Libros del Rincón


En este capítulo mi monstruo y yo entramos en contacto por primera vez y yo quedo muy impresionada


No me pregunten cómo fue que no pegué un grito. A veces yo misma me sorprendo de mi silencio...

Tal vez estaba tan llena de rabia que no podían salirme los sonidos. Tal vez me gustó poder ocuparme de otra cosa en ese momento que no fuese Verónica ni Gerónima ni la señorita Betty.

Tampoco me entretuve tratando de imaginarme qué clase de bicho podría haberse metido en el bolsillo de mi delantal (recién planchado), porque desde el primer momento tuve la sensación de que no era algo normal sino algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario.

Eso me puso muy contenta: que me pasara algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario, era lo único que me podía consolar por haber perdido en una sola mañana tantas cosas. Y mi alma, un poco roñosa y maltrecha pero enterita, poquito a poco, me fue volviendo al cuerpo.

Eché una ojeada a mi alrededor y vi que todos (hasta Paula, ¡qué vergüenza!, hasta Federico, y eso que él es el único que opina que Verónica es una tonta) estaban apiñados alrededor del peinetón y la mantilla. Con bastante disimulo, abrí el bolsillo lo más posible y eché una miradita rápida. Había una especie de pelota peluda, de color entre violeta y verdoso, que se hinchaba y deshinchaba sin parar. También oí una especie de chillido.

Graphics

Los demás también parecieron oírlo porque de pronto se hizo silencio.

Cerré de golpe el bolsillo y me puse a mirar con muchísimo interés la página número 72 del Manual: había un retrato de Obregón. "Obregón era un gordito... como Federico", pensé, y por un momento me olvidé del bolsillo.

—Andrés, ya te dije que no vuelvas a hacer ese ruido con el gis, que me pone nerviosa.

—Yo no fui, seño.

—Andrés, silencio o te mando castigado a la dirección.

—Pero yo no fui señorita.

—Andrés, vete a la dirección.

—Pero yo no...

—¡Andrés!

Y con esta breve escena —tan parecida a otras que una no estaba segura de si era de hoy, de ayer o de mañana— se terminaron las consecuencias del primer chillido que salió de mi bolsillo.

Por suerte tocó el timbre para ir al recreo.

—Voy al baño —le dije a Paula, antes de que empezara a preguntarme si había traído chicle.

—Voy contigo, Ine.

"Uf", pensé.

Me encerré en el baño con mi bolsillo, dispuesta a mirar mejor lo que había adentro. Lo abrí con cuidado, desde el borde: la pelota peluda seguía allí, hinchándose y deshinchándose con mucha fuerza. También resoplaba un poco. Muy despacito fui acercando un dedo... Fue espantoso. La pelota peluda se abrió de pronto en dos y mostró dos hileras de dientes filosos como aguas y ¡ay!, me mordió.

—¿Qué te pasa, Ine? —me preguntó Paula, que cuidaba la puerta.

—Nada, se me rompió una uña.

En la yema del dedo tenía seis marcas, seis mordidas, y despacito, despacito, empezaban a inflarse unos globitos de sangre. Me chupé el dedo una y otra vez: la sangre dejó de salir. Eran mordidas profundas pero chiquitas. "Mi monstruo tiene dientes de leche", me dije.

Y de pronto me di cuenta de que ya le había puesto un nombre.

"¡Tengo un monstruo en el bolsillo! ¡Tengo un monstruo en el bolsillo!", tendría que haber gritado. Pero, como todos saben ya, yo escribiendo soy muy buena, pero hablando... (como dice la señorita de Español).

—¿Estabas llorando? —me preguntó Paula cuando salí del baño.

—No seas tonta, Paula —le dije.

Y pasé la mano disimuladamente por fuera del bolsillo. "Estoy acariciando a mi monstruo", pensé.

Y bueno, ya sé que nadie me va a creer, pero yo me di cuenta de que al monstruo le gustaba que yo lo acariciase. Dejó de hincharse y deshincharse con violencia; se fue serenando. Oí una especie de suspiro muy chiquito, y después el bolsillo se me fue poniendo blando, tibio y en silencio. "Mi monstruo se quedó dormido", me dije.

Y, del otro bolsillo, saqué un paquete de chicles y le di dos a Paula.


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!