Libros del Rincón


Nueve


La reacción de Javi, ahora que ha podido escaparse del parloteo incesante de aquella señora, es de indignación.

Su nerviosidad se ha transformado en furia.

Está furioso con su mamá porque dejó que se llevaran a el Manchas,

está furioso con el hijo de la señora, que vendió al perro,

está furioso con la señora tan parlanchina,

está furioso con la vida que le anda jugando tan malas pasadas.

Pero Javi es terco.

No se da por vencido tan fácilmente.

La señora había dicho:

«Tres cuadras para abajo y luego dos a la izquierda.»

(¿La izquierda? Javi nunca ha podido estar muy claro en eso de la derecha y la izquierda)

«Tendrá que tomar otro autobús hasta Coralillo.»

Camina, duda, pregunta, suda, vacila, se angustia.

La parada.

Al subir se pegó disimuladamente a una señora para dar la impresión de que viajaba con ella.

Y la señora que no se daba cuenta de nada.

Era una señora gorda que ocupaba mucho espacio con sus gorduras y sus paquetes y sus bultos.

Javi se revolvía nervioso en el asiento.

La mujer, a cada rozón, le echaba una mirada furiosa, algo así como "maldito niño", dicho con los ojos.

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El autobús se desplaza sin demasiada prisa rumbo al pueblecito y

¿si se hubiera equivocado?,

¿Y si hubiera tomado el autobús equivocado?

Javi trata de engañar sus temores recordando algunas cancioncitas de su vieja tierra.

Trata de acordarse de las canciones con las que lo dormía su mamá de bebito, pero se le hacen un lío en la cabeza.

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