Libros del Rincón


6. Un momento de magia


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La noche del lunes era igual que todas las otras. Mayte, sentada en el piso, se entretenía dibujando jugadores de futbol y grupos de cazadores que perseguían a doña Pola por la jungla. Este último dibujo le había quedado bastante bien. La Vieja Entrometida en persona aparecía atada a un largo palo que los cazadores cargaban sobre los hombros.

Mayte miró el dibujo y sonrió. Ya se imaginaba la lección que darían a doña Pola cuando el martes comenzaran con su plan de escarmiento.

Pero la noche del lunes era igual que todas las otras y eso significaba que su padre, sentado en el sillón de siempre, miraba televisión junto a su madre.

Cenaron y Mayte, que había estado muy callada, prefirió no hablar acerca del gran desafío de la pandilla del gordo.

Sabía que era mejor esperar un buen momento pues su padre siempre llegaba muy cansado del trabajo y con pocas ganas de hablar.

Pero ahora, desde su lugar en el piso de madera, Mayte lo miró y creyó que tal vez sería un buen momento.

El padre, quieto como una estatua, apenas parpadeaba y seguía las escenas de una serie policial.

Esta vez un sargento negro, muy enojado, golpeaba con su puño encima de un escritorio y le gritaba a tres muchachos que trabajaban para él.

—¡Otra vez se les escapó!

Los muchachos bajaban la vista como si estuvieran muy apenados.

Sí, ese podía ser un buen momento para hablar.

—Papá,yo.

—Shhh —dijo la madre.

—Pero mamá yo.

—Espera un poco, ¿no ves que estamos mirando?

—Pero...

—¡Mayte! ¿Es que no puedes esperar los comerciales? —su padre parecía muy molesto.

Mayte se encogió de hombros y volvió a sus papeles de dibujo. Tomó un lápiz y empezó a trazar una línea tras otra y otra y otra más hasta que terminó por hacer un enorme televisor dentro del cual vivían, como en una casa, muchas personas.

Pero el volumen del aparato aumentó anunciando que los esperados comerciales habían comenzado.

—Papá, te parece bien que...

—¡APROVECHE NUESTRAS GRANDES OFERTAS!

—...el próximo domingo...

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—¡BLURB! EL REFRESCO QUE ACABARÁ CON SU SED!

—.. pueda ir al club con...

—¡INGRESE AL MUNDO DE LOS QUE SABEN: TENGA UN XPLO MODELO 3000!

—...Salva y Javier para jugar...

—¡CONTINUAMOS PRESENTANDO: EL MAYORDOMO ASESINO!

—... al futbol.

—¿Qué dijiste? —preguntó el padre sin dejar de mirar la pantalla en la que ahora se veía un gran alboroto, con autos, sirenas y personas que corrían por todas partes.

—Que si puedo jugar al futbol el domingo.

Pero Mayte comprendió que su padre no estaba escuchando. Ahora había un tiroteo y el sonido de las balas, bang, bang, rebotaba en las paredes de la pantalla.

Y de pronto sucedió.

Fue así, sin un solo ruido y sin ningún aviso previo. Sencillamente ocurrió: la luz se fue, la pantalla se apagó, todo estaba oscuro.

El padre dijo algo y la madre, una sombra que se movía en el sillón, le contestó:

—Es por la sequía. Ya antes habían anunciado que podía ocurrir.

Mayte, enmedio de la oscuridad, se imaginaba flotando en el espacio. A su alrededor no había nada de nada, sólo ese hermoso silencio y esa negrura que convertía en sombras de raras formas a los muebles.

—¿Y qué es lo que podía ocurrir? —preguntó Mayte en mitad de su caminata espacial.

—El apagón, dijeron que si no llueve las represas no pueden funcionar bien —contestó la madre que se iluminaba con un encendedor y buscaba algunas velas en un cajón.

La madre encendió una vela y la colocó encima de un plato.

Era maravilloso. La habitación se inundaba con una luz suave que parecía acariciar los objetos como si tratara de darles una forma distinta.

Y también estaba el silencio, ese silencio de algodón, que dejaba entrar por la ventana los sonidos de la calle.

