Libros del Rincón


9. La luna es una pelota


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¡Plam! El golpe sonó demasiado fuerte en la puerta de la calle.

Tanto, que Mayte tirada encima de su cama, pudo escucharlo claramente: ¡Plam! ¡Plam!

No hacía falta preguntarse quién golpeaba la puerta y cuando Mayte escuchó la voz de su madre, trató de adivinar lo que ocurriría después.

Se equivocó.

Tal vez fuera por el aire primaveral —ése que cambia a las personas— o la hermosa luna que había visto la noche anterior, pero las cosas no sucedieron como siempre.

Mayte, que había abierto apenas su puerta, escuchó con asombro la conversación entre las dos mujeres.

—¡Le digo que fue ella! —doña Pola hablaba fuerte, su voz sonaba gruesa y amenazante.

—Mire, señora, creo que usted ya está bastante crecida como para andar siempre culpando a los niños.

Sí, era su madre la que hablaba y le decía a la Vieja Entrometida una cuantas verdades.

—¡Dale, mamá! —pensó Mayte y siguió escuchando, convenciéndose de su propia inocencia.

Puedo imaginarlo todo. Ella, con las manos esposadas estaba sentada detrás de una mesa mientras su madre, de saco y corbata, se levantaba y pedía la palabra.

—¡La defensa tiene la palabra! ¿Cómo se declara la acusada? —decía un juez con una peluca blanca que le llegaba hasta la cintura.

—La acusada se declara inocente, su señoría.

Al costado, en otra mesa, estaba doña Pola y la Nena.

—¡Protesto, señoría! —decía doña Pola—. Basta con verle la cara a esa pequeña delincuente para darse cuenta de que es una malhechora, mal educada.

El juez se acomodaba la peluca y miraba a Mayte. Parecía que estuviera pensando en lo que acababa de decir doña Pola.

Mayte lo miraba y le sonreía dulcemente, casi como lo haría su prima Esther. El juez se ponía incómodo.

—¡Protesta rechazada! —decía entonces—. Que pase el primer testigo.

Y doña Pola llamaba a doña Concepción.

La Vieja Entrometida Número Dos echaba la culpa de todo a Mayte, pero después, cuando su madre hacía las preguntas, las cosas cambiaban.

—¿Y por qué fue tan fácil para ustedes pensar que las otras hablaban mal de todo el mundo? —la madre hacía preguntas dificilísimas.

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Mayte estaba muy orgullosa, ahora sí que doña Pola recibiría su merecido.

—¡Que la acusada se ponga de pie! —decía el juez y luego miraba a un montón de niños que entraban a la sala.

—¿Y bien? ¿Qué es? ¿Inocente? ¿Culpable?

El jurado, integrado por Salvador, Javier y todos sus amigos, la declaraba inocente y todos aplaudían.

Después el juez condenaba a doña Pola y a sus amigas a hablar muy bien de las personas durante un año y medio.

—¡Protesto, señoría, eso es humillante! —gritaban ellas golpeando su mesa con las carteras.

Ya segura de su inocencia Mayte volvió a escuchar el diálogo entre su madre y doña Pola.

—¿No será que usted está siempre hablando mal de todo el mundo? —su madre había hablado igualito que cuando hacía de abogada en la mente de Mayte.

¿Sería una casualidad?

Doña Pola, muy ofendida, terminó por irse y Mayte corrió para tirarse sobre la cama y agarrar el libro. Su madre venía por el pasillo.

—¿Mayte? —llamó asomándose en el cuarto.

—¿Sí, mamá?

—¿Escuchaste? Estuvo doña Pola.

—¿Ah sí? ¿Y qué quería? —la voz de Mayte era tan suave, dulce e inocente, que daba asco.

La madre se sentó en el borde de la cama y la miró, luego estiró una mano y le acarició la cara.

—No te creas que no sé, aunque pongas cara de angelito, pero me parece que esta vez estuvieron bastante bien, quiero que me cuentes qué ocurrió.

Mayte le contó la verdad.

La madre escuchó con atención y cuando la historia terminó, miró a Mayte y sonrió.

—Estuvieron bien. La verdad que ya estaba cansada de que viniera a cada rato a contarme cosas.

Mayte dejó el libro. Era esa sensación otra vez, el aire tibio que entraba por la ventana, esa cosa tan agradable que iba y venía como si tuviera ratones en la barriga.

Pensaba que la primavera decididamente hace cosas extrañas en las personas. Por ejemplo: ahora soñaba despierta mucho más que antes y también notaba que desde que había visto la luna, algo había cambiado en su madre.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí, hija.

—¿Qué querías ser cuando eras chica?

La madre sonrió y suspiró. Se quedó un momento mirando la ventana.

—Yo soñaba con ser bailarina.

—¡Qué fantástico! ¿Y por qué no eres bailarina?

—Bueno, mis padres, tus abuelos, eran muy estrictos y no me dejaron, decían que ese era un ambiente malo para mí.

Mayte imaginó un gran escenario, arriba tenía unas hermosas luces rojas, blancas y verdes que pintaban el aire.

Allí, sobre las tablas, una muchacha igual a su madre bailaba. Llevada por un viento mágico, flotaba en el aire multicolor y en cada salto parecía ser levantada por alas invisibles.

—¿Y por qué decían que era un ambiente malo?

La madre no contestó, ella también imaginaba tener alas invisibles.

Pero Mayte, que era muy lista, enseguida comprendió que a ella podría ocurrirle algo similar si no actuaba pronto.

—Mamá, ¿por qué no puedo jugar al futbol?

—Porque es un ambiente ma... —la madre se detuvo. Acababa de darse cuenta de que, sin querer, había estado a punto de hablar igual que lo habían hecho sus padres mucho, muchísimo tiempo atrás.

Se levantó, se acomodó el cabello, miró su reloj pulsera y después, como si un enorme planeta encendido le asomara en la cara, sonrió.

No, no era su sonrisa de siempre, era algo mucho más importante, una sonrisa que le brillaba en los ojos, le fruncía la nariz y le dibujaba en la boca una raya rarísima.

Mayte abrió los ojos bien grandes. Nunca la había visto sonreír de esa manera.

¿Sería por la primavera? ¿Sería la luna?

—¿Y quién dice que no puedes jugar futbol? —preguntó de pronto la madre.

—Pero tú... y papá... —Mayte estaba tan sorprendida que no sabía qué decir.

—A tu padre déjamelo a mí —dijo la madre y salió del cuarto.

Mayte, con las cosquillas apareciéndole por todo el cuerpo, tuvo ganas de ponerse a saltar en la cama, ganas de abrir la ventana y tragarse todo el aire del mundo, para largarlo después en un largo grito.

—¡Gooooooooool!

—¡Gooooooooool de Mayte!

Después recordó que al día siguiente debía encontrarse con el Gordo Enemigo para discutir el asunto del desafío y terminar de arreglar el gran partido.

Esa noche, soñó que la luna era una gigantesca pelota de futbol.


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