¡Ardillas! —chilló Veruca Salt.

—¡Caray! —dijo Mike Tevé.

Era un espectáculo asombroso. Alrededor de una gran mesa había cien ardillas sentadas en altos taburetes. Sobre la mesa había montañas y montañas de nueces, y las ardillas trabajaban como locas partiendo las nueces a tremenda velocidad.

—¿Por qué utiliza ardillas? —preguntó Mike Tevé—. ¿Por qué no utiliza a los Oompa-Loompas?

—Porque —dijo el señor Wonka— los Oompa-Loompas no pueden sacar las nueces de sus cáscaras sin romperlas. Siempre las rompen en dos. Nadie excepto las ardillas pueden sacar las nueces enteras de su cáscara. Es muy difícil. Pero en mi fábrica insisto en que sólo se utilicen nueces enteras. Por lo tanto, necesito ardillas para hacer ese trabajo. ¿No es maravilloso ver cómo parten esas nueces? Y mirad cómo golpean las nueces con los nudillos para asegurarse de que no están malas. Si está mala, suena a hueco, y ni se molestan en abrirla. La tiran por el agujero de los desperdicios. ¡Mirad! ¡Allí! ¡Mirad a esa ardilla que está cerca de nosotros! ¡Creo que ha encontrado una nuez mala!

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Todos miraron a la pequeña ardilla mientras ésta golpeaba la nuez con los nudillos. Inclinó hacia un lado la cabeza, escuchando atentamente, y luego, de repente, arrojó la nuez por encima de su hombro a un enorme agujero que había en el suelo.

—¡Eh, mamá! —gritó de pronto Veruca Salt—. ¡He decidido que quiero una ardilla! ¡Cómprame una de esas ardillas!

—No seas tonta, cariño —dijo la señora Salt—. Todas estas ardillas pertenecen al señor Wonka.

—¡Eso no me importa! —gritó Veruca—. Quiero una, En casa sólo tengo dos perros, cuatro gatos, seis conejos, dos periquitos, tres canarios, un loro verde, una tortuga, una pecera llena de peces, una jaula de ratones blancos y un estúpido hamster. ¡Yo quiero una ardilla!

—Está bien, tesoro —dijo conciliadora la señora Salt—. Mañana te compraré una ardilla en cuanto pueda.

—¡Pero yo no quiero cualquier ardilla! —gritó Veruca—. ¡Quiero una ardilla amaestrada!

En ese momento el señor Salt, el padre de Veruca, dio un paso adelante.

—Muy bien, Wonka —dijo con gesto importante, sacando una cartera llena de dinero—, ¿cuánto quiere por una de esas ridículas ardillas? Diga un precio.

—No están a la venta— replicó el señor Wonka—. No puede quedarse con ninguna.

—¿Quién dice que no? —gritó Veruca—. ¡Entraré a coger una ahora mismo!

—¡No! —dijo rápidamente el señor Wonka, pero llegó demasiado tarde. La niña ya había abierto la puerta y se había metido dentro.

En el momento en que entró en la habitación, las cien ardillas dejaron lo que estaban haciendo, volvieron la cabeza y la miraron con sus pequeños ojillos negros.

Veruca también se detuvo y las miró a su vez. Entonces sus ojos se posaron en una graciosa ardillita que estaba sentada cerca de ella en un extremo de la mesa. La ardilla sostenía una nuez entre sus patas.

—Muy bien —dijo Veruca—. ¡Me quedo contigo!.

Alargó las manos para coger a la ardilla..., pero en el momento de hacerlo..., en aquel preciso momento en que sus manos empezaron a moverse hacia adelante, hubo un súbito movimiento en la habitación, como un relámpago de color marrón, y todas las ardillas que había en la habitación dieron un salto en el aire en dirección a la niña y aterrizaron sobre su cuerpo.

Veinticinco ardillas cogieron su brazo derecho y lo sujetaron.

Veinticinco ardillas más cogieron su brazo izquierdo y lo sujetaron también.

Veinticinco cogieron su pierna derecha y la anclaron contra el suelo.

Veinticuatro cogieron su pierna izquierda.

Y la ardilla que quedaba (evidentemente el cabecilla del grupo) se subió a su hombro y empezó a

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golpear la cabeza de la desgraciada niña con los nudillos.

—¡Salvadla! —gritó la señora Sal—. ¡Veruca! ¡Vuelve aquí! ¿Qué le están haciendo?

—Están probándola para ver si es una mala nuez —dijo el señor Wonka—. Observen.

Veruca se defendía furiosamente, pero las ardillas la sujetaban con fuerza y la niña no podía moverse. La ardilla que estaba posada en su hombro seguía golpeando la cabeza con los nudillos.

Entonces, súbitamente, las ardillas tiraron al suelo a Veruca y empezaron a transportarla a través de la habitación.

—Dios mío, es una mala nuez después de todo —dijo el señor Wonka—. Su cabeza debe haber sonado a hueco.

Veruca gritaba y pataleaba, pero esto no sirvió de nada. Las diminutas patitas la sujetaban muy bien, y la niña no podía escapar.

—¿Dónde la llevan? —chilló la señora Salt.

—La llevan adonde van todas las nueces que están malas —dijo el señor Willy Wonka—. Al pozo de los desperdicios.

—¡Dios mío, es verdad! —dijo el señor Salt, mirando a su hija a través de la puerta de cristal.

—¡Salvadla entonces! —gritó la señora Salt.

—Demasiado tarde —dijo el señor Wonka—. Ya se ha ido.

Y así era.

—¿Pero a dónde? —chilló la señora Salt, agitando los brazos—. ¿Qué ocurre con las nueces malas? ¿A dónde conduce ese vertedero?

