Libros del Rincón


El cerdo, los bueyes, las ovejas, el pony y la cabra


En ese momento, la madre de Jorge volvió de sus compras en el pueblo. Entró el coche en el patio y se bajó. Llevaba una botella de leche en una mano y una bolsa de comestibles en la otra.

Lo primero que vio fue la gigantesca gallina marrón, que dejaba a Jorge chiquito. Se le cayó la botella de leche.

Luego, la abuela empezó a gritar desde lo alto del tejado y, cuando levantó los ojos y vio la cabeza de la abuela saliendo por entre las tejas, se le cayó la bolsa de comestibles.

—¿Qué te parece esto, eh, Mary? —gritaba la abuela—. ¡Apuesto que nunca has visto una gallina tan grande como ésa! ¡Es la gallina gigante de Jorge!

—Pero... pero... pero... —tartamudeó la madre de Jorge.

— ¡Es la medicina mágica de Jorge! —gritó la abuela—. ¡La hemos tomado las dos, la gallina y yo!

—Pero, ¿cómo diablos te subiste al tejado? —chilló la madre.

—¡No me subí! —cacareó la abuela—. ¡Sigo teniendo los pies en el suelo del cuarto de estar!

Esto era más de lo que la madre de Jorge podía entender. Se quedó allí, con la boca abierta y los ojos bizcos. Parecía estar a punto de desmayarse.

Un segundo después, apareció el padre de Jorge. Su nombre era Sr. Locatis. El Sr. Locatis era un hombre bajito, con las piernas curvadas y una cabeza enorme. Con Jorge era un padre cariñoso, pero no resultaba fácil convivir con él, porque hasta las cosas más pequeñas le ponían nervioso y excitado. La gallina que estaba en el patio no era, ciertamente, una cosa pequeña, y cuando el Sr. Locatis la vio, empezó a dar saltos como si algo le quemara los pies.

—¡Madre mía! —gritó, agitando los brazos—. ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? ¿De dónde ha salido? ¡Es una gallina gigante! ¿Quién ha hecho esto?

—Yo —dijo Jorge.

—¡Mírame a ! —gritó la abuela desde el tejado—. ¡No te preocupes por la gallina. Y yo, ¿qué?

El Sr. Locatis miró hacia arriba y vio a la abuela.

—Cállate, abuela —dijo.

No parecía sorprenderle que la vieja saliera por el tejado. Era la gallina lo que le excitaba. Nunca había visto nada igual. Pero, claro, ¿quién lo había visto?

—¡Es fantástica! —gritó, bailando y dando vueltas—. ¡Es colosal! ¡Es gigantesca! ¡Es tremenda! ¡Es un milagro! ¿Cómo lo hiciste, Jorge?

Jorge comenzó a contarle a su padre lo de la medicina mágica. Mientras se lo contaba, la gallina marrón se sentó en medio del patio y se puso a hacer clo-clo-clo... clo-clo-clo-clo-clo.

Todos se quedaron mirándola fijamente.

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Cuando volvió a ponerse de pie, había un huevo marrón en el suelo. El huevo era del tamaño de un balón.

—Con ese huevo se podrían hacer huevos revueltos para veinte personas —dijo la Sra. Locatis.

—¡Jorge! —gritó el Sr. Locatis ¿Qué cantidad de esta medicina tienes?

—Mucha —contestó Jorge—. Hay una enorme cacerola llena en la cocina, y este frasco está casi lleno.

—¡Ven conmigo! —vociferó el Sr. Locatis, agarrando a Jorge por un brazo—. ¡Trae la medicina! Durante años y años he estado intentando criar animales cada vez mayores. Vacas, cerdos y corderos más grandes, para que diesen más carne.

Fueron primero a la porqueriza.

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Jorge le dio una cucharada de la medicina al cerdo.

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El cerdo echó humo por la nariz y brincó por todos sitios. Luego, creció y creció. Al final, tenía este aspecto...

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Fueron a la manada de hermosos bueyes negros que el Sr. Locatis estaba tratando de engordar para llevar al mercado.

Jorge les dio un poco de la medicina a cada uno de ellos, y esto es lo que ocurrió:

Luego, a los corderos...

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Le dio otro poco a su pony gris...

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Y por último, sólo por divertirse, le dio un poco a Alma, la cabra...

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