Libros del Rincón


El gran ascensor de cristal


—¡Nunca he visto nada como esto! —gritó el señor Wonka—. ¡Los niños están desapareciendo como conejos! ¡Pero no debéis preocuparos! ¡Todos volverán a aparecer!

El señor Wonka miró al pequeño grupo que estaba junto a él en el corredor. Ahora sólo quedaban dos niños, Mike Tevé y Charlie Bucket. Y tres adultos, el señor y la señora Tevé y el abuelo Joe.

—¿Seguimos adelante? —dijo el señor Wonka.

—¡Oh, sí! —gritaron al unísono Charlie y el abuelo Joe.

—Me están empezando a doler los pies —dijo Mike Tevé—. Yo quiero ver televisión.

—Si estás cansado, será mejor que cojamos el ascensor —dijo el señor Wonka—. Está aquí. ¡Vamos! ¡Adentro!

Cruzó el pasaje en dirección a una puerta de dos hojas. Las puertas se abrieron. Los dos niños y los mayores entraron.

—Muy bien —exclamó el señor Wonka—, ¿cuál de los botones apretaremos primero? ¡Podéis escoger!

Charlie Bucket miró asombrado a su alrededor. Este era el ascensor más extraordinario que había visto nunca. ¡Había botones por todas partes! ¡Las paredes, y aun hasta el techo, estaban cubiertos de filas y filas de pequeños botones negros! ¡Debía haber unos mil botones en cada una de las paredes, y otros tantos en el techo! Y ahora Charlie se percató de que cada uno de los botones tenía a su lado un diminuto cartelito impreso diciendo a qué sección de la fábrica sería uno conducido si lo apretaba.

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—¡Este no es un ascensor ordinario de los que van hacia arriba y hacia abajo! —anunció orgullosamente el señor Wonka—. Este ascensor puede ir de costado, a lo largo y en diagonal, y en cualquier otra dirección que se os ocurra. ¡Puedo visitar con él cualquier sección de la fábrica, no importa dónde esté! ¡Simplemente se aprieta un botón y... zing... se parte!

—¡Fantástico! —murmuró el abuelo Joe. Sus ojos brillaban de entusiasmo contemplando las filas y filas de botones.

—¡El ascensor entero está hecho de grueso cristal transparente! —declaró el señor Wonka—. ¡Las paredes, las puertas, el techo, el suelo, todo está hecho de cristal para poder ver el exterior!

—Pero no hay nada que ver —dijo Mike Tevé.

—¡Escoged un botón! —dijo el señor Wonka—. Los dos niños pueden apretar un botón cada uno. De modo que decidíos. ¡De prisa! Algo delicioso y maravilloso se está preparando en cada una de las secciones.

Rápidamente, Charlie empezó a leer algunas de las inscripciones que había junto a cada botón.

MINAS DE CARAMELO. 300 METROS DE PROFUNDIDAD, decía en una de ellas.

PISTAS DE PATINAJE HECHAS DE LECHE DE COCO CONGELADA, decía en otra.

Luego... PISTOLAS DE AGUA DE ZUMO DE FRUTAS.

ÁRBOLES DE MANZANAS DE CARAMELO PARA PLANTAR EN SU JARDÍN. TODOS LOS TAMAÑOS.

CARAMELOS EXPLOSIVOS PARA SUS ENEMIGOS.

CHUPA-CHUPS LUMINOSOS PARA COMER DE NOCHE EN LA CAMA.

CARAMELOS DE MENTA PARA SU RIVAL AMOROSO. LE DEJAN LOS DIENTES VERDES DURANTE UN MES ENTERO.

CARAMELOS PARA RELLENAR LAS CARIES. NO MAS DENTISTAS.

CARAMELOS DE GOMA CON PEGAMENTO PARA PADRES QUE HABLAN DEMASIADO.

CARAMELOS SALTARINES QUE SE MUEVEN DELICIOSAMENTE DENTRO DEL ESTÓMAGO DESPUÉS DE TRAGARLOS.

CHOCOLATINAS INVISIBLES PARA COMER EN CLASE.

LÁPICES PARA CHUPAR RECUBIERTOS DE CARAMELO.

PISCINAS DE LIMONADA GASEOSA.

CHOCOLATE MÁGICO. CUANDO SE TIENE EN LA MANO SE SABOREA EN LA BOCA.

GRAGEAS DE ARCO IRIS. AL CHUPARLAS SE PUEDE ESCUPIR EN SEIS COLORES DIFERENTES.

—¡Vamos, vamos! —gritó el señor Wonka—. ¡No tenemos todo el día!

—¿No hay una Sala de Televisión entre todo esto? —preguntó Mike Tevé.

—Claro que hay una sala de televisión —dijo el señor Wonka. Es aquel botón de allí— añadió, señalándolo con el dedo. Todos lo miraron. CHOCOLATE DE TELEVISIÓN, decía en el pequeño cartelito junto al botón.

