Libros del Rincón


ESA NOCHE


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ESA NOCHE, EHÉCATL y su perrito viajaron a Tamoanchan, el lugar donde habita Flor Preciosa: la diosa Xochiquétzal; donde crece Xochitlicacan: el Árbol Flor de Pie. Al llegar a la montaña, buscaron y subieron por una angosta brecha. Allí, en la base de la pirámide de Xochicalco, en la puerta de la Casa de las Flores, los esperaba ya Quilaztli, la hechicera diosa madre, la Mujer Águila y Serpiente. Quetzalcóatl y su nahual le entregaron los despojos. Ella los recibió, quemó copal, los sahumó y, en presencia de cinco de los dioses (Tepanquizqui, enviado de guerreros y de nobles; Tlalamánac, representante de artesanos y de gente del pueblo; Huictollinqui, que había llegado a Xochicalco enviado por los reyes; Tzontémoc, por los sacerdotes, y Apantecuhtli por los agricultores), los lavó con amor, y en su metate de piedra, balanceando la mitad de su cuerpo, inició la molienda, para luego devolverlos, convertidos en polvo divino, a Quetzalcóatl.

Quetzalcóatl y sus cinco compañeros cogieron cada uno una espina de jade del altar de la diosa, de Quilaztli, y con ella se abrieron heridas en las manos; luego inundaron con su sangre los sagrados despojos; cuando todo estuvo listo, Quetzalcóatl tomó la mezcla y amasó y amasó con amorosa paciencia; enseguida, con sus hábiles dedos fue modelando cabezas, cuerpos, brazos y piernas, para luego ponerles en su lugar narices, labios, manos y pies. Una vez hecho esto los sacó a las terrazas y los tendió muy juntos, uno al lado del otro, al tiempo que les iba colocando, en el sitio adecuado, sus respectivos sexos, y con voz muy bajita, emocionada y dulce, los contaba.

—Un hombre, una mujer; una mujer, un hombre; un hombre y una mujer...

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A su lado el nahual de Quetzalcóatl husmeaba, movía su pequeña cola, les lamía la tierna piel, y corriendo de un lado a otro, sin retirar la vista de aquellos nuevos hombres, les ladraba.


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