Libros del Rincón


Capítulo en el que se demuestra que una cosa es tener un monstruo en el bolsillo y otra muy distinta poder contarlo


Al mediodía yo siempre me regreso en el 184, así que viajo con Federico, con Paula, con Martín, con Yanina y con Mariana. En general, vamos platicando. Bueno, los demás platican. Yo platico poco, pero me gusta que me platiquen. (Algunas veces me gusta. Otras veces, cuando no quiero platicar ni que me platiquen, me hago la que pierdo el tiempo y dejo pasar el 184 en el que van todos y me voy en otro, donde la única con delantal blanco y boleto escolar soy yo, porque ya son como las doce y media y todos están llegando a sus casas.)

Ese día no me pareció bien perder el tiempo. Me daba no sé qué andar sola con mi monstruo en el bolsillo. Parecía un monstruo tranquilo, pero yo no conocía todavía sus costumbres. En una de ésas saltaba fuera del bolsillo y mordía a alguien o se ponía a chillar horriblemente... Lo que sí sabía era que le gustaban los mimos, porque cuando yo acariciaba el bolsillo despacito enseguida se calmaba y se ponía blando.

—¡Qué mal estuvo la señorita Betty con eso de Gerónima! —me dijo Paula, en voz más bien baja.

Graphics

—¿Con qué? —pregunté yo, porque estaba pensando en el bolsillo.

—No te hagas la tonta, Ine. No me vas a decir que no te dio coraje. Si tú ya tenías la blusa y la falda y todo eso... y el viernes te pasaste la tarde practicando lo que tenías que decir...

—¡Ah, sí! —dije—. Me dio un poco de coraje.

Y me acaricié el bolsillo. "¿Qué pasará si lo suelto?", pensé.

Federico me pidió un chicle y casi me equivoco y meto la mano en el bolsillo del monstruo. "¿Volverá a morderme?", pensé. Pero, en un autobús muy lleno era imposible hacer la prueba.

Cuando Federico me miró con su cara tan parecida a la de Obregón me dieron muchísimas ganas de hablar con él de las cosas Maravillosas, Terribles y Extraordinarias. Pero ¿a quién se le ocurre hablar con muchachos? Así que no dije una sola palabra más en ese autobús.

Llegué a mi casa corriendo.

—¿Viste, Inés? ¿No te dije yo que el suéter te iba a hacer falta? ¡No me vas a decir que no hizo frío!

A mi mamá no le pareció mal que no le contestara porque yo muchas veces no contesto. "Inesita es igual que el Negro", dice mi mamá cuando vienen visitas. El Negro es mi papá. Mi papá es muy moreno, igual que yo, y también es serio y callado, igual que yo. Pero, cuando mi mamá dice esas cosas, a mí algo se me aprieta por adentro. Me gustaría ser un poco como mi mamá también, porque mi mamá es de esa gente verdaderamente simpática. Todo el mundo cuando la conoce dice: "¡Qué simpática!", y en el barrio todos la saludan. A mi papá lo saludan mucho menos, porque él siempre anda como metido para adentro. Mi mamá, en cambio, es salida para afuera. Siempre se ríe y habla y hace gestos. A veces me hace recordar un poco a Verónica (aunque mi mamá, claro está, no usa tobilleras con encaje).

Salí corriendo por el pasillo y me metí en mi pieza porque tenía muchas ganas de estar un rato a solas con mi monstruo.

—No me gusta que cierres la puerta así, Inés —gritó mi mamá después del portazo.

Pero yo ya estaba del otro lado, y casi no oía.

Me desabroché el delantal y me lo saqué con cuidado. Lo puse en la cama y me arrodillé en el suelo para espiar despacito en el bolsillo.

Ahí estaba mi monstruo, mi querido monstruo Maravilloso, Terrible y Extraordinario. Tenía pelos verdes, pelos violeta y, de tanto en tanto, pelos azules. Lo miré con mucha atención pero estoy casi segura de que no pude verle los ojos. "¿Será ciego?", pensé. Y me dio una especie de susto porque un monstruo con tanta boca y sin ojos no puede menos que meter susto. Tampoco vi que tuviera orejas. En realidad, no tenía más que boca, y pelos, muchísimos pelos. Sin embargo, era mi monstruo. De eso estábamos los dos bien seguros. Yo no sé cómo, pero mi monstruo me conocía. Cuando le acerqué el dedo no me mordió, se frotó contra mi mano como si fuera un gato. Era tibio y suave y yo me pregunté: "¿será terrible?"

—Vamos, Inés, lávate las manos que la comida está servida —me gritó mi mamá desde la cocina—. ¡Rápido, que ya vino papi! Cuando entré a la cocina mi papá ya había colgado el saco del respaldo de la silla y se había sentado a la mesa.

—Hola, Inucha —me dijo cuando me vio entrar.

(Mi papá siempre me llama "Inucha". A mi me gusta que me diga así. Cuando me dice "Inés" es porque está por regañarme.)

—Hola, pa.

—¡Ah! ¡Esperen! ¡A que no saben con quién me encontré hoy cuando salía de la verdulería...!

Siempre que mi mamá empieza a contar las cosas que le pasaron, mi papá y yo nos quedamos callados mirándola. Ella cuenta cosas de nada, cosas de ésas que le pasan a cualquiera en cualquier día, cosas de todos los días, cosa que nadie podría llamar Maravillosas, Terribles y Extraordinarias, pero parece una función de circo ("Igual que Verónica", pienso a veces).

—...¡y no te imaginas lo rara que está con ese corte de pelo!

Mi mamá seguía contando. Era mejor que una serie de televisión. En algunos momentos, en los más emocionantes, daban ganas de aplaudirla.

—Y a ti, Inucha, ¿no te pasó nada especial en la escuela? —me preguntó mi papá cuando mi mamá terminó con todo éxito su larga historia.

"Sí, papi. Sí. Tengo un monstruo en el bolsillo", quise decir yo, pero me metí dos papas en la boca y no dije nada, porque yo... (como dice la señorita de Español).


[ Inicio de Documento ]
[ Tabla de Contenido ][ Previo ][ Nivel Superior ][ Siguiente ]Busca, ...y ¡encuentra!