—¡Vivaaa! —gritó Mike Tevé—. ¡Eso es para mí! —largó el dedo índice y apretó el botón. Instantáneamente se oyó un tremendo zumbido.

Las puertas se cerraron de golpe y el ascensor pegó un salto como si lo hubiese picado una avispa. ¡Pero saltó hacia un lado! Y todos los pasajeros (excepto el señor Wonka, que se había cogido a una agarradera que colgaba del techo) se cayeron al suelo.

—¡Levantaos, levantaos! —gritó el señor Wonka, riendo a carcajadas.

Pero justo en el momento en que todos empezaban a ponerse de pie, el ascensor cambió de dirección y torció violentamente una esquina. Y otra vez se fue al suelo todo el mundo.

—¡Socorro! —gritó la señora Tevé.

—Deme la mano, señora —dijo galantemente el señor Wonka—. ¡Ya está! Y ahora cójase a esta agarradera. Que todos se cojan a una agarradera. ¡El viaje aún no ha terminado!

El anciano abuelo Joe se puso trabajosamente de pie y se cogió a una de las agarraderas. El pequeño Charlie, que no alcanzaba a llegar tan alto, se cogió a las piernas del abuelo Joe y se mantuvo firmemente aferrado.

El ascensor corría a la velocidad de un cohete. Ahora estaba empezando a subir. Subía a toda velocidad por una empinada cuesta como si estuviese escalando una escarpada colina. Y de pronto, como si hubiese llegado a lo alto de la colina y se hubiese caído por un precipicio, el ascensor cayó como una piedra, y Charlie sintió que su estómago se le subía a la garganta, y el abuelo Joe gritó:

—¡Yiipii! ¡Allá vamos!

Y la señora Tevé chilló:

—¡Las cuerdas se han roto! ¡Nos vamos a estrellar!

Y el señor Wonka dijo:

—Cálmese, mi querida señora —y le dio unas reconfortantes palmaditas en el brazo.

Y entonces el abuelo Joe miró a Charlie, que seguía aferrado a sus piernas, y le dijo:

—¿Estás bien, Charlie?

Charlie gritó:

—¡Me encanta! ¡Es como una montaña rusa!

Y a través de las paredes de cristal del ascensor, a medida que éste avanzaba a toda marcha, pudieron ver fugazmente las cosas extrañas y maravillosas que se sucedían en las diferentes secciones:

Una enorme fuente de la que brotaba una mezcla untuosa de color caramelo...

Una alta y escarpada montaña hecha enteramente de turrón, de cuyas laderas un grupo de Oompa-Loompas (atados unos a otros para no caerse) partían grandes trozos con picos y azadas...

Una máquina de la que salía una nube de polvo blanco como una tormenta de nieve...

Un lago de caramelo caliente del que se elevaba una nube de vapor...

Un poblado de Oompa-Loompas, con calles y casitas diminutas, y cientos de niños Oompa-Loompas de no más de ocho centímetros de altura jugando en las calles...

Y ahora el ascensor empezó a nivelarse otra vez, pero parecía ir más de prisa que nunca, y Charlie podía oír fuera el silbido del viento a medida que el ascensor corría hacia adelante ...y torcía hacia un lado... y hacia otro... y subía... y bajaba... y...

—¡Voy a ponerme mala! —gritó la señora Tevé, poniéndose verde.

—Por favor, no haga eso —dijo el señor Wonka.

—¡Intente detenerme! —dijo la señora Tevé.

—Entonces será mejor que coja esto —dijo el señor Wonka, y se quitó la magnífica chistera que llevaba en la cabeza, y la puso boca abajo frente a la señora Tevé.

—¡Haga detener este horrible aparato! —ordenó el señor Tevé.

—No puedo hacer eso —dijo el señor Wonka—. No se detendrá hasta que no lleguemos allí. Lo único que espero es que nadie esté utilizando el otro ascensor en este momento.

—¿Qué otro ascensor? —chilló la señora Tevé.

—El que va en dirección opuesta en el mismo riel que éste —dijo el señor Wonka.

—¡Santo cielo! —gritó el señor Tevé—. ¿Quiere usted decir que podemos chocar?

—Hasta ahora siempre he tenido suerte —dijo el señor Wonka.

—¡Ahora que voy a ponerme mala! —gimió la señora Tevé.

—¡No, no! —dijo el señor Wonka—. ¡Ahora no! ¡Casi hemos llegado! ¡No estropee mi sombrero!

Un momento más tarde se oyó un chirrido de frenos y el ascensor empezó a aminorar la marcha. Luego se detuvo completamente.

—¡Vaya viajecito! —dijo el señor Tevé, secándose el sudor de la frente con un pañuelo.

—¡Nunca más! —jadeó la señora Tevé.

Y entonces se abrieron las puertas del ascensor y el señor Wonka dijo:

—¡Un momento! ¡Escuchadme todos! Quiero que todo el mundo tenga mucho cuidado en esta habitación. Hay aquí aparatos muy peligrosos y nadie debe tocarlos.


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