Libros del Rincón


En este capítulo mi monstruo entra en acción y yo me consigo un buen regaño


Hay algo que conviene que les diga cuanto antes: yo soy buena. Todo el mundo dice: "Inesita es muy buena" o "Pídele a Inés, que es buena". Y vienen y me dicen: "Ándale Inés, tú que eres buena..." Bueno, eso demuestra que yo soy buena, o, por lo menos, que todos creemos que yo soy buena. Y ha de ser por eso (porque soy buena) que al principio no me di cuenta de que mi monstruo podía serme útil.

Me di cuenta por casualidad y cuando ya era muy tarde. Resulta que en la noche de ese día Maravilloso, Terrible y Extraordinario me quité la ropa para irme a bañar y dejé el suéter amarillo tirado en un rincón de la pieza ("Inés, cuelga la ropa", "Inés, pon en el canasto la ropa para lavar"... No crean que no sé lo que tengo que hacer, pero a veces tengo la vida tan llena de cosas que algunas se me quedan afuera. Por ejemplo, la ropa, que no sé porqué aparece siempre tirada en una silla o hecha bolas en los rincones).

Bueno, lo cierto es que el suéter amarillo (el maldito suéter amarillo, de sólo mirarlo me sentía descompuesta...) quedó hecho bolas en un rincón de mi pieza, cerquita del delantal (que no estaba tirado sino más bien colgado de la manija del ropero). Pero todas ésas son cosas que yo vi y pensé al día siguiente, porque esa noche estaba tan cansada que me quedé dormida con el libro abierto justo en la página más emocionante...

A la mañana siguiente no me despertó mi papá, como siempre. Me despertaron los gritos de mamá.

—¡Inés! ¡Inés! ¡Esto sí que no te lo perdono!, ¿me escuchaste? Esto no te lo voy a perdonar en toda la vida, ¿me oyes? Nunca creí que fueras capaz de una cosa así. ¡Ya vas a ver la que te espera! Ésta no te la perdono Inés, ¿entendiste?

Yo la escuchaba y la oía, pero no entendía. No entendía nada de nada. ¿Qué habría podido hacer yo mientras dormía? Un día Paula me había contado no sé qué historia de una chica que era sonámbula y salía a la vereda a jugar avión en la mitad de la noche... En una de esas yo era sonámbula y había hecho cosas horribles mientras dormía, y ahora no me acordaba absolutamente de nada.

—¡Claro! Tú no dices nada. Tú nunca dices nada. Tú eres de las que las matan callando. Te crees que así te vas a salvar. Pero esta vez sí que no. Esta vez sí que no, Inés. Esta vez vas a recibir un castigo importante, ¿entiendes?, un castigo importante.

Yo seguía acostada en mi cama con la cobija encima de la cabeza. ¿Un castigo importante? ¿Como qué? ¿Como que no me dejasen ir al cumpleaños de Yanina el viernes en la tarde? ¿Como que me tirasen a la basura mi colección de boletos capicúa? Esos eran castigos importantes. Pero en una de ésas era peor. En una de ésas me pegaban. Una vez, cuando yo tenía seis años, mi papá me había pegado porque yo no había querido saludar a don Antonio, que había venido de visita. Cómo le tenía rabia... Siempre me acuerdo de ese día. Claro que ahora yo no tenía seis años, tenía once... En una de ésas...

Debajo de la cobija empezó a crecerme el miedo.

—No pienso comprarte otro suéter, ¿entendiste? Y mucho menos ese pantalón con florecitas... ¡Mucho menos! ¿Me escuchaste, Inés?

"¿Qué demonios tendrá que ver el suéter?", pensaba yo. "¿Tanto lío porque lo dejé tirado en el piso?"

Cuando oí que los zapatos de mi mamá ya andaban repiqueteando cerca de la cocina me levanté para ver.

