Libros del Rincón


Por el rumbo de la estrella


Graphics

Habiendo muerto su padre, ya no había ninguna razón para que continuaran viviendo en la isla; así lo decidieron los siete hermanos.

Muy pronto, centenares de aves revolotearon en círculos y gritos, cimbrados sus nidos por el hacha que estremecía los troncos. Centenares de conejos se habían escondido en sus madrigueras, huyendo de las trampas en que otros conejos ya se debatían.

Y un gran barco fue apareciendo en la playa; un esqueleto de madera acostado sobre la arena, costillas arriba, recubierto en poco tiempo por las pieles de conejo que remendaban los hermanos.

—Esperaremos la luna llena —dijo el mayor de los siete, después que lijaron los remos. Pero, faltando todavía para que llegara la hora, los otros se encargaron de embarcar las pocas cosas que llevarían. Agua en las jarras, frutas en los cestos, carnes y pescados en planchas saladas.

Todo estaba listo, cuando en el oscuro hilván de la noche con el mar, una enorme luna comenzó a salir; en pocos instantes, y achatada bajo el peso del cielo, fue alzándose, cada vez más clara.

—Tú, que eres el menor de todos y el más ligero, permanecerás en el timón —dijo el mayor de los hermanos al más pequeño, mientras empujaban el barco hacia el agua. Y señalando en el cielo una estrella tan brillante como la luna, le ordenó que hacia allá dirigiese la proa, sin abandonarla nunca con los ojos.

—Sólo así llegaremos a tierra firme —agregó.

Vencidas las primeras olas y dejado atrás donde ellas rompen, va el barco sobre el líquido espejo. Plaf, plaf, se sumergen los remos de los seis hermanos, agitando el brillo sin romperlo. Y el séptimo, va allá atrás, en silencio.

Va el barco, siempre de frente. No hay veredas en el mar. El camino recto dibujado por la mano que asegura el timón aparece solamente en la estela que deja el navío cuando pasa. Y rápido se extingue.

Bien puestos los ojos en la estrella, el muchacho sabe a donde va.

De día, cuando la luz quema y el sol deslumbra, duermen los hermanos acostados en el fondo del barco. De noche reman. Una, dos, muchas noches.

Noche a noche, roturando el cielo, la luna gasta su curva y se hace finita. Cuanto menor es la luna, más intensa brilla la estrella para el muchacho.

Más intensa y más bonita. Más bonita y más mirada. Más mirada y más amada.

En sus ojos, sólo ella se refleja. En su noche, sólo la estrella ilumina.

El barco va a donde ella lo llama. Otra noche. Y más.

—¡Tan lejos de mí! —suspira el muchacho, confundiendo su lamento con el beso del agua contra el casco—. ¡Tan difícil de alcanzar!

Inútilmente busca en la oscuridad caminos que lo lleven a la estrella, intenta romper con la quilla la ruta secreta del cielo, la línea que en el horizonte los separa.

La luna se apagó. Ahora, sólo brilla la estrella.

Plaf, plaf, se sumergen los remos de los seis hermanos. Pero en esa noche más negra que las otras, un soplo gime sobre el agua. Es el viento. El mar, cansado de ser plano como el campo, se hincha como montes y cuevas, yergue su espalda, y estira sus blancos dedos de espuma.

Huye el barco, ¿o es llevado? Reman los hermanos, ¿o se aferran a los remos? El barco salta, gira, se arquea, se detiene en lo alto de una ola, se despeña y se empina nuevamente. Las maderas rechinan, retumba la tempestad.

Los ojos del muchacho, ardiendo por la sal, han perdido la estrella. La busca entre las nubes, en el cielo revuelto con el mar. Y ya no sabe qué está arriba y qué abajo.

Se quiebra la noche. Salta un rayo. El joven se cubre los ojos con la mano, pero cuando la baja, allá está de nuevo su alegría, clara y limpia estrella brillando en el cielo.

La osamenta del barco gime en la subida. Como un inmenso árbol, la ola abre su copa. Más y más suben los hermanos en su nido de pieles hasta que llegan a lo alto, donde brilla la espuma, casi nube. Nunca el muchacho estuvo tan cerca de su amada. Nunca le pareció tan bonita como ahora. Por primera vez, la mano olvida el timón. Se levanta casi tocando la estrella, los brazos extendidos, las piernas enredadas de mar. Y entonces tiene la impresión de que ella se agacha, llevándolo más allá de la oscuridad, más allá del viento, más allá de la tempestad.

Perdido el timonel, navegan para siempre los hermanos sin posibilidad de llegar. Lejos está la tierra firme. Y lejos, allá lejos, están las estrellas.


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!