Libros del Rincón


7. Mayte descubre América


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El martes hacía muchísimo calor. Los rayos del sol caían como baldazos de luz sobre el patio de la escuela donde los niños intentaban ocultarse a la sombra.

Hacía demasiado calor para esa época del año y Mayte, abanicándose con un cuaderno, creía que aquello tenía que ver con la sequía que tanto preocupaba a sus padres.

Esta vez el timbre que anunciaba el fin del recreo no levantó las protestas de siempre ya que, pese al trabajo que seguramente les impondrían las maestras, los niños al menos podrían entrar a los salones donde el aire era mucho más fresco.

Mayte entró a su clase y se sentó en su lugar, cerca del fondo.

Acomodó su cuaderno y esperó.

La maestra ya estaba de pie al frente del pizarrón en el que había escrito con letras grandes y redondas, como las que siempre hacen, una fecha y un título.

Mayte sabía que eso significaba una sola cosa: trabajo.

Ya adivinaba el motivo de la clase, pues estaban cerca del 12 de octubre.

Pero todavía hacía mucho calor y se imaginó a bordo de un buque de velas.

El viento marino era agradable y tibio. Había pocas olas y el barco se sacudía con suavidad. Pero no todo era tranquilo. A bordo, había un creciente murmullo. En todas partes los marinos formaban grupos y discutían.

—¡Izad las velas! ¡Preparad la comida! —Mayte, vestida de comandante, ordenó a la tripulación, pero nadie le hizo caso.

Detrás de su barco venían también otros dos.

Mayte podía ver las velas grandes y blancas hincharse como enormes barrigas.

Volvió a dar las órdenes, pero de pronto se vio rodeada por un montón de tipos con caras siniestras.

—¡Comandante Mayte, nos vamos a caer del mundo! —dijo uno que tenía un parche sobre un ojo.

—¡Sí, y vamos a caer en un lugar lleno de monstruos horribles! —dijo otro que tenía un gancho en vez de mano.

—¡Yo extraño a mi mamá! —dijo un tercero que tenía una pata de palo y una enorme cicatriz en la cara.

Todos la miraban amenazantes, pero la Comandante Mayte se mantuvo en calma y les preguntó:

—¿Saben qué día es hoy?

—Claro, es 12 de octubre —dijeron todos.

—Bueno, entonces no se preocupen, ¿no saben que hoy

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tenemos que descubrir América?

Eso los dejó más tranquilos.

Y así fue. Un marinero gordito, que comía cacahuates y tiraba las cáscaras hacia abajo, empezó a gritar desde su puesto de vigía.

—¡Tierra! ¡Tierra!

Todos corrieron a mirar esa línea finita que se veía cerca del horizonte.

La maestra interrumpió y les pidió que escribieran una redacción sobre el descubrimiento, pero Mayte no la escuchaba.

De pronto se imaginó del otro lado de la escena, en medio de un montón de indígenas que vivían en un pueblito de chozas.

Todos habían salido al escuchar que el vigía indio gritaba desde arriba de una palmera.

—¡Veo tres calaveras enormes flotando en el agua!

¡Tres calaveras enormes! Los indios se imaginaron que se trataba de algo terrorífico y corrieron para todos lados, gritando de miedo.

—¡Calaveras! ¡Calaveras!

Algunos se tiraron de cabeza entre los arbustos, otros cerraron las puertas de sus chozas y se asomaron con temor por unos pequeños agujeros.

El vigilante indio, al ver todo ese alboroto, pensó un rato y después gritó:

—¡Perdón! Ser un error, querer decir carabelas no calaveras. Tres carabelas.

¡Ah! Eso era distinto. Los indios salieron de sus escondites. El jefe brujo les recordó que era 12 de octubre. Entonces todos recordaron que ese día tenía que llegar un tipo llamado Colón y corrieron a la playa.

Mayte, metida entre la multitud, también corrió y vio que las carabelas habían anclado ahí, muy cerca.

Todos vieron un bote en el que venían unas personas muy extrañas.

Cuando los del bote llegaron a la playa, los indios realmente quedaron asombrados: nunca habían visto hombres con minifaldas y medias tipo can-can.

—Estos ser un poco raritos —dijo el jefe indio.

—No, tal vez esa ser nueva moda —comentó otro indio.

Colón caminó por la playa y los indios escucharon que le decía a su acompañante:

—¡Oye! ¿Estás seguro que estas son Las Indias?

—No, comandante, estos son los indios, las indias son aquellas que tienen tetas.

—Ah —dijo Colón acercándose a hablar con ellos.

—¡Hola! —dijo el jefe indio—. ¿Qué tal el viaje?

—Bien, gracias, vine para descubrirlos.

Todos los indios saltaron de alegría. Esa sí que era una gran noticia. Todo ese tiempo viviendo solitos y ahora, por fin los descubrían.

Pero el jefe indio dudaba un poco.

—Un momento. Si nosotros estar aquí desde antes, eso querer decir que nosotros descubrirnos primero.

Colón, algo confundido, consultó con sus asistentes.

Después volvió y les explicó a los indios que era cierto que ellos ya se habían descubierto antes, pero que ahora él los descubría para España.

—¡Los descubro más que antes! —dijo Colón y levantó la espada.

Los indios no se quedaron atrás.

—Y nosotros los descubrimos a ustedes —dijo el jefe y levantó una lanza.

El asistente de Colón se acercó y le habló bajito.

—Pregúnteles si tienen oro.

—¿Tiene oro? —preguntó Colón.

Los indios se miraron.

—No, sólo tener bananas, pero cambiar bananas por dólares...

¡Mayte!

Colón preguntó a su asistente pero era inútil, el dólar no se había inventado todavía y además...

—¡Mayte! —la voz de la maestra, parada al lado de su escritorio, la trajo rápidamente de regreso a la escuela.

Mayte vio frente a sí una hermosa hoja en blanco.

¡La redacción!

—¡Siempre distraída! —la maestra parecía bastante enojada, hacía un buen rato que todos los demás escribían.

Mayte tomó su lápiz y comenzó rápidamente a escribir el título: "Colón y las tres Calaveras"

Pero la maestra lo vio y la obligó a corregirlo sin darle tiempo a Mayte a que le explicara.

Esa tarde, cuando caminaba de regreso a casa desde la escuela, contó a Salvador y Javier lo que había imaginado.

Pero sus amigos estaban más interesados en otra cosa que Mayte casi había olvidado: hoy era el día en que darían una gran lección a doña Pola.

—¡Es cierto! Casi lo olvido —dijo Mayte riéndose al pensar, de nuevo, en el lío que se podía armar.


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