—Ese vertedero en particular conduce directamente al tubo principal de desperdicios que recoge la basura de toda la fábrica, todo lo que se barre del suelo, las cáscaras de patatas, repollos podridos, cabezas de pescado y cosas como ésas.

—¿Quién come pescado y patatas y repollo en esta fábrica, me gustaría saber? —dijo Mike Tevé.

—Yo, por supuesto —replicó el señor Wonka—. No pensarás que yo me alimento de granos de cacao, ¿verdad?

—Pero... pero... pero... —chilló la señora Salt—. ¿a dónde conduce el tubo principal?

—Pues a la caldera, por supuesto —dijo tranquilamente el señor Wonka—. Al incinerador.

La señora Salt abrió su gran boca roja y empezó a gritar.

—No se preocupen —dijo el señor Wonka—. Siempre existe la posibilidad de que hoy no la hayan encendido.

—¡La posibilidad! —chilló la señora Salt—. ¡Mi querida Veruca! ¡La... la... freirán como a una salchicha!

—Es verdad, querida —dijo el señor Salt—. Vamos a ver, Wonka —añadió—, creo que esta vez ha ido usted demasiado lejos. De verdad lo creo. Puede que mi hija sea un poco caprichosa, no me importa admitirlo, pero eso no significa que usted pueda cocerla al rojo vivo. Quiero que sepa que estoy muy enfadado, ya lo creo que sí.

—¡Oh, no se enfade, mi querido señor! —dijo el señor Wonka—. Supongo que ya aparecerá tarde o temprano. Puede que ni siquiera haya caído hasta abajo. Puede que esté atascada en el vertedero cerca del agujero de la entrada, y si es así, lo único que tiene usted que hacer es ir allí y sacarla fuera.

Al oír esto, el señor y la señora Salt entraron corriendo al Cuarto de las Nueces, se acercaron al agujero en el suelo y miraron dentro.

—¡Veruca! —gritó la señora Salt—. ¿Estás ahí?

No hubo respuesta.

La señora Salt se inclinó un poco más para ver mejor. Estaba ahora arrodillada al borde mismo del agujero, con su cabeza dentro y su enorme trasero apuntando hacia arriba como una seta gigante. Era una posición peligrosa. Sólo necesitaba un pequeñísimo empujón... un suave impulso en el sitio apropiado... ¡y eso es exactamente lo que le dieron las ardillas!

Y al pozo cayó de cabeza, chillando como un loro.

—¡Vaya por Dios! —dijo el señor Salt, mirando cómo su mujer caía por el agujero—. ¡Qué cantidad de basura habrá hoy! —la vio desaparecer por el agujero—. ¿Qué hay allí dentro, Angina? —gritó. Se inclinó un poco más hacia adelante.

Las ardillas corrieron detrás de él...

—¡Socorro! —gritó el señor Salt.

Pero ya estaba cayendo hacia adelante, dentro del vertedero, igual que lo hicieran antes su mujer y su hija.

—¡Dios mío! —gritó Charlie, que miraba junto con los demás a través de la puerta—. ¿Qué les sucederá ahora?

—Supongo que alguien les recogerá en el fondo del vertedero —dijo el señor Wonka.

—Pero, ¿y el incinerador encendido? —preguntó Charlie.

—Sólo lo encienden cada dos días —dijo el señor Wonka—. Quizá este sea uno de los días en que lo dejan apagado. Nunca se sabe... Puede que tengan suerte...

—¡Ssshhh! —dijo el abuelo Joe—. ¡Escuchad! ¡Aquí viene otra canción!

Desde el fondo del corredor se oyó un redoble de tambores. Entonces empezó la canción.

¡Veruca Salt!, cantaban los Oompa-Loompas,

¡Veruca Salt, niña fatal,

Al vertedero se cayó

Y tal como lo dispusimos

En este caso, lo que hicimos,

Fue dar el gran toque final

Deseando a sus padres suerte igual.

¡Veruca, qué será de ti!

Y aquí debemos explicar

Que encontrará, al llegar allí,

Algo distinto a lo que aquí

Veruca acaba de dejar.

¡Cosas muy poco refinadas

A las que no está acostumbrada!

Y como ejemplo, lo siguiente:

Una cabeza maloliente

De rancio y pútrido pescado

Que la saludará encantada,

¡Hola, buen día! ¿Cómo estás?

Y luego, un poco más abajo,

Hay desperdicios a destajo.

Un huevo duro, un diente de ajo,

Medio filete, cinco gajos

De mandarina, cuatro peras

Semipodridas, y una cosa

Que el gato dejó en las escaleras.

También dos lonchas de jamón

Que huelen mal, medio limón

Lleno de moho, un bollo seco

Y un pan con mantequilla rancia

Que huele a un metro de distancia.

Y éstos serán, sí, los amigos

Que Veruca mientras desciende

Encontrará como testigos

De sus caprichos. ¡Así aprende!

Pero quizá penséis vosotros,

No sin razón, que no es muy justo

Que toda culpa y todo mal,

Todo motivo de disgusto

Recaiga en Veruca Salt.

¿Es ella sola la culpable?

¿Es ella única responsable?

Pues aunque sí es muy malcriada,

Terca, voluble y caprichosa,

Gritona y mal educada,

Después de todo, ¿quién lo ha hecho

Sino sus padres? ¿Hay derecho

A castigarla sólo a ella

Cuando quien más en falta está

Son ellos dos, mamá y papá?

Por eso mismo, hemos pensado

Que los culpables son los tres,

Y así los hemos castigado

A ellos también, pues justo es.


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