Libros del Rincón


Este capítulo empieza muy mal pero después mejora un poco


Fue entonces cuando empecé a tener miedo de mi monstruo. No tenía miedo de que me hiciese daño a mí (yo sabía que si no lo contradecía no había peligro, yo sabía que en cuanto lo acariciaba se ablandaba como un gatito, que hasta ronroneaba y todo...). Pero tenía miedo de que no quisiese dejarme, de que se me pegase al bolsillo como un chicle. Y también tenía miedo de que se me notase, de que la señorita de Español, por ejemplo, dijese: "Ahí va Inés con su monstruo. No era tan buena a fin de cuentas..." Tenía miedo de dejar de ser yo. ¡Qué sé yo! Tenía miedo.

Desde ese día me dejé la chamarra puesta toda la mañana. Era grande y larga y me tapaba bien el bolsillo. A todos les llamaba la atención porque los días estaban muy bonitos y no hacía frío.

—¡Pero, Ine, ¿no te mueres de calor? —me decía Paula.

Pero Paula ¡qué sabía!

Ni Paula, ni Federico, ni la señorita de Español, ni mi papá, ni mi mamá sabían nada de mi monstruo. Ellos me seguían tratando como si tal cosa, como si yo fuese una Inés sin monstruo y no una Inés con monstruo en el bolsillo.

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Desde ese día, con mi mano vendada y mi bolsillo demasiado lleno, empecé a sentir miedo, mucho miedo.

En la noche tenía pesadillas.

Era el día del acto: mi monstruo se pegaba a la cara de Verónica y le comía la mantilla.

Era el día del acto: mi monstruo crecía como una pelota de fútbol y yo tenía que llevar mi bolsillo en carretilla.

Era el día del acto: la directora me obligaba a quitarme la chamarra y mi monstruo crecía y crecía y se los comía a todos.

Era el día del acto: la señorita Betty me decía "lnesita" y mi monstruo le mordía la garganta.

En mis pesadillas siempre era el día del acto. No sé por qué me parecía que ese día iba a ser peor que otros. Tenía la sensación de que ese día, precisamente ese día, mi monstruo se iba a dejar ver por todos.

El 14 de mayo en la noche le dije a mi mamá que me dolía un poco la garganta.

—¡Ay, Inuchita! ¡No me digas eso! ¡A ver si te pescas algo, justo ahora que están por estrenar tu obra!

—Es mía y de Federico, ma.

—¿No tendrás fiebre, verdad?

No, no tenía fiebre. Y tampoco me dolía demasiado la garganta. Era más bien una especie de nudo muy fuerte, de esos que cortan la respiración. Y también una espina honda, de esas que duelen todo el tiempo... Pero creo que anginas no eran.

Las cosas que pasaron después no son cosas Maravillosas, Terribles y Extraordinarias, pero tampoco son cosas de día de broncas.

Pasó que mi mamá me dio una aspirina y un té con leche (a mí el té con leche me encanta).

Después pasó que me sentó en las rodillas, como cuando era una nenita (a mí me dio risa). Pasó que me rascó la espalda (a mí me encanta que me rasquen la espalda).

Y después me dijo:

—¿Qué te parece si mañana te peinas con una trenza?

Y por un rato largo, bastante largo, me olvidé de mi monstruo.


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