De algo podía estar segura: estaban empezando a suceder cosas verdaderamente Maravillosas, Terribles y Extraordinarias. Ahí nomás, estirado encima de la silla, estaba el suéter amarillo. Pero sólo alguien que lo conociera tan bien como yo podía reconocerlo. Su espantoso color amarillo era el mismo de siempre, pero todo lo demás era diferente. Estaba agujerado, desgarrado, destrozado, deshilachado, baboso, como si un cachorro de perro hubiese estado jugando con él toda la noche (nosotros tenemos gato, pero cachorro de perro, no, eso era lo raro).

"No puede ser", pensé. (Siempre que algo es, a mí se me da por pensar que no puede ser, pero sigue siendo).

No quiero mentirle a nadie: yo estaba muy impresionada, pero triste, lo que se dice triste, no estaba. Casi podía decirse que estaba contenta. Pero, eso sí, no entendía. No entendía absolutamente nada.

Mi mamá pensaba que había sido yo, pero yo no había sido, de eso estaba segura. Salvo que fuese cierto el famoso asunto de los sonámbulos (pero mi tío Miguel Ángel dice que son inventos de los dibujitos animados y de las películas del Gordo y el Flaco...) Yo no había sido —ya les dije que yo soy buena— pero me sentía un poquito responsable porque, aunque yo no había sido, estaba contenta.

"Ahora lo tendrán que usar para limpiar los vidrios", pensé, y medio me reí.

De pronto se me ocurrió algo y corrí a mi delantal, que seguía colgado de la manija del ropero. Le abrí el bolsillo y miré adentro.

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Ahí estaba mi monstruo. Peludo como siempre, pero un poco cambiado. Me pareció menos verde, menos violeta y más azul pero, sobre todo, un poquito más grande: ya abultaba como un pañuelo arrugado.

"¿Fuiste tú?", pensé, y sin darme cuenta lo acaricié despacio, con un solo dedo.

Mi monstruo hizo una especie de ronquido y después suspiró. "Ronronea", pensé yo. "Claro, pobrecito, ¡tenía hambre!" Y me pregunté si sería una especie de polilla. Pero la polilla "come lana, de la noche a la mañana", como dice la canción de María Elena Walsh, y el suéter amarillo no era de lana, era de algodón. ("¡Un suéter nuevecito, de algodón peruano, un suéter finísimo que nunca entendí por qué esta chica le tenía rabia!", gritaba mi mamá en la cocina.)

Tenía que hacer un experimento.

Busqué en la bolsa de Actividades Prácticas y saqué un trapito de limpiar los restos de pegamento. Se lo acerqué a mi monstruo. Nada. Ni siquiera abrió la boca. "Estará demasiado lleno", pensé.

Entonces vi el suéter agujerado y traté de acercárselo. (Son esas cosas que una hace sin saber por qué, pero como si supiera.)

Fue espantoso. De pronto se puso verde y violeta, casi fosforescente, y empezó a hincharse y deshincharse con mucha fuerza. Pegó un chillido de ratón, abrió su boca gigantesca llena de muchísimos dientes, y se prendió como un tigre a la manga derecha, que era la única que todavía estaba casi intacta. Arrancó un pedazo enorme y se lo masticó a toda velocidad. A medida que tragaba se iba poniendo más azul y menos violeta, y poco a poco se fue tranquilizando. Volví a poner el suéter donde lo había dejado mi mamá, me vestí a toda velocidad y me fui a tomar la leche.

—Inés, ¿por qué hiciste eso? —preguntó mi papá muy serio.

Cuando mi papá me dice "Inés" a mí se me hace un nudo en la garganta (eso de las gargantas anudadas también lo aprendí de mi abuela) y yo, cuando tengo un nudo en la garganta, no puedo tragar la leche.

Supongo que tendría que haber dicho: "Yo no fui, papi, fue mi monstruo, porque yo tengo un monstruo en el bolsillo..." pero ya se sabe que yo (como dice la señorita de Español)... Y sobre todo cuando tengo un "Inés" atragantado en la garganta.


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