Libros del Rincón


5. Planes y desafíos


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Un enjambre de niños corría y saltaba en el patio de la escuela. Sus botas blancas, parecían pequeñas nubes movedizas deslizándose sobre el cielo de baldosas amarillas.

Algunos jugaban futbol, otros saltaban a la cuerda, pero más allá, en un rincón y ajenos a todo, algunos niños llevaban a cabo una reunión importante.

—Tenemos que hacer algo —decía Mayte a Salvador, Javier y los otros.

Todos asentían.

—Esa vieja maldita siempre me arruina la vida, mi papá dijo que tenemos que darle un escarmiento.

—¿En serio dijo eso? —preguntó Javier asombrado.

—Sí, yo misma le pregunté —aseguró Mayte—. Pero no se me ocurre qué podemos hacer.

—Podemos darle un susto —dijo Salvador.

—Sí, disfrazarnos de monstruos y hacerle ruidos por la noche —agregó Javier.

A Mayte le gustaba la idea. Se imaginaba la cara de doña Pola con su voz aguda asomada en la ventana gritando ¡socorro!

—Pero no podemos salir de noche —dijo finalmente—. Mis padres dicen que es muy peligroso—. Salva y Javier tenían el mismo problema.

—¡Un momento! Tengo otra idea —dijo Mayte—. Y es algo que podemos hacer de día. Todos se acercaron a escuchar el plan maestro. Era bastante bueno. Algunos rieron imaginando la cara que pondría doña Pola cuando lo llevaran a cabo. Pero ésa no sería la única cosa memorable que ocurriría en el recreo del lunes, porque, más allá, en el otro extremo del patio, el Gordo Enemigo y sus cómplices, tenían también una reunión.

Si se lo miraba de afuera, se podía ver al Gordo parado enmedio del grupo, moviendo sus brazos en el aire como si intentara volar. Su boca se abría y cerraba también muy rápidamente.

—¿Viste al Gordo? —preguntó Salva señalando la otra reunión.

Todos miraron.

—Seguro que están tramando algo —dijo Javier, quien prefería no recordar la tarde anterior cuando se había portado tan poco valientemente.

—¡Miren, vienen para acá! —dijo alguien.

En efecto, con el Gordo a la cabeza y los demás caminando detrás, la pandilla enemiga avanzaba por el patio. Los que jugaban futbol se detuvieron. Las niñas que saltaban a la

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cuerda erraron sus pasos. Todo el patio pareció detenerse.

La pandilla enemiga avanzaba por un callejón formado por niños que se hacían a los costados y comentaban en voz baja.

Del otro lado, la pandilla de Mayte se ponía en formación de esperar. Algunos, como Salvador, ponían las manos en sus cinturas y trataban de poner caras de tranquilidad.

—¿Qué querrán éstos? —preguntaba Mayte.

Las maestras, que ocupaban el tiempo del recreo en conversar entre ellas y criticar a la directora, no se habían dado cuenta.

Mayte veía la escena y ya le parecía que el Gordo y los suyos vestían de negro, llevaban lentes oscuros y unas armas metálicas que reflejaban la luz.

Se imaginó a su propio grupo vestido con unos limpios uniformes azules y gorras de policía.

—¡Son los mafiosos! ¡Estén alertas! —dijo.

La pandilla enemiga llegó y se alineó frente a ellos.

—¿Qué quieres gordo truhán? —dijo Mayte que había escuchado esa palabra en una serie de la tele.

—Venimos a desafiarlos.

La cosa se estaba poniendo buena. Pero Mayte pensó que si el desafío era para volver a pelear se metería en más problemas y pasaría toda su vida ordenando el cuarto.

—¿Qué clase de desafío? —preguntó Salva.

—Queremos jugarles un partido —dijo el Gordo que procuraba poner voz de malo.

—Pero si ya jugamos ayer.

—Sí, pero queremos un partido de verdad, en la cancha del club, con camisetas y árbitros y público.

—¡Fantástico! —exclamó Mayte.

—Tú cállate, la cosa no es con las mujeres —dijo el Gordo.

Salvador y Javier pensaban, los demás miraban seriamente al enemigo.

De pronto Salva sonrió.

—Aceptamos, pero con una condición.

—A ver.

—Que juegue Mayte.

—¡Sí! —Mayte pegó un salto de un metro en su lugar.

—¡Pero es una niña!

—Justamente —dijo Salva—. ¿O es que tienen miedo de jugar contra una niña?

A Mayte el comentario le había parecido medio machista, pero se dio cuenta de que Salva lo hacía para obligar a los otros a aceptar.

—¿Miedo nosotros? Les vamos a hacer cinco goles, con o sin niña —dijo el Gordo y todos sus secuaces dijeron: sí, sí.

Entonces sonó el timbre. El recreo había terminado.

Mayte estaba tan feliz. El partido había sido fijado para el próximo domingo. Ahora tendrían que conseguir camisetas, practicar y, principalmente, convencer a sus padres.

Pero, además del partido, estaba el maravilloso plan de venganza contra doña Pola.

—¡Qué semana nos espera! —se dijo Mayte sonriendo cuando entró a clase y se acomodó en su asiento.


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