Libros del Rincón


Píldoras para animales


En ese momento, de pronto, a Jorge se le ocurrió un truquito estupendo. Aunque el armario donde se guardaban las medicinas de la casa era terreno prohibido, ¿qué pasaba con las medicinas que su padre guardaba en el estante del cobertizo que había junto al gallinero? Las medicinas para animales.

¿Qué pasaba con ésas?

Nadie le había dicho nunca que no tocase ésas.

Hay que enfrentarse con la realidad, se dijo Jorge; la laca y la crema de afeitar y el betún están muy bien y, sin duda, producirán algunas magníficas explosiones dentro de ese vejestorio, pero lo que la mezcla mágica necesita ahora es un toque del producto auténtico, píldoras de verdad y tónicos de verdad, para darle fuerza e impacto.

Jorge cogió la pesada cacerola, llena ya hasta los tres cuartos, y salió con ella por la puerta trasera. Cruzó el patio y se dirigió al cobertizo. Sabía que su padre no estaría allí. Estaba recogiendo el heno en uno de los campos.

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Jorge entró en el viejo cobertizo polvoriento y puso la cacerola sobre el banco. Luego miró el estante de las medicinas. Había cinco frascos grandes. Dos estaban llenos de píldoras, otros dos, llenos de líquido, y uno, de polvos.

—Los usaré todos —dijo Jorge—. La abuela los necesita. ¡Vaya si los necesita!

El primer frasco que cogió contenía unos polvos anaranjados. La etiqueta ponía: PARA POLLOS CON PESTE PESTILENTE, GALLINAS CON COLÍCO, PICOS DOLORIDOS, PATAS COJAS, POLLITIS, HUEVOS ENFERMIZOS, CLOQUERA O PÉRDIDA DE PLUMAS. MEZCLAR SÓLO UNA CUCHARADA CON CADA CUBO DE COMIDA.

—Bien —se dijo Jorge en voz alta, mientras volcaba todo el frasco—, la pajarraca no perderá las plumas después de haber tomado una dosis de esto.

La siguiente botella que bajó tenía unas quinientas píldoras moradas gigantescas. PARA CABALLOS CON RONQUERA, decía la etiqueta. EL CABALLO RONCO DEBERÁ CHUPAR UNA PÍLDORA DOS VECES AL DÍA.

—Quizá la abuela no tenga la garganta mala, pero, desde luego, tiene mala lengua. Puede que le curen eso.

Las quinientas píldoras moradas gigantescas fueron a la cazuela.

Luego había un frasco con un líquido espeso y amarillento. PARA VACAS, TOROS Y BUEYES, decía la etiqueta. CURA VIRUELA, SARNA, CUERNOS ARRUGADOS, MAL ALIENTO EN LOS TOROS, DOLOR DE OÍDOS, DE MUELAS, DE CABEZA, DE PEZUÑAS, DE RABO Y DE UBRES.

—La vaca gruñona que está en la sala tiene todas esas espantosas enfermedades —dijo Jorge—. Lo necesitará todo.

Con un gorgoteo, el líquido amarillo cayó en la cazuela, que estaba ya casi llena.

El siguiente frasco contenía un líquido rojo vivo OVEJIL, ponía en la etiqueta. PARA LAS OVEJAS CON MORRIÑA Y PARA LIBRARSE DE GARRAPATAS Y PULGAS. DISOLVER UNA CUCHARADA EN CUATRO LITROS DE AGUA Y ROCIAR A LA OVEJA. PRECAUCIÓN: NO AUMENTAR LA DOSIS; DE LO CONTRARIO, SE CAERÁ LA LANA Y EL ANIMAL QUEDARÁ DESNUDO.

—Vaya —dijo Jorge—, cómo me gustaría entrar y rociar a la abuela con esto y ver cómo las garrapatas y las pulgas salen corriendo y saltando. Pero no puedo hacerlo. No debo. Por lo tanto, tendrá que bebérselo.

Vertió la medicina rojo vivo dentro de la olla.

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El último frasco del estante estaba lleno de unas píldoras verde pálido. PÍLDORAS COCHINAS, anunciaba la etiqueta. PARA CERDOS CON PICORES PORCINOS, PEZUÑAS BLANDAS, CERDAS MARCHITAS Y ENFERMEDADES PUERCAS. ADMINISTRAR UNA PÍLDORA AL DÍA. EN CASOS GRAVES SE PUEDEN ADMINISTRAR DOS PÍLDORAS, PERO NO MÁS, PORQUE EL CERDO SE PONDRÍA A BAILAR.

—Justamente lo que le hace falta a esa cochina que está en casa. Necesitará una dosis grandísima.

Volcó todas las píldoras verdes, cientos y cientos de ellas, en la cacerola.

Sobre el banco, había un palo viejo que se había utilizado para remover pintura. Jorge lo cogió y empezó a revolver su maravillosa pócima. La mezcla tenía el espesor de una crema, y a medida que él revolvía y revolvía, muchos colores maravillosos surgieron de las profundidades y se mezclaron, rosas, azules, verdes, amarillos y marrones.

Jorge continuó removiendo hasta que estuvo todo bien mezclado, pero aun así, seguía habiendo cientos de píldoras en el fondo que no se habían disuelto. Y la magnífica borla de polvos de su madre flotaba en la superficie.

—Tendré que hervirlo todo —dijo Jorge—. Un hervor rápido es lo único que le hace falta.

Se dirigió a casa, tambaleándose por el peso de la enorme cacerola.

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De camino, pasó por delante del garaje, así que entró a ver si encontraba alguna otra cosa interesante. Añadió lo siguiente:

Cuatro litros de ACEITE DE MOTOR, para que el motor de la abuela funcione suavemente.

Algo de ANTICONGELANTE, para que su radiador no se congelase en invierno.

Un poco de GRASA, para engrasar sus chirriantes articulaciones.

Y luego, vuelta a la cocina.


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