Libros del Rincón


Lunes


Esa noche volvieron las tres. Aquéllas: las figuras del sueño.

Me pongo a pensar si de ahora en adelante van a vivir en mi sueño, y cada vez que quiera soñar resolverán visitarme.

Las tres llegaron como la otra vez: juntitas. Pero esta vez llevaban ropa verde. (Un verde igualito al del blusón verde que mi Amigo usaba para pintar.) Pero en ese sueño, ¿sabes?, en vez de que una fuese fantasma y las otras coro, eran las tres pasiones de mi Amigo Pintor.

Se saludaron, se sentaron y comenzaron a conversar. Tenían la voz igual.

Todo lo que una decía, las otras lo aceptaban. Y se reían con la misma risa.

Así, con ese todo tan igual dividido entre las tres, me quedé sin saber cuál era doña Clarice, cuál la Pintura y cuál la Política.

Cuanto más se reían, más se iban comprimiendo una en otra. Hasta parecían una sola sentadas en el sofá. Que era estampado.

De repente, resolví preguntar si una no tenía celos de la otra, al ver que mi Amigo quería a las tres al mismo tiempo.

Una se rió a carcajadas; la otra se asombró; pero la tercera puso cara de doña Clarice y explicó:

—Al principio, yo quería que me quisiera sólo a mí. Tenía celos de ella —dijo señalando a la segunda—, cuando se quedaba pintando en vez de quedarse conmigo: ¡uf! Me ponía furiosa.

La segunda me miró y puso cara de quien dice: «¿qué tontería tener celos de su trabajo, no?» Y la tercera continuó:

—¡De ella no se habla, pues! —dijo señalando a la primera—. Qué celos tremendos cuando él comenzó a viajar al norte y al sur detrás de ella, diciendo que iba a trabajar por Brasil.

La primera respondió enfurruñada:

—En vez de tener celos, debería ir a trabajar con él: muy bien le vendría a Brasil.

—Pues sí.

En ese momento las tres suspiraron igual. Y por la actitud, se quedaron pensando igual. Hundidas en el sofá. Pero después se enderezaron y doña Clarice dijo:

—Bien, pero eso fue antes. Después vi que no era posible que él sólo me quisiese a mí.

—Daba la impresión de que él era tan pequeñito por dentro que sólo le cabía un amor, ¿no? -dijo la segunda.

Y la primera acotó enseguida:

—Pues sí.

—Y en ese momento: ¡plaf! Mis celos se terminaron.

—¡Plaf!

—¡Plaf!

Y cada vez que una decía plaf, se abrazaba a la otra. ¡Qué cosa tan graciosa! Me eché a reír. Pero ellas se quedaron muy serias y me dijeron:

—Con nosotras, amigas y unidas dentro de él, tu Amigo podrá vivir en paz.

—Y toma nota: ahora él va a ser feliz.

—¡Feliz para siempre!

Me pareció tan buena esa noticia que me acomodé en el sofá para charlar más de cerca. Pero en ese momento ellas dijeron:

—No nos podemos quedar: hay que amar.

—Y trabajar.

—Y hacer política.

Se levantaron diciendo un chao igual. En cuanto salieron, mi sueño sintió que se había quedado muy vacío y punto: se acabó.

¡Qué pena! Era tan bueno estar sentado allí, sabiendo que ahora mi Amigo sería feliz.

* Lunes por la tarde


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