Libros del Rincón


Cinco cipreses, a veces dos


Graphics

No era un hombre rico. Tampoco era un hombre pobre. Era un hombre, solamente. Y este hombre tuvo un sueño.

Soñó que un pájaro se posaba en su ventana y le decía: "Hay un tesoro esperando por ti en la ciudad de los cinco cipreses". Pero cuando el hombre abrió la boca, para preguntar qué ciudad era esa, espantó al pájaro y al sueño. Entonces se despertó.

Durante algunos días indagó con quienes se encontraba si sabían algo al respecto de una ciudad con cinco cipreses, pero nadie sabía nada de ese lugar. Entonces, como si aún estuviese oyendo la clara voz del pájaro, vendió sus pocos bienes, puso su dinero en una alforja de cuero que se colocó en el cuello y, montando su caballo, partió.

Escogió la dirección del sol poniente, diciéndose a sí mismo que mientras anduviese con el sol, los días durarían más, y así tendría más tiempo para buscar. Y acompañando al sol subió montañas, atravesó llanuras, cruzó lagos y ríos.

De la ciudad no había ni rastro.

Pero él había soñado con ese pájaro y continuó la búsqueda. Y he aquí que un día, cuando el sol comenzaba a acariciarle la espalda, vio allá a lo lejos, levantándose como torres entre la bruma del horizonte, las negras siluetas de cinco cipreses.

Bajo el jalón involuntario de la brida, el caballo se estremeció. Sin embargo, tras sentir las espuelas, se lanzó al galope. Y galoparon, galoparon, galoparon.

Espumeaba el caballo, sudaba el hombre, cuando finalmente llegaron a la primera casa. Estando el hombre tan cansado ya al final del día, le pareció bien beber el agua de aquel pozo, acostarse a la sombra de aquel árbol, para que al día siguiente, ya descansado, pudiese buscar el tesoro que le pertenecía.

Así lo hizo y se durmió de inmediato.

Durmió tan profundamente, que no despertó cuando llegó otro caballero, se apeó, y se aproximó a él. Pero tan profundamente, que ni siquiera sintió cuando éste tocó la alforja de cuero que llevaba al cuello, todavía llena de dinero. Y así adormilado, ¿cómo iba a percibir que se trataba de un temible bandido?

No se dio cuenta de nada. Ni siquiera cuando el otro sacó su espada para sostenerla por un instante en lo alto, y con las dos manos, bajarla súbitamente, decapitándolo en el acto.

Casi sonriendo, el forajido abrió la bolsa y contó el dinero; después, dejando a los perros el ensangrentado cuerpo, agarró la cabeza por los cabellos y la arrojó al pozo.

Y en el pozo la cabeza se fue sumergiendo lentamente hasta llegar al fondo, donde los ojos abiertos ya no podían ver un enmohecido cofre, de cuyas grietas escapaban joyas y monedas, para perderse en la verdosa oscuridad.

Pero como un cuento es sólo un cuento, que yo cuento, pues recuento y transformo en otro cuento.

No era un hombre rico. Tampoco era un hombre pobre. Solamente era un hombre. Y este hombre tuvo un sueño.

Soñó que un pájaro se posaba en su ventana y le decía: "Hay un tesoro esperando por ti en la ciudad de los cinco cipreses". Pero cuando el hombre abrió la boca para preguntar en dónde quedaba esa ciudad, espantó al pájaro y el sueño levantó el vuelo.

Preguntó inútilmente a todos los que conocía si podían darle noticias de la misteriosa ciudad. Nadie había oído hablar de ella, y lo más que hacían era sacudir la cabeza y encogerse de hombros. Así, dándose cuenta de que si continuaba donde estaba jamás llegaría a donde tenía que ir, vendió su casa y su huerta, vendió la ropa que no llevaba puesta, colocó el dinero en una alforja de cuero, se la colgó del cuello y partió.

Escogió la dirección del sol naciente, diciéndose a sí mismo que ver el sol surgir de todas las mañanas sería como si una fortuna también estuviese surgiendo para él. Y a la par que el sol, se levantó al otro día para recorrer llanuras, subir montañas, atravesar lagos y ríos.

Pero de la ciudad no había ninguna señal.

Sin embargo, el pájaro le había hablado en su sueño. Por eso continuó la búsqueda. Y he aquí que una mañana, cuando el sol le tocaba el rostro, con sus dedos todavía tibios, vio recortarse en el horizonte unas siluetas negras y altas como torres, rígidas siluetas de cipreses. Apenas podía verlas, sumergidas en la ofuscante luz que amenazaba a lo lejos como una neblina. Aún así, su corazón pareció lanzarse sobre ellos, y el caballo se estremeció bajo el tirón involuntario de la rienda.

Galoparon, galoparon y galoparon.

El caballo espumeaba, el cabello del hombre se le pegaba en la frente, cuando finalmente se acercaron a la ciudad amurallada. El sol ahora ya estaba casi poniéndose, y en la gastada luz del día, el hombre vio que los cipreses no eran cinco, como había pensado, sino que sólo eran cuatro.

—Esta no es la ciudad que busco —dijo decepcionado, como si alguien pudiese oírlo.

Y, tras espolear al caballo, se alejó.

No pudo saber que el día anterior una tempestad había azotado la ciudad. Ni que un certero rayo había abatido el quinto ciprés.

Graphics


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!