Mayte miró a su padre. Su cara, iluminada ahora por las velas, parecía de pronto más simpática y descansada.

Era la cara que a veces tenía los domingos o durante las vacaciones cuando iban a la playa.

—Y bien —dijo el padre como si acabara de llegar—. ¿Cómo te fue hoy en la escuela?

—Oh, muy bien, tuvimos que hacer una redacción sobre la lluvia. Me quedó bastante bien.

—Ah. Qué bien, después la quiero leer —dijo y le acarició la cabeza como solía hacer cuando era más pequeña.

—¿Qué tal si vamos afuera? —preguntó el padre.

Salieron a la vereda. En las otras casas también se asomaban los vecinos. Algunos, reunidos en grupos, hacían gestos y hablaban.

El padre, tomando a Mayte de una mano, respiró hondo. El aire era cálido y llegaba en caricias desde la plaza.

—Mira —dijo el padre señalando el cielo.

Mayte miró hacia arriba. Nunca había visto un cielo así tan nítido, tan lleno de estrellas.

La luna, enorme y pálida, parecía un globo de cumpleaños. Sin saber porqué Mayte miró a la luna y suspiró.

La madre, en silencio junto a ellos, también la miraba y parecía estar pensando en alguna otra cosa, algo sucedido mucho, mucho tiempo atrás.

—¿Te acuerdas? —preguntó al padre y éste movió la cabeza y sonrió.

Es fantástico, pensó Mayte.

Los autos, con los ojos encendidos como panteras, avanzaban despacio por el asfalto y aquí y allá se escuchaba la charla de los vecinos.

Pero de pronto todo terminó.

Las ventanas se encendieron todas al mismo tiempo, como si alguien hubiera dibujado decenas de cuadros de luz. Algunos vecinos aplaudieron.

Mayte miró al cielo nuevamente, pero ahora el resplandor de los focos de la plaza, la avenida, los patios de las casas, opacaba las estrellas.

—Bueno, vamos —dijeron los padres.

Todos entraron y volvieron a sus posiciones.

—¡Tienes derecho a permanecer callado, maldita rata, todo lo que digas puede ser usado en tu contra! —era la tele otra vez.

Mayte abrió y cerró los ojos un par de veces pues la luz le parecía demasiado brillante, como si un sol enano se hubiese encendido en la habitación.

—Bueno... —dijo su padre y volvió a concentrarse en la pantalla.

—¡Qué suerte! —dijo su madre, aunque no muy convencida—. Habían dicho que podía durar una hora.

Mayte sabía que la luz eléctrica era una cosa buena y útil. Iba a decir algo pero se detuvo.

La madre sopló las velas y Mayte observó como un delgado hilo de humo subía hasta chocar con el techo.

Pensó en volver a mencionar lo del domingo.

Ya se imaginaba ingresando a la cancha con una bonita camiseta a rayas blancas y negras y todo el público aplaudiendo.

Del otro lado del terreno el cuadro del Gordo Enemigo practicaba tiros al arco.

El público gritaba y saltaba, algunos niños, como en una explosión de mariposas, arrojaban nubes de papel picado al aire.

¡May-te! ¡May-te! El público sabía que todo dependería de ella.

¿Sería capaz de mantener su promedio de cuatro goles por partido?

"Bueno, ¿qué tal dos goles por partido?'', pensó Mayte bajando el promedio.

El árbitro, negro como un cuervo, estaba ya en la mitad del terreno y llamaba a los capitanes.

Salva y el Gordo Enemigo se daban la mano pero se miraban enojados.

—Papá, tengo que pedirte algo —dijo Mayte como si despertara de un sueño.

—Sí, después, —dijo su padre.

—¡VISITE NUESTRAS GALERÍAS! —agregó a su vez la televisión.

Mayte tomó su lápiz y volvió a trazar una rayas larguísimas de una punta de la hoja a la otra.

—Mamá.

—¿Sí?

—¿Estás segura de que hoy no habrá más apagones?

—Sí, Mayte, por suerte fue el único.

—Ah.

Dibujó una cancha de futbol y un árbitro con cara de pájaro y trató de imaginarse cómo se vería aquello bajo la suave luz de las velas.

Cerró los ojos un instante y pensó en la luna.


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