Libros del Rincón


Siete


La dirección es una casa.

Es la puerta de una casa.

Detrás de la puerta, una señora.

Una señora muy amable.

Hay mucha gente amable en esta ciudad.

Cerró el piano en el que había estado tocando una melodía dulzona y mientras se movía de acá para allá, platicaba sin parar.

Abría un cajón,

sacaba los limones,

cortaba los limones,

buscaba una jarra,

la lavaba,

echaba el agua,

abría el refrigerador,

sacaba los hielos,

Mientras se movía de acá para allá,

platicaba sin parar...

—«Claro... claro...

un perro... sí...

lo trajeron... pero,

tú estás muy pequeño para andar solo por estos mundos de dios...

¿Cómo me dijiste que te llamabas?»

—«Javier...

—«Sí, claro. Javier...»

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«bonito nombre...

Creo que te caería bien una limonada...

se te ve seco y deshidratado... con todo este calor...

pero, ¿qué quieres? así es el clima aquí...»

—«¿El perro?»

—«¡Claro! ...El perro...»

—«Te daré la limonada... y también unas galletitas...

yo misma las hice y están riquísimas...

supongo que debes haberle pedido permiso a tu mamá.

claro... claro...»

Y Javi se desespera saboreando la limonada (que dicho sea de paso le ha caído de maravilla a su garganta reseca)

y busca al perro con los ojos sin hallarlo.

Y aquella señora habla que habla y no dice nada.

—«¿El perro?»

—«Ah... el perro...»

—«Bonito ejemplar, por cierto...

pero mi hijo lo vendió enseguida...

Sí...»

—«¿Lo vendió?»

La voz de Javi es apenas un susurro tembloroso.

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